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Los saltos del azar de Julio Cortázar

Fernando Araújo Vélez
08 de diciembre de 2024 - 11:10 a. m.
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Julio Cortázar recordaba a menudo que nació en Bruselas por una casualidad de trabajos diplomáticos de su padre, y que cuando llegó a Buenos Aires, a los cuatro años, en el año 19 del siglo XX, hablaba más en francés que en español, y nunca se pudo sacar la pronunciación de la rrrrrr corrida, que repetía todas las mañanas cuando salía desde su casa en el suburbio de Banfield hacia la escuela, y brincaba y corría por las aceras en un camino que él había diseñado y que le daba o le quitaba suerte. Al final, su buen o mal día terminaba dependiendo de que él lograra dar un salto y caer en su piedra favorita o no. Entonces, sus erres eran más o eran menos pronunciadas, y sus juegos, más o menos emocionantes. De aquellos laberintos que él inventaba y de sus brincos en una pierna o en dos surgió el título de Rayuela, una novela que en el fondo fue una larga errrre compuesta de infinidad de juegos.

Él mismo explicó 20 años después de que Rayuela se publicara a comienzos de los 60 que la gran locura de aquella novela se le había ocurrido jugando. Pese a que los críticos se habían inventado un montón de teorías sobre por qué y cómo y para qué,  él había decidido presentar su libro con dos lecturas distintas y un orden casi que aleatorio. Una tarde, Cortázar se fue a la casa de un amigo, Eduardo Jonquières, y tiró en el piso todos los capítulos que había escrito, cada uno abrochado con un gancho. “Y empecé a pasearme por entre los capítulos dejando pequeñas calles y dejándome llevar por líneas de fuerza: allí donde el final de un capítulo enlazaba bien con un fragmento que era por ejemplo un poema de Octavio Paz, inmediatamente le ponía un par de números y los iba enlazando, armando un paquete que prácticamente no modifiqué”.

El azar lo ayudó y él permitió que el azar siguiera delineando su destino, entre la vida y sus textos. A fin de cuentas, siempre se mostró más partidario de las excepciones que de las reglas, y creía que a veces las grandes soluciones llegaban por un salto, una intuición, la suerte o la casualidad. Más de una vez puso de ejemplo a los orientales, que habían hecho caso omiso del método en asuntos como la muerte y se habían liberado de ella, “lo que nosotros buscamos discursivamente, filosóficamente, se resuelve para el oriental en una especie de salto”. Él había dado saltos desde niño, en sus rayuelas mentales o con los gatos, perros, loros y tortugas que vivían en su casa, y después, tocando el piano o una trompeta, cantando y jugando a ser “El perseguidor” de su cuento, y escribiendo, “para saltar fuera del tiempo, desde luego en un plano que no sería el de la vida cotidiana”.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

gregorio(41600)10 de diciembre de 2024 - 05:15 p. m.
.......con abundante reconocimiento público.
gregorio(41600)10 de diciembre de 2024 - 05:14 p. m.
A mi parecer,solo a mi parecer, pretender emitir juicios "objetivos" sobre obras literarias, de cine,pintura no es correcto.En la fila de un cine,le pregunto a alguien que acaba de ver la pelicula: que tal la peli?.Nooo hermano no gaste su plata.Entro la veo y me gusta.Igual con los libros.La opinion personal,como nos afecta,como cuestiona o avala nuestros conceptos,esa es muy válida.A veces,enfrentamos estas obras imbuidos de forma imperceptible por las opiniones de ciudadanos ......
Maribel(27840)09 de diciembre de 2024 - 01:38 p. m.
Rayuela me parece una novela buena y machista hasta los tuétanos, lastima.
William(16260)08 de diciembre de 2024 - 07:58 p. m.
Maravilloso . Totalmente de acuerdo
Edgar(40706)08 de diciembre de 2024 - 03:39 p. m.
Lo comparto totalmente.
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