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Somos nosotros con nuestras debilidades y sus decenas de matices, quienes nos vendemos, quienes creemos que solo por haber nacido nos lo merecemos todo, quienes nos hemos convencido de que el otro, todos los otros, están para solucionarnos nuestros dolores, y somos nosotros quienes le seguimos el juego a esa infinita rueda de intereses, transacciones, necesidad de aprobación y autopromoción en la que se han convertido las relaciones humanas. Somos nosotros los que nos subimos en pedestales de barro y olvidamos nuestra mortalidad, y los que, mareados por un efímero éxito decidido por los demás, sentenciamos lo que es justo y lo que no, lo que debe ser y lo que no, sin detenernos a pensar que la justicia y la historia han sido y son una construcción de todos y que, por eso mismo, todos somos responsables de ellas y del futuro.
Somos nosotros los que nos dejamos comprar, los que nos desvivimos por cargos, salarios y premios, y quienes incluso lloramos si no nos los dan, y quienes no caemos en cuenta de que, casi siempre, detrás de un nombramiento, un premio o un ascenso hay un alguien con quien tendremos que estar eternamente en deuda. Somos nosotros los que pedimos y pedimos y nos hipotecamos con cada petición, y quienes exigimos que haya cambios de constituciones y leyes, de todas las leyes, de instituciones y gobiernos, de nombres, palabras, colores, monumentos e himnos y de un infinito etcétera, tal vez porque no somos capaces de vivir con plenitud. Somos nosotros, sí, los que buscamos y demandamos que el mundo le dé sentido a nuestra vida, y que el mundo nos solucione la angustia o la tristeza y nos dé de comer.
Somos nosotros los que nos aferramos al amor, pues no somos capaces de ser nosotros mismos ni de estar con nosotros, y el amor, o sea el otro, tiene que proveernos de felicidad, sea la que sea, y de protección y tiempo y cosas, y somos nosotros los que nos ahogamos en amistades de papel y las llenamos de diminutivos, disminuyéndolas, porque las palabras y los nombres que son y como son no nos gustan, pues suenan muy duro. Somos nosotros los que pretendemos que el trabajo sea un asunto de horarios y cuotas, y no de descubrimientos, capacidades y liberación. Somos nosotros los que excluimos al que es y piensa distinto, pues no tenemos la fuerza para admitir que gran parte de la sabiduría que lleva a los acuerdos y a construir sociedades solo surge de disensos y contradicciones, y aunque nos cueste entenderlo, somos y seremos nosotros los que tendremos que lidiar con el odio y el incendio que hemos ido creando.