Al principio de su cuatrenio, Duque nos prometió que no tendríamos “ni trizas ni risas”. Se refería oblicuamente al dicho de uno de los líderes de su partido, que fue lo suficientemente sincero, o tonto, como para declarar que un gobierno del Centro Democrático haría trizas el Acuerdo de Paz. No, eso no pasaría, explicó el perfeccionista, pero tampoco habría risas (es decir, la guerrilla desmovilizada tampoco tendría motivos para estar feliz).
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Al principio de su cuatrenio, Duque nos prometió que no tendríamos “ni trizas ni risas”. Se refería oblicuamente al dicho de uno de los líderes de su partido, que fue lo suficientemente sincero, o tonto, como para declarar que un gobierno del Centro Democrático haría trizas el Acuerdo de Paz. No, eso no pasaría, explicó el perfeccionista, pero tampoco habría risas (es decir, la guerrilla desmovilizada tampoco tendría motivos para estar feliz).
Algo cumplió con respecto de lo segundo: a los excombatientes los han seguido matando. Pero, de manera más general, estos cuatro años terribles se nos han ido entre trizas y risas, oscilando siempre entre lo siniestro y lo cómico (o una combinación de ambos). Con tensiones brutales acumuladas, que van creando una sensación de que se cae la estantería. ¿Sólo yo siento esto? ¿De pronto exagero? Siempre es bueno hacerse esas preguntas. Pero en este caso creo que la respuesta es de nuevo no. Piense la lectora en los eventos de los últimos días: paro armado de las Autodefensas Gaitanistas que cubrió decenas de municipios y varios departamentos, asesinato del fiscal antidrogas de Paraguay que vacacionaba en las Islas del Rosario con su esposa, torcidísima acción de la procuradora para castigar a alcaldes que no son de su cuerda mientras contempla sin inmutarse la continua participación en política de altos funcionarios del Gobierno nacional, activismo insolente de un criminal de guerra (como destacó Cecilia Orozco en este diario), más escándalos relacionados con las instituciones electorales…
Esto cubre la parte de trizas: es que este Gobierno no sólo desmontó todo lo que pudo del Acuerdo de Paz, sino que incendió el país con su violencia, autoritarismo e ineptitud. Y haciendo gala, cada vez que descendíamos un escalón más hacia el abismo, de su comicidad inconsciente. Para nombrar sólo lo más reciente: piensen en la vicepresidenta haciéndose cruces con mojigata unción por la participación en política de funcionarios públicos, o en la irritada declaración de Duque de que el paro armado estaba constituido por “hechos aislados”.
Sin embargo, el capítulo de “risas” tiene otra sección harto más constructiva, que no debemos olvidar nunca —como han destacado varios colegas y amigos—: la lucha a brazo partido por mejorar nuestra sociedad, protagonizada por muchísimos colombianos. Costosa y dura, pero, si me permiten, también gozosa. Estas iniciativas pueden o no estar ancladas en el Acuerdo mismo, pero se articulan a él a través del esfuerzo por construir un país vivible, un poco más incluyente, menos cruel. Destaco —entre miles de posibilidades— dos ejemplos que me llamaron mucho la atención en los últimos días: uno nacional/global, otro local.
El primero: el estupendo humorista británico-estadounidense John Oliver, al analizar el plan de la extrema derecha estadounidense de echar para atrás los derechos reproductivos de las mujeres de su país, publicó esta semana un video mostrando cómo los Estados Unidos quedarán rezagados con respecto de otros. En busca de ejemplos positivos, que van en la dirección contraria, se topó con adivinen quién. Sí, con esta adolorida Colombia, que logró un importante avance (contra Gobierno, viento y marea) en este terreno. Destaca de manera ingeniosa y empática —a partir de un pasamontañas tejido en crochet— la paciencia, obstinación y civilizada ferocidad que se necesitan para lograr y sostener estos avances.
El segundo: hace poco hablé con Álvaro González y Patricia Uribe, quienes me expusieron en detalle su fabulosa iniciativa, llamada Fortulee (ver verbigracia). Se basa en una idea sencilla y poderosa: leer mejora la calidad de vida. Con pasión, casi siempre con recursos propios y con las uñas, han llevado la lectura a cientos de niños y jóvenes durante 13 años a siete municipios de Arauca. Una labor admirable e impresionante de construcción de tejido social. ¿Quién habló de “resiliencia” y persistencia?
Cuánto se podría construir con estas energías si tuviéramos otra clase de equipo dirigente en el Gobierno.