Hay, en el pavoroso escándalo de las chuzadas por parte del Ejército a opositores, defensores de derechos y periodistas, varias historias chiquitas sin contar. Ellas revelan la cantidad de supuestos, cuestionables algunos y francamente falsos otros, que subyacen a nuestras retóricas públicas.
Va la primera. La entrevista que el director de Noticias Caracol hizo a dos generales del Ejército el sábado pasado terminó con la afirmación de que la Fuerza Pública es la institución más querida por todos los colombianos. Es una frase que he oído una y otra vez por estos días. Repetida quizás como mantra sanador, pero siempre dicha de manera contundente.
¿Será cierta? Bueno, habría que comenzar diciendo que no hay institución ni personaje que los colombianos amemos sin resquicios. La unanimidad nos queda difícil. Me siento más bien contento con eso. Hecha esta salvedad, sí creo que era verdad que las instituciones armadas del Estado gozaban en un pasado no tan remoto de un consenso positivo gigantesco, pese a los enormes e irresueltos problemas con respecto de los derechos humanos que ha sufrido el país. No conozco aún una buena explicación de por qué (ni siquiera un trabajo que analice sistemáticamente el fenómeno; espero correcciones). Pero todas las evidencias apuntaban en esa dirección.
Esos tiempos, sin embargo, parecen haber pasado ya. Miren lo que nos dice la Encuesta de Cultura Política del DANE del 2017 (no cito la del 2019, que es un gran logro, simplemente porque la estoy utilizando para un par de trabajos académicos que me tienen muy ilusionado; prefiero no mezclar). La pregunta P5263S3 indaga sobre confianza en las Fuerzas Militares (Ejército, Armada y Fuerza Aérea). 29 % de los encuestados desconfían de ellas, 30 % ni confían ni desconfían. Los colombianos que les tienen confianza ya son una minoría, aunque grande. Con respecto de la Policía (P5263S9), la situación es todavía peor. Casi 40 % le tienen desconfianza; algo más del 30 %, ni lo uno ni lo otro. Sólo un poco menos del 30 % confía en ellas. Por favor piensen en estas cifras y paladéenlas; hagan el contraste entre lo que sienten los colombianos y lo que se dice desde las tribunas oficiales y los medios (a quienes en todo caso chuzan).
El contraste entre la evidencia y lo que se asume como obvio me suscita un par de reflexiones simples. Primero, en un país tan fracturado como la Colombia de hoy es mejor no generalizar. Pero, segundo, usar información, no digo precisa sino al menos cercana a la realidad de lo que perciben los colombianos, sería fundamental: para el país, para las víctimas y también para la propia Fuerza Pública. Todas las organizaciones necesitan de ella para corregir el rumbo (gracias de nuevo, Hirschman). Edulcorar la realidad cuesta.
Sí: es que el incienso es un veneno. Ese incienso emponzoñado proviene principalmente del uribismo, que equipara cualquier esfuerzo de corrección de los actos de la Fuerza Pública con enemistad o terrorismo. Esta orientación ha recogido sus frutos en la forma de una seguidilla de abusos, transgresiones y brutalidades, con sus correspondientes escándalos, que siguen minando su imagen. ¿Exagero? Miren lo que pasó al mismo tiempo que lo de las chuzadas. El general Buitrago de la Policía estaba renunciando porque sentía que sus superiores protegían a los corruptos. El procurador pidió información sobre un contrato en el que aparentemente el Ejército pagaba mascarillas a precio de oro, y se la negaron diciendo que esos detalles eran secretos. Sólo la intervención del ministro abrió la puerta. No son casos aislados…
Nadie puede mantener el curso de un país por medio de la pura fuerza —menos en un país en procesos de cambio como los que atraviesa Colombia—. Ciudadanos, periodistas, políticos, uniformados, deberían pensar con seriedad cuáles son las implicaciones de que el principal supuesto del que se está partiendo para evaluar este episodio sea fundamentalmente falso.
Hay, en el pavoroso escándalo de las chuzadas por parte del Ejército a opositores, defensores de derechos y periodistas, varias historias chiquitas sin contar. Ellas revelan la cantidad de supuestos, cuestionables algunos y francamente falsos otros, que subyacen a nuestras retóricas públicas.
Va la primera. La entrevista que el director de Noticias Caracol hizo a dos generales del Ejército el sábado pasado terminó con la afirmación de que la Fuerza Pública es la institución más querida por todos los colombianos. Es una frase que he oído una y otra vez por estos días. Repetida quizás como mantra sanador, pero siempre dicha de manera contundente.
¿Será cierta? Bueno, habría que comenzar diciendo que no hay institución ni personaje que los colombianos amemos sin resquicios. La unanimidad nos queda difícil. Me siento más bien contento con eso. Hecha esta salvedad, sí creo que era verdad que las instituciones armadas del Estado gozaban en un pasado no tan remoto de un consenso positivo gigantesco, pese a los enormes e irresueltos problemas con respecto de los derechos humanos que ha sufrido el país. No conozco aún una buena explicación de por qué (ni siquiera un trabajo que analice sistemáticamente el fenómeno; espero correcciones). Pero todas las evidencias apuntaban en esa dirección.
Esos tiempos, sin embargo, parecen haber pasado ya. Miren lo que nos dice la Encuesta de Cultura Política del DANE del 2017 (no cito la del 2019, que es un gran logro, simplemente porque la estoy utilizando para un par de trabajos académicos que me tienen muy ilusionado; prefiero no mezclar). La pregunta P5263S3 indaga sobre confianza en las Fuerzas Militares (Ejército, Armada y Fuerza Aérea). 29 % de los encuestados desconfían de ellas, 30 % ni confían ni desconfían. Los colombianos que les tienen confianza ya son una minoría, aunque grande. Con respecto de la Policía (P5263S9), la situación es todavía peor. Casi 40 % le tienen desconfianza; algo más del 30 %, ni lo uno ni lo otro. Sólo un poco menos del 30 % confía en ellas. Por favor piensen en estas cifras y paladéenlas; hagan el contraste entre lo que sienten los colombianos y lo que se dice desde las tribunas oficiales y los medios (a quienes en todo caso chuzan).
El contraste entre la evidencia y lo que se asume como obvio me suscita un par de reflexiones simples. Primero, en un país tan fracturado como la Colombia de hoy es mejor no generalizar. Pero, segundo, usar información, no digo precisa sino al menos cercana a la realidad de lo que perciben los colombianos, sería fundamental: para el país, para las víctimas y también para la propia Fuerza Pública. Todas las organizaciones necesitan de ella para corregir el rumbo (gracias de nuevo, Hirschman). Edulcorar la realidad cuesta.
Sí: es que el incienso es un veneno. Ese incienso emponzoñado proviene principalmente del uribismo, que equipara cualquier esfuerzo de corrección de los actos de la Fuerza Pública con enemistad o terrorismo. Esta orientación ha recogido sus frutos en la forma de una seguidilla de abusos, transgresiones y brutalidades, con sus correspondientes escándalos, que siguen minando su imagen. ¿Exagero? Miren lo que pasó al mismo tiempo que lo de las chuzadas. El general Buitrago de la Policía estaba renunciando porque sentía que sus superiores protegían a los corruptos. El procurador pidió información sobre un contrato en el que aparentemente el Ejército pagaba mascarillas a precio de oro, y se la negaron diciendo que esos detalles eran secretos. Sólo la intervención del ministro abrió la puerta. No son casos aislados…
Nadie puede mantener el curso de un país por medio de la pura fuerza —menos en un país en procesos de cambio como los que atraviesa Colombia—. Ciudadanos, periodistas, políticos, uniformados, deberían pensar con seriedad cuáles son las implicaciones de que el principal supuesto del que se está partiendo para evaluar este episodio sea fundamentalmente falso.