Harapiento o brillante, pero nuestro arte
Fernando Araújo Vélez
Me gustaría poder decir que soy un poco de arte, y la creación de la creación de algunas gotas y notas de arte, aunque aún no tenga muy en claro qué es el arte, y cuándo algo empieza a ser o a dejarlo de ser. Creo en el arte y en la creación, y creo, ante todo, en la voluntad de crear y de hacer arte, y ahí comienza mi muy particular definición de arte. Lo demás queda a la libre interpretación de los críticos y los estudiosos, de la academia con todas sus ramificaciones y de aquellos que se han tomado el derecho de definir desde dónde y hasta dónde algo es arte, y lo que es peor, de calificarlo. Creo en los humano, y como suelo repetir citando a Nietzsche, por supuesto, creo también en lo “demasiado humano” y en que hay “demasiado humano” en nosotros, que en últimas, es lo que nos hace desviarnos del camino de imaginar, hacer y crear.
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Me gustaría poder decir que soy un poco de arte, y la creación de la creación de algunas gotas y notas de arte, aunque aún no tenga muy en claro qué es el arte, y cuándo algo empieza a ser o a dejarlo de ser. Creo en el arte y en la creación, y creo, ante todo, en la voluntad de crear y de hacer arte, y ahí comienza mi muy particular definición de arte. Lo demás queda a la libre interpretación de los críticos y los estudiosos, de la academia con todas sus ramificaciones y de aquellos que se han tomado el derecho de definir desde dónde y hasta dónde algo es arte, y lo que es peor, de calificarlo. Creo en los humano, y como suelo repetir citando a Nietzsche, por supuesto, creo también en lo “demasiado humano” y en que hay “demasiado humano” en nosotros, que en últimas, es lo que nos hace desviarnos del camino de imaginar, hacer y crear.
Me gustaría poder decirle al carpintero que la silla que construyó con tanto esmero es arte, y al cocinero que se inventó un plato con lo que tenía y con lo que podía, y al alfarero y al joyero. Al relojero, que inmerso en su mundo de tiempos, le ha dedicado la vida a echar a andar un mecanismo que alguien creó y otro alguien recreó y muchos alguienes después multiplicaron, convencidos de que “el tiempo es oro”, pero quizá no tan seguros de que en su labor haya habido aunque sea una mínima parte de arte. Me gustaría sentarme a conversar sobre el arte y la belleza y el ejemplo con la pareja de contadores que sale todas las mañanas a correr al parque, y que corre y en cada paso disemina una estética en su movimiento, que es arte, y más allá de la estética, riega sus pasos con decenas de ejemplos para quien quiera verlos.
Me gustaría poder gritar que el arte está en cada quien, y que anda por ahí, a merced de aquel que lo quiera percibir y entender, y que somos nosotros, simples mortales y tan humanos, los que deberíamos definirlo. Porque la naturaleza es arte y es creación, y es evolución, obvio, pero también es mensaje, o millones de mensajes que nos cuentan y nos han contado miles de millones de historias de hace miles de millones de años. Es una infinita enciclopedia de belleza y de concepto, y dentro de ese natural perfecto, creó, cobijó, reprodujo a los animales y a las plantas y los mares y etcétera, que son arte, e incluso a nosotros, los humanos, que también somos arte muy a pesar de que hagamos lo posible y lo imposible por negarlo, e incluso, por prostituirlo y hacerlo añicos.
Me gustaría, en fin, poder ir al tiempo de las primeras definiciones, de las primeras palabras y los primeros dioses, Zaratustra, Confucio, Buda, e impregnarme de orígenes, de todos los orígenes que pueda, viajar por los siglos y detenerme entre los latinos y escuchar de ellos aquel ‘ars, artis’ que significaba habilidad, y hacer una de las tantas escalas que querría en el Siglo XIX y conversar con Óscar Wilde sobre su idea del arte por el arte. Empaparme, impregnarme de ese arte por el arte, entender que hay arte en quien lo quiere buscar y terminar de comprender que una de las mayores muestras de honestidad que podemos ofrecer es nuestra creatividad y nuestra obra. Poca o mucha, pero nuestra. Débil o fuerte, pero nuestra. Harapienta o brillante, pero nuestra.