Técnicos, políticos, activistas y otras especies
En los últimos días se generó un debate sobre la relación entre la calidad del gobierno y el tipo de personal que este pone en altos cargos. Su origen es el reproche a la administración por barrer a la gente que sabe y, en cambio, poner a otros cuyo único mérito es ser políticamente aceptables. Más interesante que el origen es la pregunta en sí: ¿qué es mejor, un gabinete de expertos o uno de políticos?
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En los últimos días se generó un debate sobre la relación entre la calidad del gobierno y el tipo de personal que este pone en altos cargos. Su origen es el reproche a la administración por barrer a la gente que sabe y, en cambio, poner a otros cuyo único mérito es ser políticamente aceptables. Más interesante que el origen es la pregunta en sí: ¿qué es mejor, un gabinete de expertos o uno de políticos?
La polémica tiene una historia larga, que se ha dirimido en parte verbalmente y en parte en la práctica. Mi impresión sobre ella es la siguiente: cualquier noción de buen gobierno necesita de saber experto. Cada vez más. La rabia contra los técnicos en ese sentido no está justificada. Los técnicos son incrédulos y puntillosos. Eso está bien. Si me llevan la contraria con buenas razones, tengo razones para sentirme contento. Para cada corriente política, el problema no debería ser denunciar a los técnicos (una expresión de atraso y, en esencia, de impotencia), sino crear sus propios equipos y atraer a los que pueda. Sin embargo, esto no soluciona la cuestión específica: ¿qué clase de gente se desempeña mejor en los altos cargos, en los de confianza? Esta última expresión ya debería dar de qué pensar. No creo que se sostenga el supuesto de que los expertos no explícitamente políticos siempre produzcan mejores resultados en esas posiciones. El economista coreano Ha Joon-Chang decía en uno de sus fabulosos libros, con un poco de sorna –y citando si no recuerdo mal a The Economist—que los éxitos en desarrollo de los países eran inversamente proporcionales a la presencia de doctores en economía en el gabinete.
Nuestro debate tiende a ser muy unilateral en esto, pues no destaca dos puntos sencillos y cruciales. Primero: cada formación es una deformación. Uno es prisionero de sus fortalezas. Los activistas creen apasionadamente en una causa, pero eso puede llevarlos a ser poco ponderados y desestimar el panorama general; los técnicos tienden a ser resistentes a la innovación y a extrapolar lo que ya saben a situaciones nuevas, a las que quizás no apliquen sus esquemas. Los intelectuales merecen un capítulo aparte. Se han derramado litros de tinta con caricaturas a menudo maliciosas sobre ellos; no apunto en esa dirección, pero sus capacidades en términos de análisis y comprensión genuinamente profunda de un problema no necesariamente se traducen en el discernimiento de la constelación de fuerzas políticas que lo rodean. Tampoco tienen mucha experiencia en la toma de decisiones rápidas, ni nociones muy claras de eficiencia. Cuánta gente realmente destacada no tuvo un desempeño limitado en un alto cargo. Eso no la hace ni menos brillante ni más apropiada para la posición. La fantasía, un poco extraña y un poco autocompasiva, de que quitarle un cargo a un intelectual es una crueldad equivalente a quitarle un dulce a un niño, no tiene pies ni cabeza. Ni es algo que amerite rasgarse las vestiduras.
Segundo, hay numerosos híbridos (no siempre estériles) en todas las corrientes políticas, en Colombia y en otras partes del mundo. Se me ocurren muchísimos ejemplos. Como notó creo que Luis Fernando Medina en X, muchos activistas son conocedores profundos de sus temas. No hablemos ya de políticos-técnicos: un montón, a izquierda, derecha, centro. Un buen ejemplo es una figura como Juan Camilo Restrepo, ministro, senador, excandidato presidencial. ¿Técnico, político, activista? De pronto las tres. ¿Y no somos acaso el país de los gobernantes matemáticos?
En muchos casos, los políticos son los adecuados para llenar eso cargos de confianza. Claro, con condiciones. Una de ellas es que sean probos. Otra es que quieran aprender. Deben contar con buenos tecnócratas y burócratas que apoyen sus decisiones. Y tener objetivos claros y verificables. Seguramente sea más interesante contribuir a crear esas condiciones que armar la enésima tormenta en un vaso de agua.