Las maneras de ver y vivir de Charles Bukowski
Fernando Araújo Vélez
Tal vez fueron las golpizas de su padre y su largo viaje desde Alemania hasta los Estados Unidos, por allá a comienzos de los años 20, y ser alemán y hablar con acento alemán. Tal vez fueron las cicatrices en la piel y las burlas de sus compañeros de escuela, y hablar con acento alemán en un tiempo en lo que todo lo alemán era guerra, y era deseos de guerra, y era muerte y era dominio y miedo y falso orgullo. Tal vez fue la eterna paciencia de su madre, y su madre, y su modo de hablar como si tuviera una y todas las verdades del mundo. Tal vez fue el primer sorbo de whisky, que lo llevó a vivir otras vidas, y el primer cigarrillo, que lo matriculó en la escuela de la vida adulta. Tal vez fue haber leído a Diógenes y buscar, como él, al hombre, al humano y su individualidad, su particularidad, y decir en tono lento, siempre lento, como él, “busco un hombre”.
Tal vez fue porque una noche se encontró con una novela de Knut Hamsun que se llamaba Hambre y relataba la historia de un escritor que vivía casi que para esperar a que le pagaran por sus textos en los periódicos y revistas, y un día se robó unas cuantas y dijo que acababa de vivir su primera pequeña y gran caída. Tal vez fue porque él una tarde se cansó de que su padre lo insultara y le diera correazos, y lo tumbó con un puñetazo, y cuando vio que no se levantaba le dijo que era un cobarde, que se parara, que se atreviera, y aquella fue su primera pequeña y gran caída. Tal vez fue porque siempre decía “no lo intentes”, fuera eso lo que significara, y aunque de alguna manera él hubiera intentado ser aquel hombre que buscaba Diógenes, un ser humano sin horarios, convenciones ni jefes que lo mandaran ni súbditos a quienes mandar.
Tal vez fue porque para él lo importante no era tanto ver, sino la manera de ver, y tal vez fue porque llegó a la conclusión de que había que “morir unas cuantas veces antes de poder vivir de verdad”. Tal vez fue porque se cuidó de aquellos que lo halagaban, pues estaba convencido de que halagaban porque eran ellos los que necesitaban halagos, y comprendió que los que más odiaban eran los que predicaban el amor, y los que predicaban la paz eran los principales guerreristas. Tal vez fueron sus años de cartero, llevando y trayendo noticias, imaginando dramas, confesiones, cuentas por pagar y cuitas de amores y de desamores, o su vagabundear año tras año hasta llegar a diez por barrios bajos de altas ciudades. Tal vez fue por todo esto y mucho más que Charles Bukowski se atrevió a huir de la gente para leer y escribir, y que leyó y escribió para ser él, y fue él por ser él, “no por la fama ni el dinero”.
Tal vez fueron las golpizas de su padre y su largo viaje desde Alemania hasta los Estados Unidos, por allá a comienzos de los años 20, y ser alemán y hablar con acento alemán. Tal vez fueron las cicatrices en la piel y las burlas de sus compañeros de escuela, y hablar con acento alemán en un tiempo en lo que todo lo alemán era guerra, y era deseos de guerra, y era muerte y era dominio y miedo y falso orgullo. Tal vez fue la eterna paciencia de su madre, y su madre, y su modo de hablar como si tuviera una y todas las verdades del mundo. Tal vez fue el primer sorbo de whisky, que lo llevó a vivir otras vidas, y el primer cigarrillo, que lo matriculó en la escuela de la vida adulta. Tal vez fue haber leído a Diógenes y buscar, como él, al hombre, al humano y su individualidad, su particularidad, y decir en tono lento, siempre lento, como él, “busco un hombre”.
Tal vez fue porque una noche se encontró con una novela de Knut Hamsun que se llamaba Hambre y relataba la historia de un escritor que vivía casi que para esperar a que le pagaran por sus textos en los periódicos y revistas, y un día se robó unas cuantas y dijo que acababa de vivir su primera pequeña y gran caída. Tal vez fue porque él una tarde se cansó de que su padre lo insultara y le diera correazos, y lo tumbó con un puñetazo, y cuando vio que no se levantaba le dijo que era un cobarde, que se parara, que se atreviera, y aquella fue su primera pequeña y gran caída. Tal vez fue porque siempre decía “no lo intentes”, fuera eso lo que significara, y aunque de alguna manera él hubiera intentado ser aquel hombre que buscaba Diógenes, un ser humano sin horarios, convenciones ni jefes que lo mandaran ni súbditos a quienes mandar.
Tal vez fue porque para él lo importante no era tanto ver, sino la manera de ver, y tal vez fue porque llegó a la conclusión de que había que “morir unas cuantas veces antes de poder vivir de verdad”. Tal vez fue porque se cuidó de aquellos que lo halagaban, pues estaba convencido de que halagaban porque eran ellos los que necesitaban halagos, y comprendió que los que más odiaban eran los que predicaban el amor, y los que predicaban la paz eran los principales guerreristas. Tal vez fueron sus años de cartero, llevando y trayendo noticias, imaginando dramas, confesiones, cuentas por pagar y cuitas de amores y de desamores, o su vagabundear año tras año hasta llegar a diez por barrios bajos de altas ciudades. Tal vez fue por todo esto y mucho más que Charles Bukowski se atrevió a huir de la gente para leer y escribir, y que leyó y escribió para ser él, y fue él por ser él, “no por la fama ni el dinero”.