En ciertos oficios y actividades humanas, la incapacidad de entender las restricciones y los hechos fundamentales bajo los que se opera inevitablemente llevan a la gente a estrellarse contra un muro. La política es un ejemplo de ello, quizás el más brutal y dramático.
La coyuntura en la que nos encontramos ilustra muy bien el punto. Toda la evidencia —los sondeos electorales, las consultas que vivimos recientemente, votaciones presidenciales en los últimos tres lustros, encuestas sobre preferencias políticas— muestra que la probabilidad de que algún candidato derrote a Iván Duque es muy, muy bajita, a menos de que se alíen De la Calle, Petro y Fajardo. Si se unen dos de ellos, las cosas en realidad no mejoran mucho. Solamente los tres juntos pueden construir una opción realmente competitiva, e incluso entonces tendrían que pedalear durísimo y contar con algo de suerte para poder ganar. Pueden meterle toda la fantasía y las ganas que quieran a esto: no va a cambiar.
Toda la evidencia nos dice también que Uribe —junto con su entorno enormemente criminalizado, sus amigos y personeros del submundo, sus odios, sus cuentas por cobrar— volverá al poder por interpuesta persona a tomarse las revanchas y garantizarse las impunidades que tanto él como sus auditorios claves requieren. Ya vieron la amenazante notificación que cursó contra Daniel Coronell (sin probablemente siquiera consultarle a Duque): se irá Noticias Uno —eso sí de manera “transparente”— por desafiar las iras del caudillo. Se hacen sentir ya también las demandas de la derecha religiosa extremista (que nuestros noticieros, inefablemente, llaman “centro derecha”: si Ordóñez está en el centro, ¿quién estará en las extremas?) y de los enemigos de la paz.
Hay una tercera constatación simple pero fundamental: la alianza entre los tres candidatos arriba citados es objetivamente difícil. Y lo es por muchas razones. En la columna de la semana pasada di algunas de carácter ideológico y cognitivo que explicaban parcialmente esa dificultad. Hay otras de carácter estratégico. Por ejemplo, individualmente considerado, cada candidato aporta —junto con virtudes y patrimonios innegables— debilidades significativas. De la Calle no ha logrado arrancar en firme. Fajardo entró en una curva descendente (algo que predije; pero no esperé que fuera tan pronunciada). Petro picó en punta, pero no cohesiona al centro y a la izquierda, y en cambio une apasionadamente a la derecha y a parte del centro contra él.
No creo empero que estas limitaciones sean tan dramáticas que resulten insuperables. De pronto en esto ahora soy yo quien está pensando con el deseo. Pero pienso que si las personalidades políticas involucradas y sus equipos tienen sentido de responsabilidad histórica, y si entienden el tamaño y la naturaleza de las apuestas que están sobre la mesa, aún podrán encontrar algún mecanismo de acuerdo. Las fórmulas para formar gobiernos compartidos, con gabinetes de coalición basados en acuerdos programáticos, ya están inventadas. Con el aliciente adicional de la consolidación sustancial de los respectivos proyectos políticos para un futuro inmediato. Un sondeo evaluando resultados potenciales para la segunda vuelta podría ser el punto focal alrededor del cual se encuentre la opción con más posibilidades de éxito.
En una Colombia y en una América Latina hastiados de escándalos, Petro, De la Calle y Fajardo tienen para presentar un desempeño anticorrupción muy notable, que contrasta casi penosamente con las campañas de Duque y de Vargas. Para no hablar de la posibilidad de galvanizar las energías y esperanzas de esa Colombia de espíritu modernizante y pacifista, también enorme, que frente a una señal como una alianza tripartita tendría muy buenas razones para acudir masivamente a las urnas.
¿Me estoy volviendo monotemático? Sí, y de manera descarada, como en la antesala del plebiscito. ¿La operación de la que hablo es difícil? Sí, ya lo dije. ¿Imposible? Creo que no. O por lo menos quiero creerlo.
En ciertos oficios y actividades humanas, la incapacidad de entender las restricciones y los hechos fundamentales bajo los que se opera inevitablemente llevan a la gente a estrellarse contra un muro. La política es un ejemplo de ello, quizás el más brutal y dramático.
La coyuntura en la que nos encontramos ilustra muy bien el punto. Toda la evidencia —los sondeos electorales, las consultas que vivimos recientemente, votaciones presidenciales en los últimos tres lustros, encuestas sobre preferencias políticas— muestra que la probabilidad de que algún candidato derrote a Iván Duque es muy, muy bajita, a menos de que se alíen De la Calle, Petro y Fajardo. Si se unen dos de ellos, las cosas en realidad no mejoran mucho. Solamente los tres juntos pueden construir una opción realmente competitiva, e incluso entonces tendrían que pedalear durísimo y contar con algo de suerte para poder ganar. Pueden meterle toda la fantasía y las ganas que quieran a esto: no va a cambiar.
Toda la evidencia nos dice también que Uribe —junto con su entorno enormemente criminalizado, sus amigos y personeros del submundo, sus odios, sus cuentas por cobrar— volverá al poder por interpuesta persona a tomarse las revanchas y garantizarse las impunidades que tanto él como sus auditorios claves requieren. Ya vieron la amenazante notificación que cursó contra Daniel Coronell (sin probablemente siquiera consultarle a Duque): se irá Noticias Uno —eso sí de manera “transparente”— por desafiar las iras del caudillo. Se hacen sentir ya también las demandas de la derecha religiosa extremista (que nuestros noticieros, inefablemente, llaman “centro derecha”: si Ordóñez está en el centro, ¿quién estará en las extremas?) y de los enemigos de la paz.
Hay una tercera constatación simple pero fundamental: la alianza entre los tres candidatos arriba citados es objetivamente difícil. Y lo es por muchas razones. En la columna de la semana pasada di algunas de carácter ideológico y cognitivo que explicaban parcialmente esa dificultad. Hay otras de carácter estratégico. Por ejemplo, individualmente considerado, cada candidato aporta —junto con virtudes y patrimonios innegables— debilidades significativas. De la Calle no ha logrado arrancar en firme. Fajardo entró en una curva descendente (algo que predije; pero no esperé que fuera tan pronunciada). Petro picó en punta, pero no cohesiona al centro y a la izquierda, y en cambio une apasionadamente a la derecha y a parte del centro contra él.
No creo empero que estas limitaciones sean tan dramáticas que resulten insuperables. De pronto en esto ahora soy yo quien está pensando con el deseo. Pero pienso que si las personalidades políticas involucradas y sus equipos tienen sentido de responsabilidad histórica, y si entienden el tamaño y la naturaleza de las apuestas que están sobre la mesa, aún podrán encontrar algún mecanismo de acuerdo. Las fórmulas para formar gobiernos compartidos, con gabinetes de coalición basados en acuerdos programáticos, ya están inventadas. Con el aliciente adicional de la consolidación sustancial de los respectivos proyectos políticos para un futuro inmediato. Un sondeo evaluando resultados potenciales para la segunda vuelta podría ser el punto focal alrededor del cual se encuentre la opción con más posibilidades de éxito.
En una Colombia y en una América Latina hastiados de escándalos, Petro, De la Calle y Fajardo tienen para presentar un desempeño anticorrupción muy notable, que contrasta casi penosamente con las campañas de Duque y de Vargas. Para no hablar de la posibilidad de galvanizar las energías y esperanzas de esa Colombia de espíritu modernizante y pacifista, también enorme, que frente a una señal como una alianza tripartita tendría muy buenas razones para acudir masivamente a las urnas.
¿Me estoy volviendo monotemático? Sí, y de manera descarada, como en la antesala del plebiscito. ¿La operación de la que hablo es difícil? Sí, ya lo dije. ¿Imposible? Creo que no. O por lo menos quiero creerlo.