
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Estamos llegando al final de una era. Vale la pena insistir en el asunto, pues el mundo no está teniendo un instante de respiro.
Trump es más el síntoma que el problema. Claro: pintarlo como una suerte de monstruo es vendedor. Y en esencia es cierto. Pero el degradado magnate estadounidense expresa toda una tendencia, un conjunto de fuerzas, y una orientación. Por eso, “hay método detrás de la aparente locura”. O métodos, en plural, porque la coalición trumpista incluye varias tendencias. Algunas de ellas rivalizan ferozmente entre sí.
El rasgo característico y nuevo de Trump es que no solo quiere emprenderla contra “el enemigo” –encarnado ahora en China, los inmigrantes y la izquierda– sino contra el establecimiento liberal. Lo dijo muy bien en alguna entrevista Steve Bannon, el brillante ideólogo de extrema derecha (por ahora en la sombra, debido entre otras cosas a su mutua hostilidad con Elon Musk): tenemos que aproximarnos a Rusia, rodear y atacar a China, derrotar a los islamistas, y poner a Milei y a Bolsonaro a cuidarnos el patio trasero en América Latina. Para poder hacer eso se necesita presencia territorial directa, colonial, en varias partes del mundo, más que el fofo poder blando al estilo USAID. Esa es la visión grande. Los operadores menores como Marco Rubio, un liviano cruzado de la Guerra Fría (vista desde Miami…), caben en ese esquema, pero no son los que lo están diseñando.
La nueva orientación responde a cambios en gran escala que se han venido cocinando desde hace tiempos. Dedico esta columna a los más inmediatos. El mundo unipolar que emergió del fin de los regímenes comunistas en la Unión Soviética y el este europeo llegó a su fin. De hecho, Putin surge de allí, y está muy documentado que hizo todo lo posible por congraciarse con Occidente y los Estados Unidos, pero le tiraron la puerta en las narices. Bueno: Rusia ya salió de su debilidad (al menos de sus expresiones más críticas). Ahora, Putin enfrenta su propia encrucijada del alma: si tender puentes con Trump y llegar a un acuerdo en una guerra que claramente ya está ganando, seguir apostándole a la multipolaridad a través de los BRICS y medios militares, o una combinación factible de ambas cosas. China asciende y desarrolla lazos con buena parte de ese mundo que enfrenta con pánico la nueva orientación estadounidense.
El establecimiento liberal mundial hace agua por todos los lados. Todas sus expresiones, desde las real o aparentemente más amables hasta las peores están bajo presión. El neoliberalismo ha sido reemplazado por, o combinado con, una variedad de fórmulas basadas en una orientación aún más pro-rico y la abrupta limitación de la globalización. En el caso de Estados Unidos, de-regulación, destrucción burocrática y barreras aduaneras; en los de Polonia, Hungría y Rusia, políticas de mercado combinadas con recetarios nacionalistas. Tengo que recordarles que a estos últimos no les ha ido tan mal.
El multiculturalismo liberal es, claro, uno de los blancos de ataque de la nueva retórica. En cuanto al régimen político, es el momento de la “democracia iliberal”, cristiana, pro-familia y étnica, del primer ministro húngaro Víktor Orbán. La tendencia general es a vaciar de contenido los pesos y contrapesos institucionales y la deliberación democrática, manteniendo elecciones periódicas y la conexión directa entre el líder y la población.
Esto es lo que tienen que ofrecer nuestros trumpistas criollos. En nuestro contexto, la receta está asociada al uso masivo de la violencia contra la población. Es una de las razones por las cuales están defendiendo sin reato crímenes salvajes. La Escombrera es no solamente un precedente terrible, sino una fórmula de gobierno utilizable.
El viejo mundo está asociado a múltiples errores y horrores; su defensa nostálgica es insostenible. Pero el nuevo no será lindo o tranquilo. Hay que prepararse para él (ojalá con el petróleo y gas que tengamos).
