Cada vez me convenzo más de que, por lo general, lo poco es mucho, de que, como decían por ahí, menos es más, y voy tratando de rescatar esos detalles de todos los días, que repetidos una y otra vez van marcando las grandes diferencias. Cada vez compruebo más que lo pequeño que hagamos un día será lo inmenso en unos meses o en algunos años, que los momentos que quedan para siempre son esos detalles, “detalles tan pequeños de los dos, son cosas muy grandes para olvidar”, como cantaba Roberto Carlos hace ya varios, demasiados años, y que la vida es esa suma de cosas y palabras diminutas que a veces ni siquiera recordamos, “Un diminuto instante en el vivir”, para recordar otra canción y a Silvio Rodríguez.
Esos diminutos instantes son aquellas frases sueltas de una tarde, o cualquier mirada extraviada y una imagen perdida en alguna película supuestamente intrascendente, la estrofa de una canción y la escena de una novela, o un personaje sin aparente destino que cruzó a nuestro lado y se volteó a mirarnos nada más al pasar, quizá porque para él nosotros también pudimos ser un detalle, un recuerdo, una simple imagen que se encadenó a su larga lista de pequeñas cosas. Esos diminutos instantes, ese montón de partículas casi invisibles, esas cosas mínimas, nuestros detalles y los detalles de todos, tal vez fueron alguna vez el origen de quienes somos, la primera mirada, o “la mirada original”, como escribía Yukio Mishima.
Porque un beso, por ejemplo, o el deseo de un simple beso, jamás se queda en ese beso. Porque un amor, así sea uno de esos amores imposibles, nunca se queda en imposible. Y cada obra surgió de una idea, de una primera imagen, de un sencillo soplo, y a aquella idea primigenia se le fueron uniendo una y otra idea y una más, y cientos de otras ideas que a su vez fueron las miradas originales de un alguien. Todo surgió de un origen, todo fue desarrollo. Todo, evolución, incluso el estatismo y la gran mayoría de nuestras pasiones, que también provienen de una mirada de origen, como eso que llamamos intuición, como aquellas reacciones que no sabemos de dónde salieron y como todo este cúmulo de palabras regadas en este texto.
Cada vez me convenzo más de que, por lo general, lo poco es mucho, de que, como decían por ahí, menos es más, y voy tratando de rescatar esos detalles de todos los días, que repetidos una y otra vez van marcando las grandes diferencias. Cada vez compruebo más que lo pequeño que hagamos un día será lo inmenso en unos meses o en algunos años, que los momentos que quedan para siempre son esos detalles, “detalles tan pequeños de los dos, son cosas muy grandes para olvidar”, como cantaba Roberto Carlos hace ya varios, demasiados años, y que la vida es esa suma de cosas y palabras diminutas que a veces ni siquiera recordamos, “Un diminuto instante en el vivir”, para recordar otra canción y a Silvio Rodríguez.
Esos diminutos instantes son aquellas frases sueltas de una tarde, o cualquier mirada extraviada y una imagen perdida en alguna película supuestamente intrascendente, la estrofa de una canción y la escena de una novela, o un personaje sin aparente destino que cruzó a nuestro lado y se volteó a mirarnos nada más al pasar, quizá porque para él nosotros también pudimos ser un detalle, un recuerdo, una simple imagen que se encadenó a su larga lista de pequeñas cosas. Esos diminutos instantes, ese montón de partículas casi invisibles, esas cosas mínimas, nuestros detalles y los detalles de todos, tal vez fueron alguna vez el origen de quienes somos, la primera mirada, o “la mirada original”, como escribía Yukio Mishima.
Porque un beso, por ejemplo, o el deseo de un simple beso, jamás se queda en ese beso. Porque un amor, así sea uno de esos amores imposibles, nunca se queda en imposible. Y cada obra surgió de una idea, de una primera imagen, de un sencillo soplo, y a aquella idea primigenia se le fueron uniendo una y otra idea y una más, y cientos de otras ideas que a su vez fueron las miradas originales de un alguien. Todo surgió de un origen, todo fue desarrollo. Todo, evolución, incluso el estatismo y la gran mayoría de nuestras pasiones, que también provienen de una mirada de origen, como eso que llamamos intuición, como aquellas reacciones que no sabemos de dónde salieron y como todo este cúmulo de palabras regadas en este texto.