El otro día, de repente y mientras intentaba huir del ruido, me encontré con un montón de momentos que había coleccionado en la vida y con otro montón de discos y de libros que eran recuerdos y habían creado parte de esos momentos, y eran historias y eran sabiduría, y decidí volver hacia atrás, sumergirme en canciones que me dijeran cosas como una de Silvio Rodríguez en la que hablaba de que había tantas luces en la sala, y tantas voces que nos llamaban que no se oía nada, y quise no oír ninguna de esas tantas voces de la calle ni de los medios ni de las redes sociales y apreté el puño cuando logré comprender que menos, la mayoría de las veces era más, pero que el ‘menos’ no vendía, así de sencillo, mientras que el ‘más’ era la multiplicación infinita de los millones.
Empecé a concluir que el ‘más’ era uno de nuestros signos sagrados en estos tiempos, y que cada vez buscamos más millones, y que hay más gente, somos más. Y que vivimos más de prisa y compramos más, y dependemos de más aprobaciones y trabajamos o vivimos para tener más clicks, y nos valoran con más mediciones, y estamos inundados de más activismos, y en fin. La cantidad hace tiempo que desplazó a la cualidad, y la inmediatez, al desprevenido encanto de la lentitud. Por el “más”, nos volvimos robots de carne y hueso, y por ese mismo “más”, al cabo de unos cuantos años seremos casi que absolutamente reemplazados por robots hechos a la imagen y la medida de los promotores de ese “más”.
Por el “más”, nos convencimos de que la sensibilidad, las emociones, sentimientos y todos sus sinónimos y derivados deberían ser nuestras grandes virtudes, y que debemos vivir para ser “más” sensibles, y volver esa sensibilidad un propósito de vida, como lo pregonan de una u otra manera varios políticos, sus agentes de comunicaciones y los publicistas que en el mundo han sido y siguen siendo. Por ese “más”, que en el fondo es el “más” de las ventas y los votos, dejamos a un lado los mayores “menos” de estos días, o sea, la razón, la sabiduría y la voluntad y la fuerza de crear y de construir, y prácticamente abandonamos la dignidad de acostarnos a dormir todas las noches orgullosos de haber hecho, más que de haber sentido, y de levantarnos en las mañanas con el objetivo de pensar, crear, hacer, mucho más que de sentir y solo sentir.
El otro día, de repente y mientras intentaba huir del ruido, me encontré con un montón de momentos que había coleccionado en la vida y con otro montón de discos y de libros que eran recuerdos y habían creado parte de esos momentos, y eran historias y eran sabiduría, y decidí volver hacia atrás, sumergirme en canciones que me dijeran cosas como una de Silvio Rodríguez en la que hablaba de que había tantas luces en la sala, y tantas voces que nos llamaban que no se oía nada, y quise no oír ninguna de esas tantas voces de la calle ni de los medios ni de las redes sociales y apreté el puño cuando logré comprender que menos, la mayoría de las veces era más, pero que el ‘menos’ no vendía, así de sencillo, mientras que el ‘más’ era la multiplicación infinita de los millones.
Empecé a concluir que el ‘más’ era uno de nuestros signos sagrados en estos tiempos, y que cada vez buscamos más millones, y que hay más gente, somos más. Y que vivimos más de prisa y compramos más, y dependemos de más aprobaciones y trabajamos o vivimos para tener más clicks, y nos valoran con más mediciones, y estamos inundados de más activismos, y en fin. La cantidad hace tiempo que desplazó a la cualidad, y la inmediatez, al desprevenido encanto de la lentitud. Por el “más”, nos volvimos robots de carne y hueso, y por ese mismo “más”, al cabo de unos cuantos años seremos casi que absolutamente reemplazados por robots hechos a la imagen y la medida de los promotores de ese “más”.
Por el “más”, nos convencimos de que la sensibilidad, las emociones, sentimientos y todos sus sinónimos y derivados deberían ser nuestras grandes virtudes, y que debemos vivir para ser “más” sensibles, y volver esa sensibilidad un propósito de vida, como lo pregonan de una u otra manera varios políticos, sus agentes de comunicaciones y los publicistas que en el mundo han sido y siguen siendo. Por ese “más”, que en el fondo es el “más” de las ventas y los votos, dejamos a un lado los mayores “menos” de estos días, o sea, la razón, la sabiduría y la voluntad y la fuerza de crear y de construir, y prácticamente abandonamos la dignidad de acostarnos a dormir todas las noches orgullosos de haber hecho, más que de haber sentido, y de levantarnos en las mañanas con el objetivo de pensar, crear, hacer, mucho más que de sentir y solo sentir.