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Francisco Gutiérrez Sanín
07 de febrero de 2025 - 05:05 a. m.
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El mundo cambió. Buena parte de nuestros formadores de opinión y políticos parece no haber recibido la notificación correspondiente. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Insistir en interpretar las nuevas realidades globales desde nuestro muy establecido y profundo complejo de inferioridad no tiene ni pies ni cabeza. Ese complejo tiene muchas fuentes, y su análisis, creo, no carece de interés. Como fuere: se ha convertido en una fuente permanente de ridículo. Me he reído mucho oyendo las jeremiadas grotescas de nuestros medios y buena parte de nuestra dirigencia; pero es una risa que deja un regusto amargo. ¿”El gringo siempre tiene la razón”? Pues es que ahora no quiere tenerla: necesita simplemente que le obedezcan. Esa es la posición de Trump, que por lo menos tiene algo de desorbitado y de extraordinario, y de ese pequeño patán que funge como su canciller, el secretario de Estado, Marco Rubio.

Cierto: por muchas razones, también demográficas, hay que defender la relación con los Estados Unidos como la niña de los ojos (los únicos otros dos ejemplos de esto son para nosotros Venezuela y España). De manera que no es paradójica en lo absoluto, eso aplica sobre todo para un gobierno alternativo. ¿La relación por tanto da margen para comentarios y discursos en X? No. ¿O para adoptar posiciones que se salgan del marco estrictamente diplomático? Tampoco. Necesitamos orientaciones serias, estables, cuidadosas, duras, ojalá rumiadas por equipos de expertos. Brasil, China, México nos dan buenos ejemplos en este sentido.

Pero de ahí a creer que cada vez que Trump frunza el ceño hay que entrar en pánico, y que el Estado colombiano puede y debe abandonar la defensa de nuestros compatriotas, hay mucho trecho. El recorrido comienza con la constatación simple de que Trump puede respetar a quien le pare el carro, y que en varias situaciones termina negociando con quien sepa defender lo suyo. Esas transacciones no siempre tienen desenlaces malos, como lo sugiere la disputa arancelaria con México (hasta ahora…).

Además, a pesar de todas sus idiosincrasias, Trump representa un cambio profundo en los Estados Unidos que hay que saber interpretar. No es cosa pasajera. Hay un libro extraordinario sobre la primera presidencia de Trump, del historiador de Yale, Greg Grandin, que me parece que da en el clavo (The end of the myth, Metropolitan Books, 2019). Estados Unidos construyó su hegemonía de la segunda posguerra sobre una legitimidad basada en la idea de que defendía intereses colectivos (apertura de sistemas políticos, de sociedades y de mercados, combinación de “poder fuerte” y “blando”). La base material de eso fue –tal como sucedió con la construcción de su propia potencia material en el siglo XIX– una frontera en expansión permanente: cada vez más horizontes por alcanzar y países por abrir. Ese movimiento expansivo fue clave económica, política, culturalmente.

La discusión sobre si la noción de defensa del interés colectivo era mentirosa o no es imposible, no ya de saldar, sino siquiera de comenzar en una columna de opinión. El punto es que tanto la orientación como su base material alimentaron la política estadounidense durante toda la posguerra. Pero ahora, dice Grandin, la frontera se cerró. Todo está copado y, además, cada centímetro es disputado palmo a palmo por nuevos poderes. La orientación actual estadounidense (con las diferencias importantes que hay entre Trump, Rubio y otros) no es la defensa de agendas comunes, reales o imaginadas, sino la de sus intereses entendidos en el sentido más estrecho (lo que incluye la ocupación material de países y territorios). Como el Monopolio (el juego de mesa). No más lugar, pues, para USAID.

Esto va a ser inevitablemente traumático para nosotros, pero también es una opción para crecer. Cositas como construir visiones serias del interés nacional, escalar la profesionalización de nuestra Cancillería, fortalecer nuestras relaciones con América Latina y China, buscar intereses comunes trabajables con los gringos, deberían estar en la agenda.

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