Prejuicios y cuentas

Francisco Gutiérrez Sanín
22 de febrero de 2019 - 05:00 a. m.
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Y nombraron de director del Centro Nacional de Memoria Histórica a Darío Acevedo. Cuando algunas organizaciones de víctimas le pidieron que les devolviera sus archivos, el señor Acevedo declaró que no lo haría y les pidió que no prejuzgaran. Espero que se venga un pulso jurídico, que marque una reivindicación por la decencia, y que a él se sumen muchas víctimas.

Entre otras cosas, porque nadie está prejuzgando al señor Acevedo. Todo el mundo ha podido ver y evaluar durante años lo que él y su trayectoria representan. Ahí están, públicos, sus dichos y hechos. No niego que esa trayectoria represente una humorada fantástica, como para el menos disciplinado de los libretistas: Acevedo tuvo su corazón del lado del triunfo de la revolución cuando nuestra guerra iba en ascenso, después pasó a odiar a sus amigos del día anterior y ahora hace parte del combo que inexorablemente nos empuja hacia una nueva oleada de conflicto. Ha contemplado desde dos bandos extremos esa guerra cuya existencia se empeña en negar, depende de quienes quieren mantenernos en conflictos violentos y ahora encabeza una fabulosa operación de blanqueo, para que él y sus nuevos jefes puedan decir que aquí no pasó nada.

Porque de eso se trata. Nada más. Nada menos. El uribismo no puede aceptar que se piense o se escarbe en el pasado (o el presente) de este país: desde el caudillo, enfrentado a sus mil enredos y a sus mil demonios, hasta la nube de personajes que dependen de que este se mantenga en el poder, lo que necesitan es que el Centro de Memoria, la Comisión de la Verdad y la Justicia Especial para la Paz no funcionen. Harán cualquier cosa por sabotear estas instancias. También, por amordazar a los educadores en todos los niveles. Ya vieron el proyecto de ley de Edward Rodríguez prohibiendo la ideología —pues el uribismo no es una ideología: es la verdad— en la escuela. No es el primer proyecto liberticida del Centro Democrático (CD) durante este gobierno: también había querido amenazar con cárcel a quien tratara de acceder a información que tendría que mantenerse secreta. Poco le importa al CD que estos globos de prueba se desinflen: después de numerosos ensayos algo pasará. Hay que insistir e insistir; así se va creando un clima de opinión antidemocrático.

En mi pasada columna puse en cuestión que se pudiera hablar en realidad de moderados y radicales dentro del CD. Como fuere, la supuesta ala radical está de plácemes. ¿No han notado que Mafe Cabal ya no dice nada, ni de la Unión Soviética, ni de sus diferencias con el presidente, ni de otros temas? Esto, aparte de mostrar tranquilizadoramente que los radicales uribistas al menos se atienen a una regla de decencia básica —no hablar con la boca llena—, sugiere que se sienten plenamente satisfechos por el giro que están tomando las cosas. A propósito, esta es mi interpretación de la recuperación de Duque en la encuesta de Caracol, Semana y Blu: había caído a menos de 30 % de aceptación porque se echó encima durante un corto período a izquierdistas, moderados y a su base radicalizada. Pero con su nuevo giro ésta volvió al redil.

Por otra parte, Uribe ya tiene más imagen negativa que positiva. Difícil que salga de ahí: de hecho, sólo tiene un puntito más de imagen positiva que uno de los blancos de su odio furibundo, Santos. Como nadie se refirió a esto, me parece conveniente destacarlo. La mayoría se opone a que nos metan soldados gringos. Pero lo más sorprendente —después de toda el agua sucia que le han tirado a la paz— es que más del 60 % de los colombianos están de acuerdo en que la solución al problema de las guerrillas es insistir en los diálogos.

Hay allí afuera un país cansado de la guerra y la indecencia.

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