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                                                                                                                                  Un problemón

                                                                                                                                  Y los siguen matando. Como lo explicó este diario en su magnífico editorial de ayer, el asesinato de dos activistas de la FARC, que se suma a una ya larga lista de eventos (54, según los conteos de esa organización), no augura nada bueno. Si el Estado se demuestra incapaz de detener esa sangría, apelando a retóricas conocidísimas, estamos frente a tres consecuencias grandes, graves y fáciles de entender. Primero, las fuerzas que están llevando a cabo tales actos entenderán que pueden seguir operando, lo que inevitablemente conducirá a nuevos atentados. Lo que la gente tiene que meterse en la cabeza es que para encontrarnos en un escenario de destrucción física de la FARC —que tenemos que evadir a toda costa— no se requiere de un plan maestro, sino de la existencia de diversas estructuras de poder bien conectadas y con la voluntad de disparar contra ella, por una parte, y de la impotencia —cómplice o genuina— del Estado, por la otra. Segundo, esto (junto con el fenómeno análogo del asesinato de líderes sociales) tiene el potencial de arruinar el proceso de paz. Claro: el éxito o fracaso de un proceso de estos no es fácil de valorar. Casi siempre, las evaluaciones serias arrojan resultados mixtos. Sin embargo, si asesinan a los desmovilizados eso no puede sino considerarse un fracaso mayúsculo.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Y no se trata sólo del Eln, sino de múltiples factores de violencia, frente a los cuales el Estado colombiano necesita, y necesitará en el futuro, una política. Pues algo que muchos comentaristas olvidan es que incluso la implementación de opciones militares debe partir de ella, si es que no queremos resignarnos a vivir en una guerra eterna. De hecho, la historia del propio Eln provee un ejemplo espectacular de ello. Esa guerrilla fue casi destruida durante la operación Anorí en 1973. A esto se sumaba una gran debilidad producto de terribles dinámicas internas. Sin embargo, terminó reconstituyéndose y volviéndose una fuerza poderosa en la década de 1980. Y fíjense: sigue operando hoy. Estas cosas son de nunca acabar. Moraleja: la pura bala no fue suficiente. Nunca lo es. Si los colombianos, y en particular ciertos sectores sociales y políticos, no son capaces de aprender esta sencilla lección, estaremos condenando a las futuras generaciones a una violencia estúpida y destructiva.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Por todo esto, uno esperaría que muchos actores (entre ellos, críticamente, el Estado) estuvieran preparando una respuesta seria y enérgica al asesinato de miembros de la FARC.

                                                                                                                                  Y los siguen matando. Como lo explicó este diario en su magnífico editorial de ayer, el asesinato de dos activistas de la FARC, que se suma a una ya larga lista de eventos (54, según los conteos de esa organización), no augura nada bueno. Si el Estado se demuestra incapaz de detener esa sangría, apelando a retóricas conocidísimas, estamos frente a tres consecuencias grandes, graves y fáciles de entender. Primero, las fuerzas que están llevando a cabo tales actos entenderán que pueden seguir operando, lo que inevitablemente conducirá a nuevos atentados. Lo que la gente tiene que meterse en la cabeza es que para encontrarnos en un escenario de destrucción física de la FARC —que tenemos que evadir a toda costa— no se requiere de un plan maestro, sino de la existencia de diversas estructuras de poder bien conectadas y con la voluntad de disparar contra ella, por una parte, y de la impotencia —cómplice o genuina— del Estado, por la otra. Segundo, esto (junto con el fenómeno análogo del asesinato de líderes sociales) tiene el potencial de arruinar el proceso de paz. Claro: el éxito o fracaso de un proceso de estos no es fácil de valorar. Casi siempre, las evaluaciones serias arrojan resultados mixtos. Sin embargo, si asesinan a los desmovilizados eso no puede sino considerarse un fracaso mayúsculo.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Y no se trata sólo del Eln, sino de múltiples factores de violencia, frente a los cuales el Estado colombiano necesita, y necesitará en el futuro, una política. Pues algo que muchos comentaristas olvidan es que incluso la implementación de opciones militares debe partir de ella, si es que no queremos resignarnos a vivir en una guerra eterna. De hecho, la historia del propio Eln provee un ejemplo espectacular de ello. Esa guerrilla fue casi destruida durante la operación Anorí en 1973. A esto se sumaba una gran debilidad producto de terribles dinámicas internas. Sin embargo, terminó reconstituyéndose y volviéndose una fuerza poderosa en la década de 1980. Y fíjense: sigue operando hoy. Estas cosas son de nunca acabar. Moraleja: la pura bala no fue suficiente. Nunca lo es. Si los colombianos, y en particular ciertos sectores sociales y políticos, no son capaces de aprender esta sencilla lección, estaremos condenando a las futuras generaciones a una violencia estúpida y destructiva.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Por todo esto, uno esperaría que muchos actores (entre ellos, críticamente, el Estado) estuvieran preparando una respuesta seria y enérgica al asesinato de miembros de la FARC.

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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