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Max Brod había dicho que “sencillamente y sin rodeos, Nietzsche era un embustero”, la noche en la que conoció a Franz Kafka. Se habían encontrado en una conferencia sobre Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche en la “Sala de lectura y conversación de los estudiantes alemanes” de Praga, y al final, Kafka acompañó a Brod hasta su casa, aunque él mismo no supo bien por qué. Era el año de 1902. Ni el uno ni el otro habían cumplido siquiera 20 años, pero desde entonces se acercaron cada vez más, hasta el punto de que muchos años más tarde, Kafka le dio a conocer a su amigo todos los textos que había escrito, incluido su “Testamento”, en el que le pedía que buscara entre sus cosas todos y cada uno de sus papeles y documentos y los echara a una hoguera. Brod no le hizo caso. Todo lo contrario.
Después de su muerte, el 3 de junio de 1924, o incluso antes, comenzó a recopilar los trabajos de Kafka, incluidos sus dibujos y cartas y notas, y comenzó a hacer las gestiones necesarias para publicarlos. “Brod estaba convencido de que Kafka era un santo que había legado un mensaje salvador para la humanidad”, según escribió Guillermo Sánchez Trujillo en “Los secretos de Kafka”. Cuarenta y cinco días después de su muerte, el 17 de julio, la revista “Weltbühne” publicaba en Berlín el “Testamento” de Kafka. Sus amigos, los viejos y los recientes, tacharon a Brod de oportunista y mercachifle, más allá de que lo tildaron de farsante, pues alteró los originales, editando uno que otro pasaje y añadiendo sus propias palabras, e incluso, modificando algunos títulos como el de “El desaparecido”, al que le puso “América”.
Brod se apropió de los manuscritos de Kafka durante 40 años. Incluso, logró salvarlos de un trágico final el 14 de marzo de 1939, cuando huyó de Praga en el último tren que cruzó la frontera, vía Tel Aviv, antes de la invasión de los nazis. Fuera de algunas ropas y papeles y de sus propios poemas, guardó en un maletín los textos de su amigo, y 17 años después se los llevó a Suiza y los guardó en una caja fuerte, temeroso de que estallara un conflicto bélico más en Oriente a raíz de la nacionalización de Egipto del Canal de Suez, que derivó luego en la Guerra de Suez. A comienzos de los 60, Malcolm Pasley, un estudiante de literatura de Oxford, logró contactarse con las sobrinas de Kafka y solicitó que los originales fueran trasladados a la biblioteca Bodleian. Brod accedió, con excepción de El Proceso.
Adujo que Kafka se lo había regalado, y de acuerdo con ello, él había eliminado los capítulos que no tenían final y había dispuesto de la obra a su parecer, pues los legajos que encontró en un sobre no tenían orden, y menos, algún tipo de instrucción. La primera publicación de “El proceso”, de la editorial Schmiede, 1925, salió a la manera de Brod, igual que Kafka fue Kafka por más de 50 años, a la manera de Brod.

Por Fernando Araújo Vélez
