Este año comenzó en firme la campaña presidencial colombiana. A la vez, asistiremos a la culminación de la de Estados Unidos. Las dos, claro, son cruciales para muchas de las apuestas grandes que tenemos en juego.
Con respecto de las nuestras, he seguido jugando con cifras e ideas y en síntesis mi conclusión es la siguiente. Si las fuerzas progubernamentales no se mueven rápido, van a quedar en una posición imposible. No tienen a ninguna figura que reemplace a Petro, pero cualquier aspirante serio debería tener ya algún reconocimiento y a la vez alguna capacidad de servir de punto focal de convergencia de distintas fuerzas de izquierda, centro e incluso derecha moderada. La extrema derecha también está en problemas. Tiene un déficit muy agudo de cuadros (entre otras cosas, por su inverosímil criminalización, algo a lo que tendré que referirme muy pronto). Pero incluso olvidando un instante ese factor, los Polo Polo, Turbay o Cabal son pesos livianos, muy limitados en muchos sentidos. A la vez, no hay que olvidar que esta corriente conserva una base social firme, con preferencias muy intensas. En este escenario, alguna figura de centro o centroderecha podría apostar a conquistar sus votos. Nos dirigimos pues a un escenario duro, turbio, fértil para toda clase de volteretas y de innovaciones políticas.
Lo dicho: en Estados Unidos también nos jugamos el pellejo. El genocidio de Gaza lo deja a uno pasmado. Pero en Colombia lo concreto es que, salvo excepciones, bajo la administración Biden la nuestra ha podido hacer su juego en un ambiente relativamente apacible. Eso puede cambiar. Pero hasta ahora ha dado al Gobierno un margen de estabilidad. Ahora bien, hay una alta probabilidad de que las próximas elecciones favorezcan a los republicanos (no es una cosa decidida; digamos que es una apuesta de 60-40 o incluso de 70-30). En ese partido sólo quedan dos candidatos, Trump y Haley (menos conocida, en muchos sentidos todavía peor que el primero). El triunfo del uno o la otra evaporaría en el acto tal margen.
Todo esto tiene, a mi juicio, una implicación simple y rectilínea: estamos en un año crucial. Lo que no se haga en términos de desarrollo y consolidación de dinámicas de cambio positivo en 2024 quizás ya no sea accesible durante un cierto período. Aquellos que entiendan esto pondrían entonces en primer lugar la necesidad de priorizar, incluir y ejecutar, y de abandonar rápidamente prácticas muy instaladas en todos los lugares del espectro político, pero muy deletéreas.
Hablando de votos: murió Piedad Córdoba, persona extraordinaria, que vivió de elección en elección, construyendo opciones alternativas. Dedicó su vida a la defensa de los vulnerables: sectores populares, mujeres, afros, comunidades LGBTI. Muy muy de la entraña del Partido Liberal; no podría haber sido formada en otra escuela (que también dio origen a toda una ristra de personajes horrorosos). Toda su trayectoria se desarrolló entre tormentas, éxitos y decepciones profundas. Blanco de toda clase de ataques, violentos y/o judiciales. Era dueña de una valentía y de una presencia de ánimo asombrosas. Ambas características brillaron durante su secuestro por parte de Carlos Castaño. Precisamente, gentes que nunca abrieron la bocota para condenar las masacres, los desplazamientos de millones de personas, las torturas y las desapariciones quisieron pintarla, en los términos más bajos, como una suerte de demonio. Ni su deceso tranquilizó a los heraldos del odio, que se dedicaron a supurar veneno sobre su cadáver.
En este feo coro hubo un par de excepciones, como el trino gallardo y humano del presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie. A Lafaurie lo he criticado varias veces en esta columna y es posible que vuelva a hacerlo. Pero siempre que alguien ejerza esta capacidad de salir de las lógicas tribales, de mostrar algo de dignidad y de decencia ante la lideresa caída, está contribuyendo a mejorar nuestro debate público y nuestras perspectivas de futuro.
Este año comenzó en firme la campaña presidencial colombiana. A la vez, asistiremos a la culminación de la de Estados Unidos. Las dos, claro, son cruciales para muchas de las apuestas grandes que tenemos en juego.
Con respecto de las nuestras, he seguido jugando con cifras e ideas y en síntesis mi conclusión es la siguiente. Si las fuerzas progubernamentales no se mueven rápido, van a quedar en una posición imposible. No tienen a ninguna figura que reemplace a Petro, pero cualquier aspirante serio debería tener ya algún reconocimiento y a la vez alguna capacidad de servir de punto focal de convergencia de distintas fuerzas de izquierda, centro e incluso derecha moderada. La extrema derecha también está en problemas. Tiene un déficit muy agudo de cuadros (entre otras cosas, por su inverosímil criminalización, algo a lo que tendré que referirme muy pronto). Pero incluso olvidando un instante ese factor, los Polo Polo, Turbay o Cabal son pesos livianos, muy limitados en muchos sentidos. A la vez, no hay que olvidar que esta corriente conserva una base social firme, con preferencias muy intensas. En este escenario, alguna figura de centro o centroderecha podría apostar a conquistar sus votos. Nos dirigimos pues a un escenario duro, turbio, fértil para toda clase de volteretas y de innovaciones políticas.
Lo dicho: en Estados Unidos también nos jugamos el pellejo. El genocidio de Gaza lo deja a uno pasmado. Pero en Colombia lo concreto es que, salvo excepciones, bajo la administración Biden la nuestra ha podido hacer su juego en un ambiente relativamente apacible. Eso puede cambiar. Pero hasta ahora ha dado al Gobierno un margen de estabilidad. Ahora bien, hay una alta probabilidad de que las próximas elecciones favorezcan a los republicanos (no es una cosa decidida; digamos que es una apuesta de 60-40 o incluso de 70-30). En ese partido sólo quedan dos candidatos, Trump y Haley (menos conocida, en muchos sentidos todavía peor que el primero). El triunfo del uno o la otra evaporaría en el acto tal margen.
Todo esto tiene, a mi juicio, una implicación simple y rectilínea: estamos en un año crucial. Lo que no se haga en términos de desarrollo y consolidación de dinámicas de cambio positivo en 2024 quizás ya no sea accesible durante un cierto período. Aquellos que entiendan esto pondrían entonces en primer lugar la necesidad de priorizar, incluir y ejecutar, y de abandonar rápidamente prácticas muy instaladas en todos los lugares del espectro político, pero muy deletéreas.
Hablando de votos: murió Piedad Córdoba, persona extraordinaria, que vivió de elección en elección, construyendo opciones alternativas. Dedicó su vida a la defensa de los vulnerables: sectores populares, mujeres, afros, comunidades LGBTI. Muy muy de la entraña del Partido Liberal; no podría haber sido formada en otra escuela (que también dio origen a toda una ristra de personajes horrorosos). Toda su trayectoria se desarrolló entre tormentas, éxitos y decepciones profundas. Blanco de toda clase de ataques, violentos y/o judiciales. Era dueña de una valentía y de una presencia de ánimo asombrosas. Ambas características brillaron durante su secuestro por parte de Carlos Castaño. Precisamente, gentes que nunca abrieron la bocota para condenar las masacres, los desplazamientos de millones de personas, las torturas y las desapariciones quisieron pintarla, en los términos más bajos, como una suerte de demonio. Ni su deceso tranquilizó a los heraldos del odio, que se dedicaron a supurar veneno sobre su cadáver.
En este feo coro hubo un par de excepciones, como el trino gallardo y humano del presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie. A Lafaurie lo he criticado varias veces en esta columna y es posible que vuelva a hacerlo. Pero siempre que alguien ejerza esta capacidad de salir de las lógicas tribales, de mostrar algo de dignidad y de decencia ante la lideresa caída, está contribuyendo a mejorar nuestro debate público y nuestras perspectivas de futuro.