Y, como en las malas telenovelas, pasó lo que tenía que pasar: Trump ganó las elecciones. Corría en ciertos círculos la idea de que en el fondo los dos candidatos eran igualitos y el resultado indiferente. Error, que le hace daño a cualquier proyecto de avance social en nuestro propio país. Sentiremos muy pronto en carne propia la disparidad de políticas entre las dos fuerzas competidoras, así que no abundo en el asunto; ya lo entenderemos a las malas. Pero hasta a nivel personal parecía clara. Kamala Harris es una centrista convencional, con una carrera más bien gris, pero, en principio, respetable. Trump es un viejo carcamal, convicto por toda clase de crímenes, incluida la agresión sexual en materia grave, brutal, racista, con proclividad a la incoherencia (no una desorientada, como la de Biden, sino una colorida y belicosa).
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Y, como en las malas telenovelas, pasó lo que tenía que pasar: Trump ganó las elecciones. Corría en ciertos círculos la idea de que en el fondo los dos candidatos eran igualitos y el resultado indiferente. Error, que le hace daño a cualquier proyecto de avance social en nuestro propio país. Sentiremos muy pronto en carne propia la disparidad de políticas entre las dos fuerzas competidoras, así que no abundo en el asunto; ya lo entenderemos a las malas. Pero hasta a nivel personal parecía clara. Kamala Harris es una centrista convencional, con una carrera más bien gris, pero, en principio, respetable. Trump es un viejo carcamal, convicto por toda clase de crímenes, incluida la agresión sexual en materia grave, brutal, racista, con proclividad a la incoherencia (no una desorientada, como la de Biden, sino una colorida y belicosa).
Así que, en principio, hay motivo para la sorpresa. Pero está la otra cara de la moneda. Desde hace años, hay un cierto tipo de política (que podríamos llamar liberal-globalista) a la que le queda muy difícil ganar las elecciones: solo lo hace en condiciones extremadamente favorables (como Keir Starmer en Gran Bretaña). Ella consiste en la defensa “progre” del status quo, en el énfasis en gestos identitarios, en la idea de que estamos progresando maravillosamente pero pasito a pasito, en la limitación del razonamiento político no vaya a producirse una estridencia, en la repetición de los tropos bienpensantes de siempre por parte de operadores grises, pero razonables (a veces sacados directamente de la nomenclatura globalista). Desde el Brexit hasta ayer, pasando por la primera vuelta de Santos y nuestro plebiscito, los barcos que navegaron bajo esa insignia se hundieron. Lo alarmante no es tanto eso, sino que las fuerzas derrotadas en tales torneos (básicamente, el centro y la izquierda) no parecen haberse dado por enteradas. ¿Aprendieron así fuera una sola lección del asunto?
Claro: la candidatura demócrata sufrió por su asociación con el horrible genocidio de Gaza. Pero hay dos lecciones más generales por explorar. Primero y básico: la gente tiene en cuenta sus condiciones materiales a la hora de votar. Sí: Trump es un candidato de los multimillonarios. Pero las dificultades económicas durante el gobierno de Biden (entre otras, por el derroche asociado a las guerras de expansión de la democracia) llevaron a muchos electores a considerar la otra opción. Esto viene de atrás: los demócratas están perdiendo desde hace rato sectores amplios del voto de la clase obrera y de los marginados blancos. Algo que han estudiado los republicanos cuidadosamente y, de hecho, analizado bastante bien. En Europa se observa un fenómeno paralelo. Aquí hay cuestiones muy interesantes, que por supuesto no caben en una columna.
Segundo, los adversarios de la extrema derecha pueden crear sus propias burbujas y vivir cómodamente dentro de ellas. La limitación radical del razonamiento político debido a las reglas de cortesía, pero de hierro, de la corrección y la tendencia a privilegiar criterios puramente identitarios, pueden invitar a decisiones muy erróneas.
Cierto, hay más tela que cortar sobre el asunto. Pero ya con ambas lecciones se puede pensar en nuestro querido y atormentado país. Un ejemplo prominente: la iniciativa descentralizadora de nadie más y nadie menos que Iván Name, que cursa en el congreso con gran éxito. No es un milagro que genere consensos: yo también podría crearlos convocando a una piñata en una fiesta infantil. Y la palabra “descentralización” abre todas las puertas y las pone a cubierto de críticas.
Pero en condiciones de gran violencia regional, de masiva descoordinación de agencias estatales y de difícil implementación de las políticas públicas, esto no podría ser más inoportuno. Merece al menos una consideración cuidadosa y severa. El ministro de Hacienda, que en esta ocasión es la voz de la razonabilidad, la que nos habla desde fuera de la burbuja, ha dicho que no se puede. Creo que tampoco se debe.