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El magnífico Diccionario de colombianismos del Instituto Caro y Cuervo, que se puede conseguir en la Feria del Libro de Bogotá, define embolatar de la siguiente manera: “Distraer, generalmente con el fin de engañar”. No hay palabra que exprese mejor lo que hace Iván Duque con buena parte de sus propuestas: o está simplemente desorientando, o incluso busca lo contrario de lo que dice querer. Ahora que Duque ha exhibido varias vulnerabilidades —entre otras cosas, por las violentas y amenazantes efusiones de su Padrino—, es muy importante llevar a cabo la paciente tarea de desembolatar y de mostrar lo que en realidad está en juego.
Aquí hay material para muchas columnas, pero me concentro en algunos de los ejemplos más notables. Duque dice querer limpiar el sistema judicial, y para eso propone una revocatoria de las cortes. Pero no le cuenta a la opinión dos detallitos. Primero, el partido que sistemáticamente lanzó salvavidas al cartel de la toga fue el Centro Democrático (CD). Cómo se batió por ejemplo por la sagrada causa de Pretelt. Parece haber sido un amor bien correspondido. Y segundo, esa revocatoria es una oportunidad de oro para garantizarle la impunidad a todo el entorno uribista, metido en líos judiciales hasta el cogote.
Como lo ilustró, entre otros, el episodio Pretelt, una de las monedas que se usaron para transar el intercambio de favores entre políticos, altos funcionarios, particulares bien conectados y (con frecuencia) hampones fue la tierra. La gran propuesta de Duque aquí es congelar el impuesto predial por varios años. Supuestamente le preocupa la productividad. Paja: ganas de embolatar. Lo que quiere es proteger a los hacendados y a la ganadería extensiva que abriga su partido, y que encabezan una de las economías más ineficientes del mundo. No, no es una exageración, y de hecho los colombianos contamos con confesión de parte de esos mismos actores desde el CD. Esa ineficiencia proverbial, que el CD ha defendido abiertamente de múltiples maneras (incluyendo un proyecto de ley), se apoya en injusticias brutales para sobreaguar. Una de ellas es la tributaria (hay muchas más: de ahí la oposición cerval a la restitución de tierras). Como varias ciudades grandes se dieron la pela y mejoraron el recaudo del predial, resulta que comparativamente paga muchos más impuestos el dueño de una tienda de líchigo en Patio Bonito que el de miles de hectáreas y unas cuantas cabezas de ganado. Aquí la productividad no entra para nada; lo que promueve Duque es lo contrario, los intereses de gente ineficiente pero poderosa y bien conectada.
Esa es una de las muchas razones por las que Duque tampoco puede ser un candidato anticorrupción creíble. Más embolatado aún (sí, la palabra tiene otra acepción: refundido) está su supuesto centrismo. Este apasionado malqueriente de la paz está bajo la sombra de Uribe, que cree que hay muertos bien muertos. Uribe ataca con virulencia a quien se le atraviese, y sobre todo a quien hable de los problemas judiciales de su tenebroso entorno. Las amenazas de cerrar noticieros y la tolerancia con todos los Popeyes del CD siguen ahí.
Por último, Uribe dijo, y Duque repite como un loro: menos impuestos para los ricos y mejores salarios. ¿Qué creen más probable? ¿Que si gana Duque aplique la primera parte de la fórmula o la segunda? Una forma de corroborarlo es mirando la evolución del salario mínimo, el único que depende directamente de una decisión gubernamental. Claro, el problema es que aquí intervienen otros factores (inflación, etc.). No tuve tiempo de hacer las cuentas. Pero bajo Uribe los aumentos del mínimo estuvieron apenas entre uno y dos puntos por encima de la inflación, salvo en 2008 (por debajo) y 2009 (cinco puntos por encima). Bastante peor que Pastrana, que no era precisamente un adalid de los trabajadores. De nuevo, la evidencia contra Duque.