Voy buscando un camino que me lleve a otros caminos para estar en un permanente descubrir de luces y sombras, de colores y paisajes, de piedras y huecos y de gente, y por ahí, entre tanta búsqueda, que me deje al borde de un riachuelo cualquiera y me inunde de palabras hechas y por hacer y de imágenes que me permitan encontrar una idea. Una idea. Una idea es todo lo que pretendo. Una idea en su estado más puro. Una idea sin ningún tipo de contaminación, diáfana, valiosa por sí y en sí misma, alejada de los intereses y las conveniencias y el proselitismo, de los activismos casi siempre interesados y las infinitas influencias a las que estamos sometidos día tras día, hora y minuto y segundo tras segundo.
Una idea y nada más que eso, tal vez para celebrar que tuve una idea, o para escribirla, borrarla y volverla a escribir, o para pintarla aunque jamás haya tomado un pincel entre mis manos. Una idea, y tratar de ponerle algo de música, o dejarla quieta unos cuantos días y ver al cabo del tiempo cuánto cambió y cuánto cambié yo por ella y con ella. Una idea, y bailar al son de sus destellos, y entre destello y destello, ir comprendiendo que una idea vale más que todo el oro del Perú, y que digan lo que digan los inmediatistas y resultadistas, los promotores de los horarios de trabajo, de las mediciones, las fórmulas y los manuales, el primer paso de los millones de pasos que necesitamos para construir cualquier proyecto es, precisamente, una idea.
Una idea a la una de la madrugada, a las dos y cuarto o a las cuatro de la tarde. Una idea desnuda, y vestirla y desnudarla y darle vueltas, y que sea un todo y que de ahí pase a ser casi la nada. Una idea que suene como un alarido aunque apenas haya surgido como un murmullo. Una idea de dulce, de dulce y de sal, y que de la dulzura y la sal pase a la amargura, y que incluso roce por momentos el estado del más profundo vacío. Una idea que no tenga precio, que no sea un objeto de usura ni moneda de cambio para los mercachifles, porque lo que tiene valor, como decía un filósofo, no tiene precio. Voy en busca de una idea, sólo de una idea, porque en este mundo en que hasta la felicidad la volvieron fórmula, una idea es todo lo que yo necesito para sentirme pleno.
Voy buscando un camino que me lleve a otros caminos para estar en un permanente descubrir de luces y sombras, de colores y paisajes, de piedras y huecos y de gente, y por ahí, entre tanta búsqueda, que me deje al borde de un riachuelo cualquiera y me inunde de palabras hechas y por hacer y de imágenes que me permitan encontrar una idea. Una idea. Una idea es todo lo que pretendo. Una idea en su estado más puro. Una idea sin ningún tipo de contaminación, diáfana, valiosa por sí y en sí misma, alejada de los intereses y las conveniencias y el proselitismo, de los activismos casi siempre interesados y las infinitas influencias a las que estamos sometidos día tras día, hora y minuto y segundo tras segundo.
Una idea y nada más que eso, tal vez para celebrar que tuve una idea, o para escribirla, borrarla y volverla a escribir, o para pintarla aunque jamás haya tomado un pincel entre mis manos. Una idea, y tratar de ponerle algo de música, o dejarla quieta unos cuantos días y ver al cabo del tiempo cuánto cambió y cuánto cambié yo por ella y con ella. Una idea, y bailar al son de sus destellos, y entre destello y destello, ir comprendiendo que una idea vale más que todo el oro del Perú, y que digan lo que digan los inmediatistas y resultadistas, los promotores de los horarios de trabajo, de las mediciones, las fórmulas y los manuales, el primer paso de los millones de pasos que necesitamos para construir cualquier proyecto es, precisamente, una idea.
Una idea a la una de la madrugada, a las dos y cuarto o a las cuatro de la tarde. Una idea desnuda, y vestirla y desnudarla y darle vueltas, y que sea un todo y que de ahí pase a ser casi la nada. Una idea que suene como un alarido aunque apenas haya surgido como un murmullo. Una idea de dulce, de dulce y de sal, y que de la dulzura y la sal pase a la amargura, y que incluso roce por momentos el estado del más profundo vacío. Una idea que no tenga precio, que no sea un objeto de usura ni moneda de cambio para los mercachifles, porque lo que tiene valor, como decía un filósofo, no tiene precio. Voy en busca de una idea, sólo de una idea, porque en este mundo en que hasta la felicidad la volvieron fórmula, una idea es todo lo que yo necesito para sentirme pleno.