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Ahora, que en definitiva y como pocas veces antes somos un número y nada más que un número y nos miden y medimos y nos exigen cuotas y exigimos resultados y decidimos lo que hacemos y a donde vamos y con quién y cómo por cifras y manitas sonrientes y comentarios que a su vez arrojan más cifras y más resultados. Ahora, que como seres-número o supernúmeros dejamos de pensar y cualquier tipo de análisis pasa por lo medible, no por la razón ni por los valores, pues lo medible se convirtió en lo bueno y lo malo de nuestros tiempos, que es como decir, como gritar, aullar, en la moral de nuestra época. Ahora que la moral es la cantidad y estamos marcados y determinados por cifras, y que el comienzo y el fin y el transcurso de nuestros días están salpicados, infestados de números y medidas, grados, horas, recorridos, kilómetros, velocidad.
Ahora, cuando se volvió código y mandamiento que el que lincha primero lincha dos veces, y veinte y cien y mil veces más, porque cada linchamiento se multiplica a la velocidad de la luz en las métricas de los likes, y lo que menos importa son la vida y el futuro del linchado o la justicia o el intento de justicia, que acabaron siendo reemplazados por el justicierismo implantado por todos los superhéroes que en el mundo siguen siendo. Ahora, cuando uno de los criterios de conversación y de noticia, o viceversa, y por lo tanto de eso que llaman éxito, es indignar al otro, pues la indignación vende, como vende el odio y como venden los enemigos, que para que nos indignemos más, se consiguen a la vuelta de la esquina, se encuentran allí y se confabulan para mostrarse así, como muy enemigos y muy odiables y odiantes, pues con cada insulto suman y suman y sus cuentas se quintuplican.
Ahora, cuando los motivos de indignación se reproducen por obra y gracia de lo políticamente correcto, cuando el humor ha desaparecido para darles todo su espacio a los totalitarismos, cuando solo existe la verdad de los totalizadores y de los que se llenaron de tráfico en sus redes, que son casi siempre los mismos. Ahora, cuando el que piensa y obra a su manera es condenable y condenado, aunque oigamos todo el día las palabras solidaridad y tolerancia, cuando a la voz de censura nos lanzamos contra los supuestos censores porque nadie debería callar a nadie, aunque nosotros callemos al otro todos los días y a toda hora porque no piensa como está a la moda pensar y como “debe” pensarse. Ahora, en fin, cuando nos amenazan las máquinas, las modas y el vacío, y vivimos y respiramos como supernúmeros, tal vez más que nunca sería necesario que nos sacudiéramos de tanto accesorio y tanto disfraz y empezáramos a luchar por volver a ser humanos.