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Hace unas cuantas semanas, el exministro Luis Felipe Henao publicó una columna en este diario sobre la catástrofe de los gobiernos de izquierda en América Latina. Por desgracia, el texto es muy malo (siempre es mejor tener algo serio con lo cual debatir); por ejemplo, se refería a los horrores de Chile cuando Boric no llevaba un mes en el poder. Pero, incluso si el sesgo es evidente y la respuesta floja, la pregunta sigue siendo importante. Sorprende por lo demás lo poco que nos fijamos en nuestros vecinos, a pesar de lo mucho que podríamos aprender de ellos. En ese sentido, habría que saludar que se pongan tales cuestiones sobre la mesa. ¿Pero cuál sería la respuesta razonable?
Creo, de hecho, que es relativamente fácil enunciarla: a lo largo de todos estos años ha habido en el continente gobiernos de izquierda excelentes, buenos, regulares, malos y pésimos. Evo Morales en Bolivia encabezó un período de crecimiento, prosperidad e inclusión social que su país probablemente no había experimentado; meterlo en el mismo cajón que Chávez o Maduro es simplemente una idiotez. Los uruguayos lo hicieron bastante bien. En el otro lado de la evaluación están Venezuela y Nicaragua, dos modelos estancados, destructivos y autoritarios. Y el lector podrá encontrar muchas gradaciones intermedias. ¿Lula en Brasil? Hizo cosas excelentes, pero la corrupción generalizada durante los mandatos de su partido lo terminaron desestabilizando. En la actualidad, Castillo está en situación crítica —pero en eso no se diferencia mucho de sus antecesores de centro y de derecha; los peruanos se han acostumbrado a reventarles el alma a sus mandatarios—, López Obrador ha tenido un desempeño mixto y Boric en realidad parece estar haciéndolo bien, ya con varios resultados positivos en su registro.
Algo similar sucede cuando se piensa no en la evaluación general sino en los reproches específicos que se le hacen a la izquierda latinoamericana. Uno es que es pésima gestora de la economía. Ya vimos que esto es paja. A veces lo es, a veces no. Otro es que se quiere eternizar en el poder. Chávez, Maduro, Ortega son buen ejemplo de ello. Evo (todo hay que decirlo) también trató de obtener aun una nueva reelección. Nada que los haga muy distintos de los uribe o los trump, que igualmente quisieron quedarse hasta donde se pudiera. Pero Bachelet, los uruguayos, Lula, entre otros, nunca pusieron en duda la alternación en el poder. Que yo sepa, tampoco esta camada reciente de progres lo está haciendo.
El que haya toda clase de desenlaces no podrá desanimar a un espíritu capaz de hacer una evaluación equilibrada. He leído ya multitud de trinos y de artículos, unos muy interesantes, otros no tanto, atribuyéndoles alguna propiedad taumatúrgica a ciertas preferencias políticas. Verbigracia: los buenos políticos son todos de izquierda, porque son más incluyentes. O de centro, porque son pragmáticos y democráticos. O de derecha, porque son rectos y ordenados. Me parece que la experiencia histórica contradice masivamente esas aserciones tan bonitas y tan nítidas. Como suele suceder, la realidad es más confusa pero también mucho más interesante. Hay excelentes gobernantes en cada lugar del espectro político y hay otros catastróficos. Italia tuvo unos comunistas de primera, cuyo principal logro fue civilizar el capitalismo de ese país. Los comunistas camboyanos, en cambio, fueron unos genocidas.
La evaluación mixta, en cambio, debe alertarnos. Primero, es fundamental tener una buena izquierda y un buen centro para salir de nuestro desastre (el real, el colombiano, el que apoya Henao, no el imaginado). Segundo, es clave desarrollar continuamente destrezas de buen gobierno. El intento de Henao y de otros de provocar el pánico moral alrededor de la alternación en el poder dificulta esto y se parece mucho al intento de establecer una profecía autocumplida. En lugar de exclusión histérica, tendría sentido buscar confluencias y acercamientos para que cualquier alternación sea civilizada y bien gestionada.