Los sistemas no son eternos, requieren cambios y ajustes. Baste con observar el caso de China, un país comunista que, mediante ajustes a su sistema económico, ha logrado convertirse en la segunda economía del mundo. Bajo el socialismo con características chinas se han logrado metas que hace 50 años no alcanzaban siquiera la categoría del sueño. Las opiniones que al respecto ruedan insisten en afirmar que los chinos se volvieron capitalistas. Nada más equivocado. Siguen siendo fundamentalmente comunistas bajo las líneas de Marx, Lenin, Mao y los nuevos líderes. Lo interesante es que el éxito ha sido tan notable que los capitales occidentales, sin ningún miedo, se han vinculado a ese desarrollo.
Otro tanto puede decirse del Japón de la posguerra que adaptó el capitalismo occidental, pero amoldándolo a sus objetivos. Uno de los mayores logros se alcanzó mediante el acuerdo entre el trabajo y el capital en una fórmula que Miguel Urrutia llamó hace varios años un “contrato social”. Los sindicatos que habían sido tomados por la izquierda funcionaban como los mayores enemigos de las empresas. Lo que de forma inteligente hizo el partido conservador fue apropiarse de las banderas sociales de sus rivales. Se acordaron así medidas para rescatar la dignidad del pueblo: buenos empleos, salarios decentes, salud, vivienda y educación. Esto es lo que el profesor Robert Ozaki (Human Capitalism, 1991) llama el “capitalismo humano”, que es uno de los fundamentos del milagro japonés.
Tanto Japón como China por distintos caminos, pero con adaptaciones y mejoras, lograron armar nuevos sistemas económicos que los condujeron a un crecimiento destacado sin sacrificar la equidad y la justicia. Para la época en que Ozaki publicó su obra, el 95% de los japoneses se identificaban como de clase media. Hoy, en cambio, después de adoptar el modelo neoliberal, tienen un doloroso 16% de pobres. Y la China que hace 30 años contaba con un 65% de pobreza hoy se da el lujo de haberla reducido al 5%.
El desgaste y los costos sociales del neoliberalismo no admiten discusión y la crisis del modelo es mundial. Tampoco se trata de un tema novedoso. En efecto, en Davos, la meca neoliberal, desde hace más de 20 años es notoria la preocupación que se manifiesta sobre la insostenibilidad del sistema. Y los efectos que está provocando no son de poca monta, como lo dejan ver las salidas populistas que se han generado: Inglaterra, Estados Unidos, India, Italia.
Cada día es más evidente que los votantes entienden que las distancias entre los candidatos que competirán el 17 de junio no son tan lejanas. Los miedos que se habían aparentemente moderado están siendo substituidos por otro miedo igual de contraproducente porque no deja pensar a la gente: el miedo al cambio.
Los votantes que ya han demostrado madurez e independencia entienden que tenemos represadas muchas frustraciones e inequidades. La gran mayoría ha expresado que se requiere un nuevo rumbo que rescate la equidad y la dignidad. No parece razonable que los votantes callen, así sea esta una opción legítima. Pero el silencio de los líderes no se compadece con la coyuntura. Ante esto, lo mínimo que podemos esperar de las fuerzas en campaña es que sean honestas con Colombia.
Los sistemas no son eternos, requieren cambios y ajustes. Baste con observar el caso de China, un país comunista que, mediante ajustes a su sistema económico, ha logrado convertirse en la segunda economía del mundo. Bajo el socialismo con características chinas se han logrado metas que hace 50 años no alcanzaban siquiera la categoría del sueño. Las opiniones que al respecto ruedan insisten en afirmar que los chinos se volvieron capitalistas. Nada más equivocado. Siguen siendo fundamentalmente comunistas bajo las líneas de Marx, Lenin, Mao y los nuevos líderes. Lo interesante es que el éxito ha sido tan notable que los capitales occidentales, sin ningún miedo, se han vinculado a ese desarrollo.
Otro tanto puede decirse del Japón de la posguerra que adaptó el capitalismo occidental, pero amoldándolo a sus objetivos. Uno de los mayores logros se alcanzó mediante el acuerdo entre el trabajo y el capital en una fórmula que Miguel Urrutia llamó hace varios años un “contrato social”. Los sindicatos que habían sido tomados por la izquierda funcionaban como los mayores enemigos de las empresas. Lo que de forma inteligente hizo el partido conservador fue apropiarse de las banderas sociales de sus rivales. Se acordaron así medidas para rescatar la dignidad del pueblo: buenos empleos, salarios decentes, salud, vivienda y educación. Esto es lo que el profesor Robert Ozaki (Human Capitalism, 1991) llama el “capitalismo humano”, que es uno de los fundamentos del milagro japonés.
Tanto Japón como China por distintos caminos, pero con adaptaciones y mejoras, lograron armar nuevos sistemas económicos que los condujeron a un crecimiento destacado sin sacrificar la equidad y la justicia. Para la época en que Ozaki publicó su obra, el 95% de los japoneses se identificaban como de clase media. Hoy, en cambio, después de adoptar el modelo neoliberal, tienen un doloroso 16% de pobres. Y la China que hace 30 años contaba con un 65% de pobreza hoy se da el lujo de haberla reducido al 5%.
El desgaste y los costos sociales del neoliberalismo no admiten discusión y la crisis del modelo es mundial. Tampoco se trata de un tema novedoso. En efecto, en Davos, la meca neoliberal, desde hace más de 20 años es notoria la preocupación que se manifiesta sobre la insostenibilidad del sistema. Y los efectos que está provocando no son de poca monta, como lo dejan ver las salidas populistas que se han generado: Inglaterra, Estados Unidos, India, Italia.
Cada día es más evidente que los votantes entienden que las distancias entre los candidatos que competirán el 17 de junio no son tan lejanas. Los miedos que se habían aparentemente moderado están siendo substituidos por otro miedo igual de contraproducente porque no deja pensar a la gente: el miedo al cambio.
Los votantes que ya han demostrado madurez e independencia entienden que tenemos represadas muchas frustraciones e inequidades. La gran mayoría ha expresado que se requiere un nuevo rumbo que rescate la equidad y la dignidad. No parece razonable que los votantes callen, así sea esta una opción legítima. Pero el silencio de los líderes no se compadece con la coyuntura. Ante esto, lo mínimo que podemos esperar de las fuerzas en campaña es que sean honestas con Colombia.