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Elecciones, confianza y riesgo

Francisco Gutiérrez Sanín
27 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.

Se supone que una de las características básicas de un régimen democrático son las elecciones libres, imparciales y justas. Si tienen esas características, entonces la rotación de las élites en el poder se producirá de manera pacífica. La transferencia de la jefatura del Estado de unas manos a otras, posiblemente de diferente tendencia y después de debates acalorados, simboliza de manera simple y poderosa el significado de lo que es la democracia.

Esto, a su vez, diferenció durante un largo período a las “democracias consolidadas”, en esencia las del mundo desarrollado, de las demás, en donde la alternación en el poder podía generar toda clase de tumultos. Pues bien: esa diferencia o desapareció, o está en trance de desaparecer. Dos episodios recientes, grandes, pero no únicos, ilustran muy bien el punto.

En Francia, el presidente Macron, en medio de una crisis política, convocó apresuradamente a unas elecciones parlamentarias. Pese al poco tiempo de campaña, un abanico amplio de fuerzas pareció converger alrededor de la necesidad de impedir el triunfo de la extrema derecha (el Frente Nacional de Marine Le Pen). Terminó ganando la coalición de izquierda, el Nuevo Frente Popular. Sin embargo, Macron decidió ungir como primer ministro a un europeísta y centrista, perteneciente al partido menos votado, al decir de la izquierda. De acuerdo con Mélenchon, la principal figura en la coalición de esa tendencia, esto equivale a “robarse” las elecciones. Macron ya está demandado.

La situación en Estados Unidos es todavía más peligrosa. Ya desde 2020, Trump puso en cuestión el triunfo electoral de los demócratas e intentó una asonada en 2021 para negar el resultado de las urnas (sintomáticamente, los brasileños lidiaron mucho mejor con un episodio análogo, un año después). Ahora, los republicanos están denunciando profilácticamente el resultado electoral, mientras que intentan reacomodar las reglas de juego en algunos estados claves. Nadie ha dicho claramente que aceptará al ganador, cualquiera que sea. Para peor, las encuestas anticipan que la votación será extraordinariamente reñida, por lo que habrá amplio margen de maniobra para que los malos perdedores impugnen el resultado.

Las “elecciones libres y justas”, que hace diez años parecían ser un amable y aburrido tropo democrático, se están convirtiendo en un caldero. No destaco esto para hacer confusionismo. Hay elecciones abiertamente tramposas. Las de Venezuela son un ejemplo. Las nuestras de 2022 tampoco caen muy lejos, ni geográfica ni éticamente: a la gente se le olvida la increíble cantidad de torcidos en los que incurrió Duque para escoger al ganador. Pero no se birló el resultado –como Maduro, o como Macron, al menos según sus contradictores–, y eso también es un dato para la reflexión que deberíamos estar haciendo hoy los colombianos.

Esa reflexión involucra varias constataciones simples, poco dramáticas, pero, a mi juicio, fundamentales. La primera es que el mundo está cambiando aceleradamente, y que si no entendemos esto nos podemos desbarrancar. La segunda es que, después de todo, sí tenemos cositas que perder. Una de ellas es la posibilidad de una alternación en el poder creíble y tranquila. Esta es una opción razonablemente buena, y aún accesible. Creo que todo político responsable y con menos de 20 dioptrías de miopía debería estar cuidando la credibilidad de nuestras elecciones, en particular las de 2026 que se avecinan, como la niña de los ojos. De hecho, esto podría constituir una de las bases más sólidas para un acuerdo nacional, si es que la idea aún está vigente. Es signo de los tiempos que ya haya demagogos de tres al cuarto tratando de minar profilácticamente esa credibilidad. Creerán que así alientan los bajos instintos de sus apoyos.

Se podrá pensar que estoy concentrándome en fruslerías, mientras el mundo se incendia. Pero no: esto hace parte del incendio. Y, si no queremos pegarnos un buen quemón, como siempre, mejor andar con cuidado. Pues sin alternación pacífica y regulada, ¿qué queda?

 

ELIZABETH(23598)Hace 9 minutos
Con respecto al país gallo, que es lo que mas conozco, me permito aclararle, es grave este episodio y otros de negación de la democracia, la democracia no puede ser un instrumento manipulado por la derecha conservadora, valga la redundancia: “no se puede solo ser demócrata cuando nos conviene los resultados y negarlos cuando no nos conviene”. La diferencia con las elecciones venezolanas radica en que todo en Francia se hace con cortesía, (politesse)” esa manera muy monárquica de ejercer el poder
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