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La tragedia derivada de la avalancha registrada en la vereda Naranjal, en Quetame, que se llevó 20 viviendas y dejó 29 víctimas fatales, fue el tema del día de El Espectador el pasado 19 de julio. También me recordó mi primer viaje a los Llanos siendo niño, en 1947, cuando fui con mis papás a visitar a una hermana que vivía en Restrepo. En mis memorias, publicadas bajo el título Al paso del tiempo. Mis vivencias*, escribí un par de párrafos sobre el viaje y la carretera que vale la pena reproducir aquí.
“La vía a Villavicencio fue construida a pico y pala —como todas en el país en esos años— y afirmada con cilindradoras, que eran máquinas lentas con dos pesadas ruedas de hierro, una a cada lado, y un enorme cilindro del mismo material al frente, que era accionado con dos cadenas conectadas a un timón mecánico, todo ello movido por una máquina de vapor alimentada con carbón de piedra. Más abajo de Cáqueza, en un mundo inimaginable para mí, aparecieron montañas con enormes e inestables riscos e inmensas paredes de pizarra negra y húmeda, causa de repetidos derrumbes en la carretera. Con frecuencia, cuando la vía se estrellaba en uno de los rincones de la montaña donde caían chorros de agua, se encontraba al frente, en ángulo agudo, con la carretera, que continuaba y se estrellaba contra el mismo rincón”.
“En mis recuerdos veo un derrumbe enorme en la carretera, cerca del pueblo de Guayabetal. La solución entonces fue bajarnos de la flota y contratar a uno de los maleteros disponibles para cargar el equipaje, dada la frecuencia de los derrumbes. Luego de caminar un par de kilómetros carretera abajo, nos encontramos con otro derrumbe. Pasándolo por la orilla de la carretera, al lado del precipicio en cuyo fondo corre el río, cogimos otra flota dispuesta para el trasbordo y la continuación del viaje. Estas aventuras se prolongaron por muchos años, no solo por la inestabilidad del terreno sino también por la desidia de los gobiernos para construir vías adecuadas en el amplio y quebrado territorio nacional. Pese a que la colonización del piedemonte llanero culminó hace rato y a que la valorización de la altillanura de la Orinoquia es enorme debido a extensas plantaciones como las de palma africana, los numerosos túneles, puentes y viaductos aún siguen en construcción y en reparaciones. Además del descuido estatal y las corruptelas, bien conocidas en los últimos años, los controles oficiales continúan siendo precarios. El reciente derrumbe del largo y costoso viaducto de Chirajara en esa vía es un claro ejemplo de tales problemas. (…) Ese viaje a los Llanos fue quizás el mayor descubrimiento de un mundo nuevo para mí en esos tiempos”.
Como se ve, el problema de las vías de comunicación y de esta en particular es viejo y recurrente, a tal punto que las provincias quedaron relativamente aisladas entre sí, estimulando su conexión vial interna y el crecimiento de capitales de departamentos. De esta manera, el país tiene cinco ciudades grandes y un número mayor de ciudades intermedias, y no existe un acento nacional que distinga a Colombia, como ocurre en México, Argentina y otros países de la región latinoamericana, sino varios acentos regionales que distinguen a sus pobladores con los de otras áreas. Aun al tener en cuenta el mejoramiento de varias de las vías principales del país durante el presente siglo, la conexión entre estas y poblaciones pequeñas es bastante deficiente, no solamente por la extrema diversidad territorial del país en áreas relativamente limitadas por su tamaño, sino también por incapacidades de distinta índole de departamentos y municipios para mejorar las vías existentes bajo su jurisdicción y aun por carencia de conexiones entre poblados y subregiones a lo largo y ancho del territorio nacional. Difícil comparar a Colombia con otros países de la región en estos aspectos prácticamente únicos en nuestra tierra.
* “Al paso del tiempo. Mis vivencias”. Bogotá, Tomo VI, Universidad de los Andes-Universidad Nacional de Colombia, 2018.