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Treinta años después de que el barco Winnipeg atracara en Valparaíso, Chile, con dos mil y tantos refugiados republicanos españoles que habían padecido la Guerra Civil, Pablo Neruda escribía que no le importaba si la crítica borraba toda su poesía, porque el poema que “recordaba”, que era la gesta del Winnipeg, no podría borrarlo nadie. La historia la había comenzado a escribir en 1938, cuando fue nombrado cónsul del gobierno chileno de Pedro Aguirre Cerda en París. Entonces decidió hacer algo que fuera más allá de las palabras, de los elogios y los salones. “Yo voy a Francia a recoger españoles y darles el refugio de Chile, porque en mi patria manda el pueblo y este es uno de sus mandatos”, dijo en Buenos Aires, pocos días antes de partir hacia Francia, según el relato de Mario Amorós en su libro “Neruda, el príncipe de los poetas”.
Como lo escribió Pablo Picasso, “Ahora que los refugiados españoles llenan de espanto a los países totalitarios, ahora que el llanto sigue vivo en la frontera y hay hambre y pena llega Neruda en cuerpo y espíritu con su enorme angustia de poeta a continuar su apostolado. Ya no habla de la rosa, habla de la sangre”. Neruda había intentado salvar de la persecución, de la prisión, de los campos de concentración y del fusilamiento a varios españoles, entre ellos, a Miguel Hernández, a quien consideraba el gran poeta de los tiempos que corrían. No lo logró. A los anónimos, porque los tenían muy escondidos o ya habían sido ejecutados. A Hernández, porque luego de varios cruces de cartas y de dedicatorias, fue detenido en su pueblo, Orihuela, y trasladado de una cárcel a otra, Ocaña, Palencia, Alicante, hasta que falleció en la última, poco después de escribir “Cancionero y Romancero de ausencias”, que se iniciaba con “Nanas de la cebolla”.
Los sobrevivientes de la guerra que habían sido seleccionados por Neruda y algunas otras agrupaciones como el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, zarparon del puerto de Burdeos el 4 de agosto del 39, 85 años atrás. Neruda dio su parte de victoria diciendo que los viajeros iban “animados de un verdadero espíritu de sacrificio y con ansias de rehacer su vida en un ambiente de trabajo y paz”. Durante el viaje se publicaban periódicos murales con algunas de las últimas noticias, se dictaban clases para los más de 300 niños que iban a bordo y se les enseñaba a los pasajeros sobre la historia de Chile, su gente y su geografía. El dos de septiembre llegaron a Valparaíso luego de una escala en Arica donde descendieron 24 españoles. Diversas autoridades los recibieron con los himnos de Chile, de La República Española y La internacional.
Después de los actos oficiales, se largaron a cantar sus canciones, que en el fondo eran sus cantos y un canto general de y hacia Pablo Neruda.