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Y todos estaban a la espera de Álvaro Cepeda Samudio

Fernando Araújo Vélez
03 de noviembre de 2024 - 11:10 a. m.
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Más de una vez, en aquellas horas de conversaciones y trago de las noches de Barranquilla de mitad del siglo pasado, les comentó a Alejandro Obregón y a García Márquez y a quienes estuvieran por ahí que él habría querido ser músico, y hacer películas para que su imaginación quedara expuesta y él pudiera aprehenderla, y que hubiera querido ser pintor, porque como recordaba Obregón que había dicho Picasso, “el arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. A veces confesaba que había deseado ser bibliotecario o librero, un reportero de aquellos que se la pasaban en la calle con una libreta de notas en el bolsillo, un bolígrafo y un millón de preguntas, o museógrafo y pieza de museo y espectador de la historia y recordador de esas pequeñas e inmensas fantasías de la gente que él percibía a diario.

Y decía que hubiera querido ser beisbolista como ‘Petaca’ Rodríguez o boxeador como Joe Louis, o futbolista como Garrincha, y que por eso lo persiguió a sol y sombra, y a noche y a lluvia hasta que logró entrevistarlo uno de sus días de paso por la efímera Barranquilla y se quedó mirando al infinito y más allá cuando le dijo, medio en portugués medio en español, que el garrincha era un pájaro común en Río de Janeiro cuya principal característica era que no servía para nada, como él, “yo soy un garrincha”. Una tarde admitió que le habría encantado ser vendedor de tiquetes en una estación de buses de Nueva York o Detroit y meterse en uno de sus propios cuentos, porque de alguna u otra manera, todos siempre “Estábamos a la espera”, como tituló su primer libro, y quiso ser actor para tener los sueños de los actores, y espectador, lector, transeúnte, uno y todos para tomar prestados los sueños de los actores y sus personajes, esa gente que podía soñar.

De alguna manera, fue todo aquello y mucho más. Sus amigos solían decir que escribía en cuadernos emborronados, en servilletas gastadas, en las paredes, el piso, los pupitres, detrás de las puertas e incluso, de vez en cuando, a máquina, seguramente porque como decía García Márquez, “Álvaro Cepeda Samudio no ha permanecido quieto más de una hora en toda su vida”. Una noche comentó al pasar que tenía varios cuentos para un libro, pero luego no supo dónde estaban. Con el tiempo, aquellos cuentos se volvieron un libro, o mejor, la idea de un libro: los borradores no aparecían. Cepeda susurró que tal vez se habían quedado en la guantera de una camioneta que había vendido tiempo atrás. Según García Márquez, él, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor y el mismo Cepeda tuvieron que recorrer toda la costa para encontrarla. Ahí estaban los cuentos, y estaban a la espera.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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Carlos(05507)08 de noviembre de 2024 - 01:47 a. m.
Que bacano...es un cuento!
Dagoberto(51763)05 de noviembre de 2024 - 11:35 p. m.
¡Ah grata columna!
David(26932)05 de noviembre de 2024 - 02:11 p. m.
Siempre es bueno leerlo.
Álamo(88990)05 de noviembre de 2024 - 01:02 a. m.
Gracias!! Qué hermosa columna.
Contrapunteo(18670)04 de noviembre de 2024 - 07:54 p. m.
Los apuntes de La Cueva.
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