Un breve manual de urgencias
Fernando Araújo Vélez
Me urge, como decía y cantaba Silvio Rodríguez a bordo de un barco pesquero, el “Playa Girón”. Me urge escribir una frase que me saque de la rutina, y más que de la rutina, de la practicidad y las mediciones que imperan por estos tiempos. Me urge constatar de nuevo que unas cuantas palabras escritas a mi manera, elegidas a mi manera y con mi ritmo, pueden ser el comienzo de un cuento o un poema, y de ser cuento o poema, pueden transformarse luego en un relato, y como relato, decir, gritar que el relato será lo que cuente en algún momento por encima de todo. Lo que quede, lo que viva, aunque parezca exagerado, porque en últimas, uno es un relato y solo eso, en vida y en muerte y más allá de la muerte. Uno es un relato y las palabras, la música, las pinceladas o los trazos en carboncillo que van formando los relatos.
A mí me urgen muchas cosas, como escribía antes. Me urge desprenderme del deber ser, del vivir según los invisibles manuales que se multiplican día tras día por donde uno va, del pensar según lo establecido, y del sentir fácil de las películas y los textos. Me urge descubrir, me urge comprender. Me urge ser capaz de dejar las envidias y los odios a un lado y para siempre, y entender esos odios y envidias. Me urge descubrir por qué odié o por qué amé, por qué me engañé y me quise engañar, para sacarlo todo afuera y que adentro nazcan cosas nuevas, nuevas y buenas, como escribía Piero, y así no me corroa el veneno. Me urge volver a leer los mismos libros que he leído una y otra vez para que me den la fuerza que alguna vez me dieron, y buscar en ellos, entre ellos, más vidas, más ideas, más caminos.
Me urge meterme en una película y cantar bajo la lluvia. Jugar por unos minutos a ser Fred Astaire, y bailar y chapotear entre los charcos hasta que el cuerpo me aguante. Ser un canto, un “Canto general”, tal vez, o parte de una novela de aquellas de 50 o más años atrás, y si no lo logro, ser uno de los personajes de alguna que yo escriba solo para poder meterme dentro de ella. Me urge aprehender la vida, contagiarme de la profunda y calma belleza de las cosas lentas, y en ese camino, olvidar para siempre los aparatos móviles, los mensajes de tanta gente con sus urgencias, las notificaciones, las supuestas sugerencias, y el incesante bombardeo de intereses cruzados. Me urge aprender a observar. Ver, captar, cerrar los ojos y memorizar y luego recordar y repetir el ciclo una y mil veces.
Me urge, en fin, cumplir conmigo y releer estas líneas todas las mañanas de todos los días de todas las semanas, hasta el punto final.
Me urge, como decía y cantaba Silvio Rodríguez a bordo de un barco pesquero, el “Playa Girón”. Me urge escribir una frase que me saque de la rutina, y más que de la rutina, de la practicidad y las mediciones que imperan por estos tiempos. Me urge constatar de nuevo que unas cuantas palabras escritas a mi manera, elegidas a mi manera y con mi ritmo, pueden ser el comienzo de un cuento o un poema, y de ser cuento o poema, pueden transformarse luego en un relato, y como relato, decir, gritar que el relato será lo que cuente en algún momento por encima de todo. Lo que quede, lo que viva, aunque parezca exagerado, porque en últimas, uno es un relato y solo eso, en vida y en muerte y más allá de la muerte. Uno es un relato y las palabras, la música, las pinceladas o los trazos en carboncillo que van formando los relatos.
A mí me urgen muchas cosas, como escribía antes. Me urge desprenderme del deber ser, del vivir según los invisibles manuales que se multiplican día tras día por donde uno va, del pensar según lo establecido, y del sentir fácil de las películas y los textos. Me urge descubrir, me urge comprender. Me urge ser capaz de dejar las envidias y los odios a un lado y para siempre, y entender esos odios y envidias. Me urge descubrir por qué odié o por qué amé, por qué me engañé y me quise engañar, para sacarlo todo afuera y que adentro nazcan cosas nuevas, nuevas y buenas, como escribía Piero, y así no me corroa el veneno. Me urge volver a leer los mismos libros que he leído una y otra vez para que me den la fuerza que alguna vez me dieron, y buscar en ellos, entre ellos, más vidas, más ideas, más caminos.
Me urge meterme en una película y cantar bajo la lluvia. Jugar por unos minutos a ser Fred Astaire, y bailar y chapotear entre los charcos hasta que el cuerpo me aguante. Ser un canto, un “Canto general”, tal vez, o parte de una novela de aquellas de 50 o más años atrás, y si no lo logro, ser uno de los personajes de alguna que yo escriba solo para poder meterme dentro de ella. Me urge aprehender la vida, contagiarme de la profunda y calma belleza de las cosas lentas, y en ese camino, olvidar para siempre los aparatos móviles, los mensajes de tanta gente con sus urgencias, las notificaciones, las supuestas sugerencias, y el incesante bombardeo de intereses cruzados. Me urge aprender a observar. Ver, captar, cerrar los ojos y memorizar y luego recordar y repetir el ciclo una y mil veces.
Me urge, en fin, cumplir conmigo y releer estas líneas todas las mañanas de todos los días de todas las semanas, hasta el punto final.