El ramen llegó a Japón a finales del siglo XIX de la mano de cocineros chinos. Pronto se convirtió en una comida popular entre los obreros, los trabajadores nocturnos y los soldados. La segunda guerra mundial provocaría una escasez de trigo que impidió fabricar los fideos con que se hace este plato. Pasada la contienda y frente a las afugias generadas por el conflicto, se convertiría de nuevo en la tabla de salvación para los bolsillos anémicos. Superada esta etapa y ya en pleno milagro económico, el plato fue subiendo de estatus, se renovó y se hizo tan refinado que en diciembre de 2015 el restaurante Tsuta del señor Yuki Onishi recibió una estrella Michelín. Y no fue el único.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
El ramen llegó a Japón a finales del siglo XIX de la mano de cocineros chinos. Pronto se convirtió en una comida popular entre los obreros, los trabajadores nocturnos y los soldados. La segunda guerra mundial provocaría una escasez de trigo que impidió fabricar los fideos con que se hace este plato. Pasada la contienda y frente a las afugias generadas por el conflicto, se convertiría de nuevo en la tabla de salvación para los bolsillos anémicos. Superada esta etapa y ya en pleno milagro económico, el plato fue subiendo de estatus, se renovó y se hizo tan refinado que en diciembre de 2015 el restaurante Tsuta del señor Yuki Onishi recibió una estrella Michelín. Y no fue el único.
Desde los años 80, el auge de esta comida ha sido asombroso, aunque los cambios también han sido sorprendentes. Hace poco se inauguró en Tokio una calle de tres kilómetros en la que predominan los restaurantes de Ramen. Pero el éxito se debe a otro fenómeno: el empobrecimiento de los empleados japoneses que durante las últimas tres décadas han visto reducir sus ingresos seriamente y el ramen corriente, sin pretensiones y a precio reducido, se ha vuelto la salvación para el bolsillo y para la dieta. Estamos, pues, ante una paradoja en la que detrás de la popularidad del plato se esconde otra realidad social no tan próspera.
En 1989, un escándalo obligó a renunciar al primer ministro Takeshita, año en el que el panorama de la prosperidad comenzó a declinar. Lo primero en observarse fue el fraccionamiento interno del partido de gobierno, el LDP (Partido Liberal Democrático). Si bien resulta casi imposible explicar las razones de las crisis, lo cierto es que a partir de estos acontecimientos se hicieron públicos los amarres del sistema bancario y de los empresarios privados con la política. Se desencadenó una racha de falta de confianza. Los bancos japoneses que figuraban como los más poderosos del mundo, declinaron. Y los empresarios comprometidos con un sistema político corrupto tomaron las de Villadiego sacrificando su cercanía al poder que tanto los favoreció.
Tres décadas han pasado en las que el país apenas ha logrado sobreaguar. Su segundo puesto dentro de las economías mundiales ha sido sobrepasado, primero por China y hace poco por Alemania, cuyo efecto en términos del pundonor nacional ha sido tan notorio en su población que delata su desánimo. Las tazas de interés negativas han permitido que las industrias logren subsistir. Sin embargo, el precio lo ha pagado la clase media cuyos ingresos, en términos del poder adquisitivo, han disminuido permanentemente en estas tres décadas. Fenómeno acompañado de otro más grave: el aumento de la pobreza. Cuando estalló la crisis, el 95 % de la población se identificaba como de clase media. Hoy el 17 %, según el Banco Mundial, es pobre.
El PLD, enredado en sus problemas internos, no ha logrado consolidar las decisiones que le dieron lustre en la época del milagro económico. Confiado posiblemente en el apoyo de un electorado muy conservador, terminó alejándose demasiado de la gente que le ha cobrado su lejanía en las últimas elecciones en las que perdió sus mayorías. Como puede verse, nada muy distante de lo que ocurre en muchas partes en donde los partidos se han desconectado de las realidades que deberían ser el centro de sus preocupaciones.
Recuerdo una carta de María Antonieta a una prima que vivía en Londres y que descubrí en la biblioteca de la Universidad de Uppsala en Suecia. Las palabras de la reina decían que estaban pasando por un momento de insignificantes protestas. No entendió que eran el preaviso de la guillotina. Los partidos políticos ahora manifiestan los mismos síntomas. Quizás porque no han tenido que saborear el ramen.