Si no me equivoco, hace cincuenta años se dejó de distribuir (en términos humanos, “murió”) una estupenda historieta cómica, que se publicó en casi toda América Latina: El Extraño Mundo de Subuso. Era realmente ingeniosa, y tenía la capacidad de retratar muy bien, a través de una secuencia de tres o cuatro cuadros, la propensión humana a lo absurdo. El nombre sirvió de título a innumerables columnas de opinión, cuando sus autores sentían que la vida pública había tomado un giro tan bizarro que se quedaban cortos de palabras. Así que, al poner el mismo nombre a la mía, sigo una pequeña pero rica tradición.
El motivo inmediato de mi extrañeza comienza con el debate sobre la Jurisdicción Agraria. Esta figura no solo constituye una gran deuda con el campesinado colombiano, sino que tiene de hecho un potencial de estabilización y racionalización de los conflictos agrarios que podría contribuir también a la tranquilidad de los sectores más acomodados del mundo rural. Pero, apenas comenzó, la congresista Katherine Miranda salió a decir que constituía una validación de la “expropiación exprés”. El Tiempo, naturalmente, le sirvió de caja de resonancia.
Todo era tan falso como la supuesta escasez de la gasolina para los aviones, el otro seudo-escándalo del que acabábamos de salir. La ministra del ramo, así como varios juristas, demostraron que lo que estaba afirmando Miranda no era cierto. Pero esa no tiene por qué ser la única línea de defensa. Espero que la impaciencia no esté hablando por mí, pero habría también que preguntar: ¿y qué? Como lo he dicho en varias columnas, la expropiación puede ser –no lo es en todos los tiempos y lugares—una excelente herramienta para la inclusión social en el campo. Y también, cómo no, para el desarrollo: para el desarrollo capitalista, si lo quieren poner en esos términos.
También hace parte de una larga tradición de políticas públicas en Colombia, asociada no solo al Partido Liberal. No es tampoco una importación de Venezuela; es parte de un conjunto de instrumentos pensado y utilizado por dirigentes de primera línea a lo largo de la historia del país. Si el presidente Santos prometió muchas veces durante las negociaciones de paz “mantener el modelo”, esa frase tendría que implicar, si ha de tener alguna clase de sentido defendible, considerar a la expropiación como una opción real cuando y donde las circunstancias la hagan conveniente.
Hablando de Venezuela: Vargas Lleras escribe en X que la posición de Colombia sobre ese país es “un abrebocas de lo que nos puede pasar en 2026″. Se trata de una irresponsabilidad inverosímil en un político de su importancia. Si la idea es que tenemos que meternos a como dé lugar en una aventura de cambio de régimen, desde Colombia (no desde otro lugar del mundo, imaginado o deseado), entonces eso se puede discutir. Entre otras cosas porque ya se intentó, y ya conocen ustedes el desenlace. Como fuere, considerar el tema no está mal. Pero el punto no parece ser el régimen de Maduro. A mí me parece supremamente detestable, y creo que sobre eso se podría poner de acuerdo mucha gente que vive aquí (incluidos los millones de migrantes del vecino país). La cuestión es meter miedo, asustar, desestabilizar. Por eso, Vargas Lleras ni se inmutará si se le pide que sustente sus dichos. Se trata de un juego muy peligroso, con grandes costos potenciales en un país todavía lleno de materiales inflamables. Desde el punto de vista argumental, se basa en una mezcla de mala fe e imaginación mal usada. No es, pues, siquiera un abuso. Es puro Subuso.
Aunque aquí estoy incurriendo en un error, porque el buen Subuso era un señor distraído, pero buena vibra. La posibilidad de llegar a acuerdos razonables entre nosotros pasa por mantener mínimos de buena fe y de responsabilidad. No debería ser tan difícil.
Si no me equivoco, hace cincuenta años se dejó de distribuir (en términos humanos, “murió”) una estupenda historieta cómica, que se publicó en casi toda América Latina: El Extraño Mundo de Subuso. Era realmente ingeniosa, y tenía la capacidad de retratar muy bien, a través de una secuencia de tres o cuatro cuadros, la propensión humana a lo absurdo. El nombre sirvió de título a innumerables columnas de opinión, cuando sus autores sentían que la vida pública había tomado un giro tan bizarro que se quedaban cortos de palabras. Así que, al poner el mismo nombre a la mía, sigo una pequeña pero rica tradición.
El motivo inmediato de mi extrañeza comienza con el debate sobre la Jurisdicción Agraria. Esta figura no solo constituye una gran deuda con el campesinado colombiano, sino que tiene de hecho un potencial de estabilización y racionalización de los conflictos agrarios que podría contribuir también a la tranquilidad de los sectores más acomodados del mundo rural. Pero, apenas comenzó, la congresista Katherine Miranda salió a decir que constituía una validación de la “expropiación exprés”. El Tiempo, naturalmente, le sirvió de caja de resonancia.
Todo era tan falso como la supuesta escasez de la gasolina para los aviones, el otro seudo-escándalo del que acabábamos de salir. La ministra del ramo, así como varios juristas, demostraron que lo que estaba afirmando Miranda no era cierto. Pero esa no tiene por qué ser la única línea de defensa. Espero que la impaciencia no esté hablando por mí, pero habría también que preguntar: ¿y qué? Como lo he dicho en varias columnas, la expropiación puede ser –no lo es en todos los tiempos y lugares—una excelente herramienta para la inclusión social en el campo. Y también, cómo no, para el desarrollo: para el desarrollo capitalista, si lo quieren poner en esos términos.
También hace parte de una larga tradición de políticas públicas en Colombia, asociada no solo al Partido Liberal. No es tampoco una importación de Venezuela; es parte de un conjunto de instrumentos pensado y utilizado por dirigentes de primera línea a lo largo de la historia del país. Si el presidente Santos prometió muchas veces durante las negociaciones de paz “mantener el modelo”, esa frase tendría que implicar, si ha de tener alguna clase de sentido defendible, considerar a la expropiación como una opción real cuando y donde las circunstancias la hagan conveniente.
Hablando de Venezuela: Vargas Lleras escribe en X que la posición de Colombia sobre ese país es “un abrebocas de lo que nos puede pasar en 2026″. Se trata de una irresponsabilidad inverosímil en un político de su importancia. Si la idea es que tenemos que meternos a como dé lugar en una aventura de cambio de régimen, desde Colombia (no desde otro lugar del mundo, imaginado o deseado), entonces eso se puede discutir. Entre otras cosas porque ya se intentó, y ya conocen ustedes el desenlace. Como fuere, considerar el tema no está mal. Pero el punto no parece ser el régimen de Maduro. A mí me parece supremamente detestable, y creo que sobre eso se podría poner de acuerdo mucha gente que vive aquí (incluidos los millones de migrantes del vecino país). La cuestión es meter miedo, asustar, desestabilizar. Por eso, Vargas Lleras ni se inmutará si se le pide que sustente sus dichos. Se trata de un juego muy peligroso, con grandes costos potenciales en un país todavía lleno de materiales inflamables. Desde el punto de vista argumental, se basa en una mezcla de mala fe e imaginación mal usada. No es, pues, siquiera un abuso. Es puro Subuso.
Aunque aquí estoy incurriendo en un error, porque el buen Subuso era un señor distraído, pero buena vibra. La posibilidad de llegar a acuerdos razonables entre nosotros pasa por mantener mínimos de buena fe y de responsabilidad. No debería ser tan difícil.