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Si uno mira a un lado, se encuentra con una ministra que habla de la importancia del Producto Interno Bruto, y por lo tanto, de las mediciones, y de la necesidad de incluir en esas mediciones a los patrimonios culturales y las manifestaciones artísticas, y voltea uno hacia otra parte, y se encuentra con vallas de publicidad pagadas con nuestras platas, pero que le hacen publicidad a un alcalde o a un presidente y a sus obras, todas medibles en kilómetros o en sistemas creados para cuantificar, unas y otras y las de más allá, casi imposibles de demostrar. Los resultados, las mediciones, sean verdad o mentira, nos han invadido. Sin que los podamos cuestionar, pues en la práctica son poco menos que incuestionables, se han convertido en la gran verdad de nuestros tiempos. En la moral.
Vivimos por ellos y para ellos en una infinita espiral de números. Cuántos kilómetros de carreteras construiste, cuánto de maravilloso es tu gobierno. Cuántos dividendos arrojaste el año pasado en tu gestión, cuánto buen gerente eres. Cuántos libros, o cuadros o discos vendiste, tantos elogios vas a recibir en los diarios y revistas. Cuántos ladrillos lograste poner en una semana, cuánto te van a pagar. Por las cantidades, por los resultados, la calidad de esto o aquello se volvió obsoleta. Ya no importa qué tipo de educación impartes en una escuela, sino cuántos salones tienes, y si vamos más allá, cuántos computadores hay y cuál es la velocidad de la conexión. ¿Para qué? Mejor ni preguntes, para que no te ridiculicen tachándote de idealista o hippie o de algo similar, que en últimas hoy suena a cuestiones de antes de la guerra.
Es más, no indagues por propósitos, sentidos o por las consecuencias de una acción, que todo eso está pasado de moda. No cabe dentro de ningún sistema de mediciones y resultados. Es anacrónico. Sigue la corriente, piensa como los demás, promociónate, como los demás, matricúlate en uno, dos o cinco de los activismos de moda, todos menos el del pensamiento, y habla de “ismos” y comparte “ismos” en tus redes sociales para que te den likes una y un millón de veces, y lincha ahí mismo a quien no comparte tus “ismos”. Si te interrogan sobre alguna consecuencia de todo lo que haces, entierra tu cabeza en tu celular y cuéntale al impertinente que llegaste a tantos cientos de miles de seguidores.