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Y vislumbré la imagen y después la acerqué y luego la recorté, y aquella mujer que leía en el más oscuro banco de un parque se convirtió en un cuadro. Por momentos, era lo único que tenía sentido en el parque, pero luego parecía que brincaba del cuadro, que se salía y dejaba atrás sus colores y una que otra figura y que se diluía en el aire, como un relato que alguna vez hizo Hermann Hesse sobre él. Para mí, todo el parque, y la mañana y el mundo eran aquella imagen, aunque en la realidad solo fueran un banco y una mujer, tan sumergida entre las letras de su libro que la vida solo transcurría entre sus páginas y con los personajes que encontraba allí descritos.
Cuando me atreví a preguntarle si podía ver la portada de su libro, ella sonrió, lo cerró con sumo cuidado y me contó que lo que más la había impactado de aquellas hojas era que las personas que estaban ahí descritas no fueran ni malas ni buenas, ni mejores ni peores, muy a pesar de los desgarrados momentos que habían tenido que vivir, y de las dolorosas, terribles cosas que habían hecho y soportado. Luego me relató algunas de sus tribulaciones, de sus pesadillas y de unas cuantas de sus ilusiones, “porque todo transcurrió en los campos de concentración de los nazis”, y me describió parte de la historia del hombre que contó su vida allí, de sus compañeros y de los lugares por donde anduvo varios años.
Mientras la mujer del libro me hablaba y se aferraba a sus hojas, y con la yema de sus dedos simulaba escribir El hombre en busca de sentido, y Víctor Frankl, el título y el autor del libro, yo intentaba aprehender cada una de sus palabras, casi sin respirar la veía medio de reojo para no perturbarla, y pensaba en ese destino maravillosamente incierto de los libros, que salen a la calle y ya no son de nadie, que en ocasiones se pierden en el fondo de un baúl hasta que algún curioso buscador de secretos los rescata, y en otras se vuelven el libro de cabecera de algún ser noctámbulo que los lee y los vuelve a leer y los repasa y los subraya, como si la vida estuviera plasmada en sus páginas, adherida a ellas, entre sus silencios y sus voces.