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Patas de hojalata

Fernando Araújo Vélez
01 de julio de 2023 - 11:00 p. m.

Y un día cualquiera, casi sin darnos cuenta, llegamos al momento en el que la meta y todas las metas fueron el éxito, y el éxito podía y debía contarse en medallas, el reverso de la guerra, como decía y cantaba Luis Eduardo Aute. Al instante en el que las medallas fueron un resultado para mostrar, y a los años en los que solo vivimos para mostrar, y por mostrar hicimos cualquier cosa para coleccionar lustrosas victorias. Un día cualquiera como hoy, llegamos a los tiempos en los que la moral se redujo a las mediciones y a los linchamientos, o en pocas palabras, al miedo, y nos encontramos inmersos en la suprema hora de estar dominados por el temor, pánico, terror de perder ante los demás y que esos demás nos tildaran de fracasados, y por fracasados, o por pensar diferente, o por ignorarlos, o por intentar ser y buscar algo de autenticidad, nos señalaran con sus lapidarios clics y nos sacaran de sus redes.

Un día cualquiera nos despertamos convertidos en escarabajos mecánicos y le dimos tres golpes a nuestras patas de hojalata oxidada y comprobamos así y una vez más que aún podíamos funcionar, que era como decir repetir, copiar, cumplir. Un día cualquiera, semanas más tarde, copiando y repitiendo, nos dimos cuenta de que cometíamos los mismos errores que cometían todos los demás y que por eso ninguno le creía a ninguno, y por querer remediarlo un poco fuimos comprendiendo entonces que a todos nos faltaba el mismo tornillo y ya estaba descontinuado, pero no nos importó. Otro día, más acá, tarareamos al pasar una muy vieja canción, pero tuvimos que callarnos a los dos segundos, pues una muchedumbre vestida a la moda de la marginalidad empezó a mirarnos con desprecio y a chiflarnos al son de una melodía muy a la moda de las últimas modas.

Cuando volvió el silencio, en el que se lograban percibir diminutos pitidos metálicos y lejanos ladridos huecos y acompasados, una señora de otros tiempos nos explicó en secreto de que nuestra tonada no hacía parte de las listas de las canciones dignas de tararearse, y menos, de las listas de las canciones más vendidas de la última semana. Un día más, pasadas dos o tres semanas, llegó un sábado cualquiera en el que quisimos escribir de prisa y a mano una frase, pues se había ido la luz en el barrio, pero en ese pequeño momento, garabateando y garabateando, caímos en cuenta de que ya no sabíamos cuál era la forma y el sentido de las letras y las palabras.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Melibea(45338)03 de julio de 2023 - 05:23 a. m.
Muy hermosa columna.Asi es de triste la existencia,sobre todo cuando nuestra felicidad y éxito no se busca en nuestra interioridad,sino en el mundo mezquino,como es el afuera.
Rosa(57807)02 de julio de 2023 - 05:04 p. m.
Fernando, amo leer sus artículos, me encantan sus metáforas y su lucidez sobre la temporalidad, su lenguaje recreativo y preciso. Gracias por decir lo que pensamos y sentimos, y que con dificultades definimos.
Gonzalo(69508)02 de julio de 2023 - 12:49 p. m.
Escritor sinigual.
Juan(3racf)02 de julio de 2023 - 02:43 a. m.
Maravillosa prosa.
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