Somos la suma de pequeñas y grandes decisiones, más allá de que cada vez estemos más convencidos de que todo está dado y surge desde arriba y está escrito en las leyes y los mandamientos, y de que estamos marcados por un infinito número de absolutos. Decidimos ser quienes somos, y superar los miles de obstáculos de todas las vidas, y decidimos amar y luego desamar, y decidimos mentirnos y mentir y luego tuvimos que vivir con las consecuencias de todas esas mentiras, y decidimos seguir. Decidimos ver lo que quisimos en los otros, y después, decidimos voltear la cara y descubrimos lo que habíamos querido ignorar. Y haber visto una parte de cada quien y luego la otra fueron decisiones. Y habernos enamorado o haber odiado también fueron decisiones, como lo fueron, lo son y lo seguirán siendo volver a amar o continuar pudriéndonos de odio y en el odio.
Soy mis decisiones, podríamos decir, y añadir en la misma línea, soy mi responsabilidad. Soy quien decide mirar a quien va a mi lado en el bus ordenando una carpeta repleta de papeles como una posible suma, como un complemento, un aliado, o como una amenaza. Y soy, también, el que decide ver lo valiosos que son para una sociedad, por diminuta que sea, el conductor del bus, el policía que pasa por el lado en una moto o la señora que va cruzando la calle cargada de bolsas. Soy quien decide dejarse llevar por una primera impresión y nada más que por eso y con eso condena al compañero del trabajo o de estudios por su ropa, su olor, sus modales, o soy quien toma la decisión de ahondar, de descubrir, de ver más allá de sus apariencias, que en últimas, la mayoría de las veces apenas son las consecuencias de algunos gustos adquiridos, no su esencia.
Soy mis decisiones y mis acciones también, y las consecuencias que se derivaron de allí van todas a mi cuenta. Soy la suma de las decisiones que tomé aún en los momentos más críticos de mi vida, al borde del todo y de la nada, por decirlo así, y pese a que yo no provoqué ningún tipo de cataclismo, sí elegí hacer o no hacer cuando estuve inmerso en alguno. Soy mis decisiones, mis determinaciones, mi voluntad para actuar y para comprender qué fue aquello que me llevó a actuar o a no hacerlo, que en últimas, también fue una manera de actuar. Soy, a la hora de la verdad, la suma de todos mis pasos, unos, más largos, veloces; otros, diminutos, cansados, y algunos, casi estáticos, no una suma de quejas y reclamos y culpas y justificaciones que se la pasa de desfile en desfile, como el “fantoche que va en romería con la cofradía del santo reproche”, para citar a Sabina.
Somos la suma de pequeñas y grandes decisiones, más allá de que cada vez estemos más convencidos de que todo está dado y surge desde arriba y está escrito en las leyes y los mandamientos, y de que estamos marcados por un infinito número de absolutos. Decidimos ser quienes somos, y superar los miles de obstáculos de todas las vidas, y decidimos amar y luego desamar, y decidimos mentirnos y mentir y luego tuvimos que vivir con las consecuencias de todas esas mentiras, y decidimos seguir. Decidimos ver lo que quisimos en los otros, y después, decidimos voltear la cara y descubrimos lo que habíamos querido ignorar. Y haber visto una parte de cada quien y luego la otra fueron decisiones. Y habernos enamorado o haber odiado también fueron decisiones, como lo fueron, lo son y lo seguirán siendo volver a amar o continuar pudriéndonos de odio y en el odio.
Soy mis decisiones, podríamos decir, y añadir en la misma línea, soy mi responsabilidad. Soy quien decide mirar a quien va a mi lado en el bus ordenando una carpeta repleta de papeles como una posible suma, como un complemento, un aliado, o como una amenaza. Y soy, también, el que decide ver lo valiosos que son para una sociedad, por diminuta que sea, el conductor del bus, el policía que pasa por el lado en una moto o la señora que va cruzando la calle cargada de bolsas. Soy quien decide dejarse llevar por una primera impresión y nada más que por eso y con eso condena al compañero del trabajo o de estudios por su ropa, su olor, sus modales, o soy quien toma la decisión de ahondar, de descubrir, de ver más allá de sus apariencias, que en últimas, la mayoría de las veces apenas son las consecuencias de algunos gustos adquiridos, no su esencia.
Soy mis decisiones y mis acciones también, y las consecuencias que se derivaron de allí van todas a mi cuenta. Soy la suma de las decisiones que tomé aún en los momentos más críticos de mi vida, al borde del todo y de la nada, por decirlo así, y pese a que yo no provoqué ningún tipo de cataclismo, sí elegí hacer o no hacer cuando estuve inmerso en alguno. Soy mis decisiones, mis determinaciones, mi voluntad para actuar y para comprender qué fue aquello que me llevó a actuar o a no hacerlo, que en últimas, también fue una manera de actuar. Soy, a la hora de la verdad, la suma de todos mis pasos, unos, más largos, veloces; otros, diminutos, cansados, y algunos, casi estáticos, no una suma de quejas y reclamos y culpas y justificaciones que se la pasa de desfile en desfile, como el “fantoche que va en romería con la cofradía del santo reproche”, para citar a Sabina.