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Si las elecciones que ya pasaron se interpretan desde ciertos puntos de vista firmemente establecidos, es fácil terminar no entendiendo nada. Las elecciones regionales NO son un plebiscito sobre el Gobierno nacional y las votaciones para el Ejecutivo difieren mucho de las de cuerpos colegiados. A la vez, no se puede mirar por encima del hombro a los votantes, simplemente porque prefirieron las opciones que no me gustan.
Sobre esto se podrían poner muchísimos ejemplos; me restrinjo a dos. En Bogotá, se destacaron Galán y Oviedo; Bolívar se desinfló. ¿Cómo explicar las tres cosas? Habrá muchas razones, pero hay algunas simples que no se deberían omitir. Galán (no un santo de mi devoción) hizo una campaña extraordinariamente buena: tomó lo positivo de sus predecesores, sin atacar a nadie (tampoco respondió ataques). Mucha consistencia. Compárenlo con los sedicentes despolarizadores que nos querían despolarizar a todos a punta de alaridos. Oviedo sí lanzó ataques, pero con un blanco bien escogido: los políticos, el trompo de poner de todo el mundo (hay que reconocer, sin embargo, que se han ganado ese estatus). Eso evidentemente gustó. Ninguno de los dos se fue lanza en ristre contra el Gobierno nacional; los que hicieron campaña prometiendo que iban a joder a Petro no pasaron del margen de error (Vargas y el matón Molano a la derecha, y Robledo a la izquierda).
¿Qué pasó con Bolívar? De hecho, su campaña no fue tan mala (aunque después, con sus “explicaciones”, demostró que era un mal perdedor; se hubiera debido quedar callado, pero ese ya es otro tema). Y las insuficiencias no sólo fueron del candidato, sino del proyecto que representaba. No puede ser que una corriente que aspire a la dirección intelectual y moral de una sociedad no tenga propuesta allí donde está su nicho electoral más importante. ¿Cuál era la idea de la campaña de Bolívar? ¿Cuál, su visión de futuro para Bogotá? ¿Qué transformaciones necesita esta megalópolis, en un mundo en pleno cambio (tecnológico, social, demográfico)? La respuesta no provendrá de las cuentas de cobro hacia el pasado, por legítimas que sean. Y las de Bolívar resultaron fragmentarias y cortas. Un trabajo paciente, de años, hubiera podido aportar algo más orgánico y de mayor impacto.
Ahora cojan a Char. Ganó de manera absolutamente aplastante. A propósito, tampoco haciendo oposición al Gobierno nacional. Los escándalos, pasados y recientes, no lo tocaron. ¿Por qué? Me perdonarán, pero la explicación estándar —corruptos y compravotos— me resulta tremendamente insuficiente. Estoy de acuerdo con la caracterización del clan: sí, encarna toda clase de prácticas condenables y es malísimo, ¿pero no habrá algo más? Para quienes leímos el gran trabajo periodístico de Laura Ardila (La costa nostra), la respuesta debería ser: sí. De hecho, la izquierda gobernó a Barranquilla y le fue muy mal. Los Char, en cambio, construyeron un modelo de gobierno que logró un consenso amplísimo. ¿Cuáles son sus componentes? No lo sabemos. Mejor sería saberlo. La condena moral tiene su lugar y su momento. El análisis y la comprensión también.
Volviendo a la mirada general, mi impresión preliminar es la siguiente. Las regionales siguieron su lógica, muy distinta a la de las presidenciales. El Pacto y las fuerzas de izquierda perdieron pie en las grandes ciudades. Pero mantuvieron tanto parte del suroccidente como la fuerza de Caicedo en Magdalena. El resto de la costa Caribe —cuyo apoyo a la candidatura de Petro llegó en 2022 en parte por interpuesta persona— se decantó por sus respectivos proyectos. Eso deja al Gobierno con un margen de maniobra no tan estrecho: de las regiones con más peso económico, político y demográfico, sólo le son explícitamente hostiles la Gobernación de Antioquia y la Alcaldía de Medellín.
¿Cómo usará ese margen? ¿Tenderá puentes? ¿Construirá alianzas sobre bases consistentes y ordenadas? ¿Impulsará el desarrollo de propuestas y políticas de largo aliento allí donde su electorado es más fuerte? Amanecerá y veremos.