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“La tranquilidad es una bajeza moral”: Lev Tolstoi

Fernando Araújo Vélez
22 de diciembre de 2024 - 11:10 a. m.
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“Señor, dame fe”, dijeron y escribieron que susurró Lev Tolstoi poco antes de las seis de la mañana del 28 de octubre de 1910, y que luego salió de su cuarto, muy en silencio, y bajó hacia la cochera de Yásnaia Poliana, su casa, centro de amores y de hijos, 13, y de celos, envidias,  gritos e intentos de suicidio, y se metió en un carruaje que lo llevó hasta la estación de trenes de Tula, y que desde allí se fue hacia el Cáucaso y atravesó el imperio de nieve de los zares, como lo relató su esposa, Sofía Andreievna, impaciente y angustiada porque el conde Tolstoi y su hija Alexandra habían ordenado que no la dejaran entrar en el cuartucho del maquinista de los ferrocarriles en el que agonizaba. Ella solo podía verlo, casi que vislumbrarlo a través de unos vidrios empañados, y más que vislumbrarlo, lo intuía, como intuía que el hombre con el que había vivido 40 años, y celebrado y reído y llorado y peleado, iba a morir sin perdonarla.

Días antes, había recibido una carta en la que Tolstoi le decía: “He hecho lo que es habitual a los viejos de mi edad; abandono esta vida mundana para pasar los últimos días de mi vida en el retiro y en el silencio”. La noche antes de irse, la había descubierto hurgando entre sus cosas, sus cartas y notas, que era como decir, sus confesiones, sus amores, sus dudas, y en fin, todo aquello que lo había llevado a escribir Guerra y Paz, La muerte de Iván Illich, Anna Karenina, y a sentenciar que “Para vivir honradamente hay que desgarrarse, confundirse, luchar, equivocarse, empezar y abandonar, y de nuevo empezar y de nuevo abandonar, y luchar eternamente y sufrir privaciones. La tranquilidad es una bajeza moral”, como se lo había dicho a su última hija, Alexandra Tolstoia, en los tiempos en los que decidió dejar a un lado lo mundano y fácil, los aplausos, la fama, sus novelas, que le parecían frívolas, y buscar algún tipo de paz, e incluso, de redención.

Cuando falleció y luego de las pomposas honras fúnebres, ‘Sasha’, como la llamaba, se encargó de proteger su legado literario y de luchar por sus ideas. Cada vez más su relación con su madre, Sofía Andreievna, era peor, y con la mayoría de sus hermanos casi ni se hablaba. Poco a poco se fue volviendo más “tolstoiana”. Menos mundana.  En la Gran Guerra armó refugios para los soldados rusos heridos, y trabajó allí como organizadora, enfermera, confidente, lectora y escribiente. Luego, en la revolución del 17 y después, se alió con los “blancos” y colaboró con ellos en sus guerras contra los “rojos”. Fue encarcelada, perseguida, se opuso firmemente a Stalin y a sus subalternos, y huyó a Japón en el 29. De allí se fue a Estados Unidos, donde compró una hacienda al norte de Nueva York, “Reed Farm”, que convirtió en un inmenso centro de refugiados rusos en el que, entre tantos otros, pasaron Igor Stravinski y Vladimir Nabokov. Allí hablaba de Tolstoi, leía a Tolstoi y debatía sobre Tolstoi. A fin de cuentas, para ella la tranquilidad también era una bajeza moral.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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Me es imperativo volver sobre Tolstoi, Fernando, sobre todo esperando que su ejemplo imperecedero de honestidad, dignidad, deje o haga huella en nuestros escritores; para que entiendan y valoren lo que es la dignidad, repito, la misma que muchos conculcan en aras de sus intereses mezquinos.
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1) Mucha tinta ha corrido sobre la vida de este gran hombre, pintores como el ruso Iliá Yefímovich Repin (1844-1930) lo inmortalizó en sus lienzos. Trotsky tiene un escrito memorable sobre Tolstoi en el que, cuando el escritor cumple ochenta años lo saluda, elogiando su literatura como un fresco social tan desgarrador como inigualable que desmenuza, sin concesiones, el estado de conciencia de la sociedad. En su famoso ensayo sobre Tolstoi, “El erizo y la zorra”, Isaiah Berlín nos dice que…,
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2) cuando Tolstoi se fugó de la casa familiar sin avisarle a nadie -salvo a su hija Sasha, a quien le pidió que lo acompañara-, estaba enfermo de neumonía. Su temperatura oscilaba entre los 39,6 grados y los 40 grados. Se fueron en un tren y muy pronto todos los pasajeros se enteraron de que Tolstoi viajaba con ellos y acudieron en masa a verlo. Sasha les rogó que se fueran para que su padre pudiera descansar. Apenas circulaba el aire en los vagones llenos de humo.
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3) El zar Nicolás II había despachado también a varios policías de civil para que averiguaran las verdaderas intenciones de un pacifista venerado por los campesinos, al que la Iglesia ortodoxa acababa de excomulgar negándole los sacramentos y el entierro religioso. En sus últimos años, Tolstoi, rodeado de una suerte de discípulos, que apuntaban con celo mensajes como éste: “Dios no es amor, pero cuanto más amor hay en el hombre, más se hace manifiesto en él, y más verdaderamente existe”.
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