Tenemos el dudoso privilegio de estar contemplando la destrucción masiva de los bienes, derechos y vidas de los palestinos en vivo y en directo —junto con la justificación de esos hechos por parte de quienes han declarado toda clase de guerras en nombre de la democracia y la libertad—. No tengan duda de que esa grotesca contabilidad por partida doble tendrá consecuencias.
Pero, en paralelo, se están produciendo otros fenómenos, que no deberíamos dejar de notar. En los Estados Unidos Trump va aventajando a Biden en varios sondeos de opinión. Sabemos que estos se pueden equivocar, pero eso no equivale a decir que lo hagan siempre. Algún lector tendrá la tentación de decir: ¿y qué? Los demócratas han manchado irreparablemente de sangre su administración, al habilitar y legitimar las masacres del ejército israelí en Gaza. ¿Qué diferencia puede haber entre uno y otro? Si acaso, Trump se involucró en menos guerras…
No creo que ese razonamiento, comprensible, se sostenga. Primero, las políticas de Trump hacia América Latina siempre fueron racistas y agresivas, y últimamente han adquirido tonalidades cada vez más sombrías (en una guerra mundial, dijo recientemente, México desaparecería por un ataque nuclear). Suena mucho a amenaza (claro que en boca de Trump todo suena como amenaza…). Con respecto de este continente, sí que hay diferencias significativas. Segundo, más en general, la coalición de Trump está adoptando un curso cada vez más extremista, que hace eco a fenómenos terribles bien conocidos por la historia. En un reciente mitin, declaró que extirparía de su país a “las alimañas”, deshumanizando así a sus rivales, muchos de los cuales, de manera ingenua y primitiva, se han ido moviendo hacia la derecha para hacerse perdonar. Pero no lo lograrán. Alimañas son, alimañas se quedarán. Diversos periódicos han reportado movimientos del equipo de Trump para garantizar que, una vez que gane, no tenga que enfrentar los contrapesos de la democracia liberal. Eso tiene un doble propósito: quedarse en el poder y adelantar operaciones violentas en gran escala contra el amplio abanico de blancos de su odio (grandes campos de concentración para migrantes, deportaciones masivas, etc.).
Mientras tanto, el gigante del norte sigue dando tumbos, atrapado por diseños institucionales y dinámicas políticas cada vez menos funcionales para los tiempos que corren. Lleva, por ejemplo, meses al borde de un cierre del Gobierno por la no aprobación del presupuesto, eludiendo el impacto con soluciones hechizas, que sólo aplazan el choque.
Cuando un elefante se emborracha, todos los habitantes de la selva tienen por qué preocuparse. ¿Pero qué hacer? Los colombianos apenas tenemos incidencia en la vida pública estadounidense (aunque nuestra extrema derecha trató de reelegir a Trump, pero ese es un capítulo más bien de opereta). Sin embargo, hay dos tareas simples que sí podemos adelantar desde ya. La primera: pensar en planes B (y C y D…) en caso del triunfo de Trump. La segunda: impulsar una política de largo aliento, con expresiones operacionales y directas para el momento actual, con respecto de los Estados Unidos. La subordinación total ha sido catastrófica (y moral y políticamente destructiva). Pero la relación sigue siendo absolutamente estratégica. ¿Cómo y en qué términos vamos a pensarla, desarrollarla y cultivarla? Tenemos un excelente embajador en Washington y me imagino que hay mucha gente pensando el asunto, pero valdría la pena prestarle cada vez más atención y tener una visión seria y de largo plazo transformada en acciones concretas en el aquí y el ahora. No quiero dramatizar, pero creo que en este tablero también nos estamos jugando el pellejo.
Cambio de tercio. Inaceptable la filípica de un grupo armado a Humberto de la Calle, cuya vida ha estado ligada a la paz. Muy buena la reacción del alto comisionado. Discrepar sin insultar y descalificar es un primer paso esencial para cualquier paz posible. Démoslo. No es tan terriblemente difícil.
Tenemos el dudoso privilegio de estar contemplando la destrucción masiva de los bienes, derechos y vidas de los palestinos en vivo y en directo —junto con la justificación de esos hechos por parte de quienes han declarado toda clase de guerras en nombre de la democracia y la libertad—. No tengan duda de que esa grotesca contabilidad por partida doble tendrá consecuencias.
Pero, en paralelo, se están produciendo otros fenómenos, que no deberíamos dejar de notar. En los Estados Unidos Trump va aventajando a Biden en varios sondeos de opinión. Sabemos que estos se pueden equivocar, pero eso no equivale a decir que lo hagan siempre. Algún lector tendrá la tentación de decir: ¿y qué? Los demócratas han manchado irreparablemente de sangre su administración, al habilitar y legitimar las masacres del ejército israelí en Gaza. ¿Qué diferencia puede haber entre uno y otro? Si acaso, Trump se involucró en menos guerras…
No creo que ese razonamiento, comprensible, se sostenga. Primero, las políticas de Trump hacia América Latina siempre fueron racistas y agresivas, y últimamente han adquirido tonalidades cada vez más sombrías (en una guerra mundial, dijo recientemente, México desaparecería por un ataque nuclear). Suena mucho a amenaza (claro que en boca de Trump todo suena como amenaza…). Con respecto de este continente, sí que hay diferencias significativas. Segundo, más en general, la coalición de Trump está adoptando un curso cada vez más extremista, que hace eco a fenómenos terribles bien conocidos por la historia. En un reciente mitin, declaró que extirparía de su país a “las alimañas”, deshumanizando así a sus rivales, muchos de los cuales, de manera ingenua y primitiva, se han ido moviendo hacia la derecha para hacerse perdonar. Pero no lo lograrán. Alimañas son, alimañas se quedarán. Diversos periódicos han reportado movimientos del equipo de Trump para garantizar que, una vez que gane, no tenga que enfrentar los contrapesos de la democracia liberal. Eso tiene un doble propósito: quedarse en el poder y adelantar operaciones violentas en gran escala contra el amplio abanico de blancos de su odio (grandes campos de concentración para migrantes, deportaciones masivas, etc.).
Mientras tanto, el gigante del norte sigue dando tumbos, atrapado por diseños institucionales y dinámicas políticas cada vez menos funcionales para los tiempos que corren. Lleva, por ejemplo, meses al borde de un cierre del Gobierno por la no aprobación del presupuesto, eludiendo el impacto con soluciones hechizas, que sólo aplazan el choque.
Cuando un elefante se emborracha, todos los habitantes de la selva tienen por qué preocuparse. ¿Pero qué hacer? Los colombianos apenas tenemos incidencia en la vida pública estadounidense (aunque nuestra extrema derecha trató de reelegir a Trump, pero ese es un capítulo más bien de opereta). Sin embargo, hay dos tareas simples que sí podemos adelantar desde ya. La primera: pensar en planes B (y C y D…) en caso del triunfo de Trump. La segunda: impulsar una política de largo aliento, con expresiones operacionales y directas para el momento actual, con respecto de los Estados Unidos. La subordinación total ha sido catastrófica (y moral y políticamente destructiva). Pero la relación sigue siendo absolutamente estratégica. ¿Cómo y en qué términos vamos a pensarla, desarrollarla y cultivarla? Tenemos un excelente embajador en Washington y me imagino que hay mucha gente pensando el asunto, pero valdría la pena prestarle cada vez más atención y tener una visión seria y de largo plazo transformada en acciones concretas en el aquí y el ahora. No quiero dramatizar, pero creo que en este tablero también nos estamos jugando el pellejo.
Cambio de tercio. Inaceptable la filípica de un grupo armado a Humberto de la Calle, cuya vida ha estado ligada a la paz. Muy buena la reacción del alto comisionado. Discrepar sin insultar y descalificar es un primer paso esencial para cualquier paz posible. Démoslo. No es tan terriblemente difícil.