Porque me he dado cuenta de que no hay una felicidad, sino millones y miles de millones de felicidades, pero nos la venden como una, sola, indivisible, definible, absoluta e inalterable, y por esa misma vía, por esa misma razón, tampoco hay un arte ni una justicia ni una literatura ni un periodismo, sino artistas o escritores o gente que intenta o no impartir justicia, ni hay un solo amor, sino múltiples amores con sus respectivos dolores y sus grises y sus ineludibles odios, pues a la larga y en el fondo, hablando de amores, algo de odio y muchos odios se esconden en cada amor, y nos gritan y nos hieren y nos advierten que ahí están, que jamás desaparecerán, que ellos son uno de los tantos precios que tendremos que pagar por amar, pues hay una cuenta por cobrarle a quien nos lleva a amarlo, y esa cuenta nunca se termina de pagar.
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Porque me he dado cuenta de que no hay una felicidad, sino millones y miles de millones de felicidades, pero nos la venden como una, sola, indivisible, definible, absoluta e inalterable, y por esa misma vía, por esa misma razón, tampoco hay un arte ni una justicia ni una literatura ni un periodismo, sino artistas o escritores o gente que intenta o no impartir justicia, ni hay un solo amor, sino múltiples amores con sus respectivos dolores y sus grises y sus ineludibles odios, pues a la larga y en el fondo, hablando de amores, algo de odio y muchos odios se esconden en cada amor, y nos gritan y nos hieren y nos advierten que ahí están, que jamás desaparecerán, que ellos son uno de los tantos precios que tendremos que pagar por amar, pues hay una cuenta por cobrarle a quien nos lleva a amarlo, y esa cuenta nunca se termina de pagar.
Tal vez, a la columna del deber de esa cuenta van a caer los pequeños rencores de todos los días, e incluso las pequeñas y las grandes venganzas, porque la crema de dientes que no cerró a quien amamos, o la salsa de tomate que se le chorreó, o las furias y las salidas de tono sin explicación, las llegadas tarde de los viernes o sus silencios y sus esporádicas noches de indiferencia no son lo grave, no son lo que provoca tantas y tan variadas molestias, sino la cuenta, esa cuenta que va por lo bajo y que quizá jamás admitiremos porque ni siquiera la comprendemos, esa cuenta que va creciendo minuto a minuto y hora tras hora hasta transformarse en un monstruo sin nombre que más tarde o más temprano nos llevará a la venganza o a algo que se le parezca, o a vengarnos con el amor y desde él.
No hay amores sin odios ni odios sin amores, a menos de que logremos convertir nuestras pulsiones y sentimientos en razón y en voluntad de entender. Si amamos cual protagonistas de película rosa, dependemos. Si amamos a ciegas y vamos a ciegas porque el amor es nuestra única guía y la razón de ser de nuestra vida, como nos lo repiten en los folletines de época, estamos abocados a perder parte, gran parte o toda nuestra autenticidad. Si amamos al estilo de las telenovelas, quedamos sometidos a la eterna condena de ser, hasta cierto punto, para quien amamos y viceversa, y nos encadenamos uno al otro para darle vueltas a la nada una y cientos de miles de veces. Si amamos, en fin, como los avisos de publicidad y la mayoría de canciones nos inculcaron que debíamos amar, pues el amor vende, no lo dudemos, en algún momento, si entramos en razón, culparemos a nuestro objeto de amor, y pasaremos de la culpa al odio.