Salió muy poquita gente a la marcha de las antorchas convocada por el uribismo. Muy poquita es: decenas, máximo cientos. Qué contraste con los tiempos de gloria. Uno de los motivos para el fracaso de esa manifestación es que las razones de su convocatoria no estaban claras. Iban desde la reivindicación del triunfo del no en el plebiscito hasta la oposición al Gobierno actual. Tal falta de claridad no se debe a un problema cognitivo, sino a la naturaleza impresentable de la razón real: expresar la indignación e histeria que ha causado entre las filas de esa corriente la aceptación del horror de los falsos positivos y de otros crímenes atroces.
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Salió muy poquita gente a la marcha de las antorchas convocada por el uribismo. Muy poquita es: decenas, máximo cientos. Qué contraste con los tiempos de gloria. Uno de los motivos para el fracaso de esa manifestación es que las razones de su convocatoria no estaban claras. Iban desde la reivindicación del triunfo del no en el plebiscito hasta la oposición al Gobierno actual. Tal falta de claridad no se debe a un problema cognitivo, sino a la naturaleza impresentable de la razón real: expresar la indignación e histeria que ha causado entre las filas de esa corriente la aceptación del horror de los falsos positivos y de otros crímenes atroces.
Claro: asistieron algunos pesos pesados de la extrema derecha (a propósito: me pregunto hasta cuándo el Gobierno tolerará su doble juego, de hacer acuerdos para proteger grandes intereses pero a la vez de promover incendios). Pero no estuvieron presentes ni Uribe, quien había respaldado y promovido la propuesta, ni otros líderes que necesitan del aval de los votantes.
Espero no estar pensando con el deseo, que es el peor vicio en el que pueda incurrir cualquier analista de la política, pero creo que la marcha de las antorchas, tan promocionada, es un síntoma más del declive continuo de la extrema derecha en nuestro país. Las razones son varias. Por ejemplo, la naturaleza extraordinaria de los crímenes asociados a los gobiernos uribistas. O el hecho de que los ejercicios de verdad y memoria generados por la justicia transicional comiencen a hacer efecto. Pero hay otras, no muy bonitas ni edificantes, aunque igual inciden de manera significativa. Una de ellas es simple cansancio. El estilo violento, agresivo y gritón del que no pueden prescindir sus líderes genera irritación y rechazo a un país que quisiera oír voces de tranquilidad y de esperanza.
No hablemos ya de la degradada experiencia de gobierno. Sí: Uribe salió entre vítores, algo que requeriría muchas más explicaciones y análisis de los que tenemos. Se puede decir, un poco esquemáticamente, que producía o admiración o miedo. A propósito, contra las descaradas mentiras que nos ha querido meter recientemente, no “respetaba” los derechos humanos: los equiparaba al terrorismo y a la subversión. ¿Querrán un recordatorio de ello? Duque, en cambio, generó rabia, desdén, risa, odio. Violencia más corrupción y despelote: esa fue la fórmula prevaleciente entre 2018 y 2022, de la que la gente no se ha olvidado. No fue, claro, sólo Duque: fue también la tozuda defensa, agresiva y estigmatizante, de lo indefensible, de toda una serie de atropellos y brutalidades, desarrollada por el caudillo y la nomenklatura uribista. El malestar frente a esa retórica y a esa estética, amenazantes y siniestras, creció, mientras la admiración se encogía sin cesar.
En fin: no es, como en la versión del propio caudillo, que le hayan “expropiado su crédito”: es que él y su cauda se sobregiraron de manera descabellada. Mientras tanto, Colombia creció y cambió.
El que ahora las derechas duras estén dirigiendo la mirada hacia Barbosa simboliza bien ese desencuentro. Nunca le he prestado mucha atención a Barbosa: es un personaje de opereta. Desde su paseo a San Andrés en plena pandemia (para anunciarles a los isleños que tendrían que derretirse de la felicidad porque los visitaba el segundo funcionario más importante del país) hasta hoy, la característica de su gestión ha sido el abuso del poder. Eso sí: pequeñito, jactancioso. Seguramente sea el peso enorme de la Fiscalía lo que impide que lo pongan en su lugar. Pero, sin el cargo, el pobre diablo no es nadie.
Claro: las cosas podrían cambiar bruscamente, por ejemplo si el Gobierno comete algún error muy grande o si hay algún gran desastre que afecte la vida de amplios sectores. Pero si no me equivoco en cuanto al declive, entonces el voto de la derecha dura está al alcance de viejos y nuevos competidores.