Me alegra muchísimo que se empiece a hablar de la experiencia de Corea del Sur en nuestro contexto.
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Me alegra muchísimo que se empiece a hablar de la experiencia de Corea del Sur en nuestro contexto.
La trayectoria surcoreana es a la vez diciente y extrañísima. Ese país sufrió a principios de la década de 1950 una división traumática entre el norte comunista y el sur capitalista (en una guerra en la que participaron tropas colombianas). Las élites del sur, empobrecido y devastado después de la guerra y la experiencia del colonialismo japonés, se enfrentaron al doble reto de competir con los comunistas y gobernar.
En 1950, adoptaron en la Constitución el principio de la tierra para quien la trabaja (algo parecido a lo que hicieron los italianos con su propia reforma) e impulsaron una redistribución de la tierra a través de compras obligatorias masivas que condujo —pese a los inevitables problemas que siempre se presentan en procesos reales— a una tenencia bastante igualitaria, con techos supremamente bajos con respecto de la tierra que cada persona podía tener. Además, el país le puso candado a esa distribución, limitando de múltiples maneras el mercado de tierras.
A principios de la década de 1960, hubo un golpe militar. Pese a presiones en contrario, el nuevo gobernante, el general Park —un dictador proestadounidense de gafas negras—, no tenía, empero, la menor intención de echar atrás la reforma: antes la profundizó, complementándola con provisión de crédito rural y otras medidas, y con una vigorosa política industrial (el plan quinquenal, la promoción de los famosos conglomerados chaebol y una orientación agresivamente proexportadora). Para mayor desconcierto de los amantes de los lugares comunes, los Estados Unidos prestaron al menos su asentimiento benévolo a esa reforma agraria “radical” (en otras partes de Asia de hecho las diseñaron o las promovieron; en Corea no fue necesario, pues había las suficientes fuerzas endógenas como para sacar la cosa adelante).
A principios de 1960, Corea del Sur tenía la mitad de nuestro producto interno bruto per cápita; hoy tiene entre cinco y seis veces más (son cuentas hechas a la brava y tarde en la noche, así que corroboren, pero el contraste es claro). Una trayectoria de desarrollo acelerado espectacular. Pero inconcebible sin y sembrada en el terreno fértil de una reforma agraria enérgica, relativamente veloz, bien hecha, que desmanteló las bases políticas y sociales del atraso.
La experiencia coreana es una entre tantas reformas agrarias intensamente redistributivas que salieron bien después de la Segunda Guerra Mundial; de hecho, en este momento no se me ocurren ejemplos de desarrollo acelerado que no hayan pasado por ahí (el ejemplo contrario, negativo, es Brasil). Por eso, su valor para pensar temas agrarios en nuestro país es enorme. Pero claro: sólo como laboratorio mental. Las trayectorias históricas no son fórmulas, que se puedan reproducir a placer, independientemente de las circunstancias de tiempo, modo y lugar.
Esto lo entendían bien las élites políticas en las últimas décadas —de hecho, demasiado bien—. El dicho de “no estamos gobernando para Dinamarca, sino para Cundinamarca” fue parte esencial de su sentido común. Es un refrán que se para sobre una bonita coincidencia, ya que en cierta literatura especializada Dinamarca es aún el paradigma de país donde las cosas funcionan bien. Y contiene más de una pizca de sentido común. A la vez, entraña también una fea autojustificación junto con una brutal trampa: si seguimos “gobernando para Cundinamarca” —a través de torcidos, violencia, etc.—, ¿cuándo y cómo podremos arribar a una situación mejor?
Si uno quiere imaginar transiciones hacia estados mejores, no sólo es inevitable sino altamente positivo considerar otras experiencias históricas: no como fórmulas, sino como ejercicios para expandir la imaginación política (y de políticas). Se trata de leer los propios retos a través de los ajenos (y de las soluciones que se encontraron, así como de la distribución de ventajas y problemas que ellas generaron, etc.). Eso hace más y no menos diciente la experiencia coreana para nosotros.