La estupidez es invencible
Fernando Araújo Vélez
A la pasada, así como cuando alguien le dice a uno mientras se sube a un bus que está en busca de un contradictor de oficio y se va, y queda todo medio en suspenso. A la pasada, como subiéndonos a un bus, yo he escuchado miles de cosas que logré comprender mucho tiempo después, porque en un principio creí que los asuntos importantes no se decían en los escalones de los buses, pero me equivoqué. A la pasada, una mañana, un compañero de trabajo me dijo que “la estupidez era invencible” y yo me quedé atontado, hasta que fui comprendiendo que era cierto, y saqué de allí alguna que otra conclusión, como la de que una piedra no es consciente de que es una piedra y la de que la verdadera justicia solo la podemos esperar de personajes repletos de saber, de generosidad, de inteligencia y experiencia.
A la pasada, y antes de que me subiera al primer bus que pasó una tarde ya casi de noche, una amiga en medio de diversas charlas sobre la verdad me citó a Harrison Ford, y me lo recordó señalándome en gesto de amenaza y repitiendo una y otra vez que “existía la verdad, y más allá, la verdadera verdad”, y desde entonces no he hecho más que tratar de encontrar la verdadera verdad de lo que sucede, de lo que la gente dice y hace y calla, sin lograrlo, por supuesto. A la pasada, en las escalerillas de un avión, escuché a un señor de bastón y bigote engominado decirle a un niño que su vida había sido tratar de estar siempre, una y mil veces, del otro lado del puente, y a la pasada, en una cafetería, oí que una estudiante de universidad le aclaraba a su vecina que si ella viviera para vengarse, le estaría dando demasiada importancia, todo el poder, al objeto-sujeto de sus venganzas, y luego escuché que se reía.
A la pasada, mientras llegaba tarde al trabajo, me oí susurrándole al viento que el amor era un negocio aunque sonara sucio, “yo te doy, tú me das”, y luego me escuché ampliando aquella sentencia y concluyendo que todas las relaciones eran un mutuo flujo de intereses. A la pasada, a las carreras en realidad, como intentando huir de un aguacero, alcancé a oír que una señora le decía a un muchacho que “todos somos responsables de todos”. A la pasada he visto gente llorar y tratar de que nadie se dé cuenta, y a la pasada he escuchado a muchos decir grandes cosas. A la pasada, como un último adiós, he oído bendiciones, proclamas, e incluso alguna amenaza, porque a veces somos quienes en realidad somos a la pasada y a toda prisa, sin tanto tiempo para pensar y calcular.
A la pasada, así como cuando alguien le dice a uno mientras se sube a un bus que está en busca de un contradictor de oficio y se va, y queda todo medio en suspenso. A la pasada, como subiéndonos a un bus, yo he escuchado miles de cosas que logré comprender mucho tiempo después, porque en un principio creí que los asuntos importantes no se decían en los escalones de los buses, pero me equivoqué. A la pasada, una mañana, un compañero de trabajo me dijo que “la estupidez era invencible” y yo me quedé atontado, hasta que fui comprendiendo que era cierto, y saqué de allí alguna que otra conclusión, como la de que una piedra no es consciente de que es una piedra y la de que la verdadera justicia solo la podemos esperar de personajes repletos de saber, de generosidad, de inteligencia y experiencia.
A la pasada, y antes de que me subiera al primer bus que pasó una tarde ya casi de noche, una amiga en medio de diversas charlas sobre la verdad me citó a Harrison Ford, y me lo recordó señalándome en gesto de amenaza y repitiendo una y otra vez que “existía la verdad, y más allá, la verdadera verdad”, y desde entonces no he hecho más que tratar de encontrar la verdadera verdad de lo que sucede, de lo que la gente dice y hace y calla, sin lograrlo, por supuesto. A la pasada, en las escalerillas de un avión, escuché a un señor de bastón y bigote engominado decirle a un niño que su vida había sido tratar de estar siempre, una y mil veces, del otro lado del puente, y a la pasada, en una cafetería, oí que una estudiante de universidad le aclaraba a su vecina que si ella viviera para vengarse, le estaría dando demasiada importancia, todo el poder, al objeto-sujeto de sus venganzas, y luego escuché que se reía.
A la pasada, mientras llegaba tarde al trabajo, me oí susurrándole al viento que el amor era un negocio aunque sonara sucio, “yo te doy, tú me das”, y luego me escuché ampliando aquella sentencia y concluyendo que todas las relaciones eran un mutuo flujo de intereses. A la pasada, a las carreras en realidad, como intentando huir de un aguacero, alcancé a oír que una señora le decía a un muchacho que “todos somos responsables de todos”. A la pasada he visto gente llorar y tratar de que nadie se dé cuenta, y a la pasada he escuchado a muchos decir grandes cosas. A la pasada, como un último adiós, he oído bendiciones, proclamas, e incluso alguna amenaza, porque a veces somos quienes en realidad somos a la pasada y a toda prisa, sin tanto tiempo para pensar y calcular.