El cambio del país en seguridad en las últimas seis décadas ha sido negativo, a pesar de los muy necesarios procesos de paz que tuvieron éxito. A finales de los años 50 del siglo pasado, en un trabajo de campo de levantamientos geodésicos, con una comisión de ingenieros militares del Ejército en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), uniformados pero desarmados recorrimos el litoral Pacífico de sur a norte, durante un poco menos de dos años, por mar, ríos y trochas. La red geodésica se levantaba en puntos altos y visibles entre colinas, que iban desde municipios en Nariño, pasando por algunos del Cauca y Valle, y culminando al norte del Chocó, para girar hacia el oriente y conectarse con una red ya construida que iba hacia el sur por la cordillera Occidental. En este recorrido no hubo inseguridad alguna, pese a que era la época de “la Violencia” (1946-1965), centrada en el nororiente del Valle, Quindío, Risaralda, Tolima y norte del Huila.
Luego de esa experiencia inolvidable, estuve un par de años en Armenia (Quindío) e Ibagué (Tolima), en la etapa final de la Violencia, la de “los bandoleros”. Sin embargo, la inseguridad en las zonas llamadas de “orden público” era menor en comparación con lo que sobrevino después. Las dos guerrillas de mayor tamaño y duración (FARC y ELN) surgieron a mediados de la década de los 60, además de otras posteriores de menor tamaño. Fueron varias décadas de expansión guerrillera y cambios en sus diseños y estrategias. Pero aun en zonas donde merodeaban grupos guerrilleros la inseguridad era relativa.
Este panorama fue cambiando en los años 90 con la aparición y el crecimiento del paramilitarismo, apoyado por militares —en especial el Ejército—, para adelantar acciones de “contrainsurgencia” con un mayor nivel de crueldad que el que ya venía en aumento. Han seguido años de expansión y diversificación de violencias, cultivos ilícitos y redes criminales sin parangón con tiempos anteriores. También aumentaron las desigualdades sociales y el “rebusque” para sobrevivir, frente a grupos pequeños adinerados, y crecieron las ciudades y la inseguridad en ellas, sin que las vías que las comunican mejoraran al mismo ritmo. Hoy tenemos un país descoyuntado por violencias, corrupción, redes criminales internacionalizadas y mucho más.
¿Qué futuro nos depara hoy, en los inicios del primer gobierno claramente de izquierda de nuestra historia? La ilusión que generó Petro se está esfumando dada su intransigencia en la utilización de medios poco apropiados para gobernar y su improvisación continua. Su ego sin mesura provoca errores a diario, sin que se alteren sus comportamientos. ¿Qué puede ocurrir en este proceso que se reafirma en menos de un año de gobierno? El tiempo lo dirá, pero la posibilidad de tener los resultados esperados de un gobierno de izquierda progresista se va diluyendo poco a poco. Caer de nuevo en manos de una derecha corrupta y malqueriente genera preocupación relacionada con el agravamiento del contexto social de la mayor parte de la población.
La esperanza que surge al respecto se relaciona con que persista la estructura democrática de nuestra historia republicana (¿única consecuencia positiva de la debilidad de la formación nacional frente a la fortaleza de las regiones?). Ojalá surjan líderes eficaces que sustenten esta característica, lo cual no es solo una utopía.
El cambio del país en seguridad en las últimas seis décadas ha sido negativo, a pesar de los muy necesarios procesos de paz que tuvieron éxito. A finales de los años 50 del siglo pasado, en un trabajo de campo de levantamientos geodésicos, con una comisión de ingenieros militares del Ejército en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi (IGAC), uniformados pero desarmados recorrimos el litoral Pacífico de sur a norte, durante un poco menos de dos años, por mar, ríos y trochas. La red geodésica se levantaba en puntos altos y visibles entre colinas, que iban desde municipios en Nariño, pasando por algunos del Cauca y Valle, y culminando al norte del Chocó, para girar hacia el oriente y conectarse con una red ya construida que iba hacia el sur por la cordillera Occidental. En este recorrido no hubo inseguridad alguna, pese a que era la época de “la Violencia” (1946-1965), centrada en el nororiente del Valle, Quindío, Risaralda, Tolima y norte del Huila.
Luego de esa experiencia inolvidable, estuve un par de años en Armenia (Quindío) e Ibagué (Tolima), en la etapa final de la Violencia, la de “los bandoleros”. Sin embargo, la inseguridad en las zonas llamadas de “orden público” era menor en comparación con lo que sobrevino después. Las dos guerrillas de mayor tamaño y duración (FARC y ELN) surgieron a mediados de la década de los 60, además de otras posteriores de menor tamaño. Fueron varias décadas de expansión guerrillera y cambios en sus diseños y estrategias. Pero aun en zonas donde merodeaban grupos guerrilleros la inseguridad era relativa.
Este panorama fue cambiando en los años 90 con la aparición y el crecimiento del paramilitarismo, apoyado por militares —en especial el Ejército—, para adelantar acciones de “contrainsurgencia” con un mayor nivel de crueldad que el que ya venía en aumento. Han seguido años de expansión y diversificación de violencias, cultivos ilícitos y redes criminales sin parangón con tiempos anteriores. También aumentaron las desigualdades sociales y el “rebusque” para sobrevivir, frente a grupos pequeños adinerados, y crecieron las ciudades y la inseguridad en ellas, sin que las vías que las comunican mejoraran al mismo ritmo. Hoy tenemos un país descoyuntado por violencias, corrupción, redes criminales internacionalizadas y mucho más.
¿Qué futuro nos depara hoy, en los inicios del primer gobierno claramente de izquierda de nuestra historia? La ilusión que generó Petro se está esfumando dada su intransigencia en la utilización de medios poco apropiados para gobernar y su improvisación continua. Su ego sin mesura provoca errores a diario, sin que se alteren sus comportamientos. ¿Qué puede ocurrir en este proceso que se reafirma en menos de un año de gobierno? El tiempo lo dirá, pero la posibilidad de tener los resultados esperados de un gobierno de izquierda progresista se va diluyendo poco a poco. Caer de nuevo en manos de una derecha corrupta y malqueriente genera preocupación relacionada con el agravamiento del contexto social de la mayor parte de la población.
La esperanza que surge al respecto se relaciona con que persista la estructura democrática de nuestra historia republicana (¿única consecuencia positiva de la debilidad de la formación nacional frente a la fortaleza de las regiones?). Ojalá surjan líderes eficaces que sustenten esta característica, lo cual no es solo una utopía.