Es de común uso la expresión triple crisis para referirse al cambio climático, el declive de la biodiversidad y la contaminación. La reflexión desde las ciencias viene mostrando además que la crisis es múltiple, porque la humanidad sigue transgrediendo otros umbrales de seguridad planetaria, referidos al agua, el uso del suelo y la acidificación de los mares. Es la llamada policrisis. Es evidente que hemos venido pasando de un mundo que considerábamos seguro a un espacio de riesgo planetario. Es la “ciencia de las consecuencias”, como lo señaló el ecólogo peruano Ernesto Ráez.
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Es de común uso la expresión triple crisis para referirse al cambio climático, el declive de la biodiversidad y la contaminación. La reflexión desde las ciencias viene mostrando además que la crisis es múltiple, porque la humanidad sigue transgrediendo otros umbrales de seguridad planetaria, referidos al agua, el uso del suelo y la acidificación de los mares. Es la llamada policrisis. Es evidente que hemos venido pasando de un mundo que considerábamos seguro a un espacio de riesgo planetario. Es la “ciencia de las consecuencias”, como lo señaló el ecólogo peruano Ernesto Ráez.
Así, mientras las ciencias biofísicas están ganando el control de una narrativa apocalíptica, la reflexión desde las humanidades, las ciencias sociales y las ciencias de la salud no debería sumarse a esa única línea conclusiva. Porque la crisis es, ante todo en la relación del ser humano, con los procesos naturales. Siempre fuimos parte de esa Naturaleza con mayúscula, que hoy comprobamos en medio de la crisis que hemos construido. Por eso hace falta develar otra faceta de la crisis generalizada, que es lo que llamamos eco ansiedad. Tal vez el umbral más peligroso y menos advertido que estamos transitando. Porque genera rechazo, negacionismo y evasión, y se convierte en retroalimentación del problema: cierra la voluntad para el cambio positivo. Es una crisis que deviene psicosomática, siendo el planeta el gran cuerpo afectado. En medio de este ambiente anímico enrarecido surge la necesidad de argumentar con evidencia sobre este futuro posible. Sin tapar el sol con la mano, poner atención a la luz que penetra a través de nuestros dedos.
Como lo señalamos en una pasada columna frente a las dificultades que tenemos como sociedad para dialogar y construir acuerdos fundamentales, en la biodiversidad estaría un fundamento para la eco esperanza. Porque si bien los procesos de declive de la biodiversidad adquieren una manifestación global, la respuesta positiva tiene un componente fundamental en la acción desde lo local. La nueva dimensión que nos trae la crisis en medio del cambio ambiental global es la posibilidad de actuar en favor de la biodiversidad. Despertar las capacidades de autoorganización de la Naturaleza. No para llevarla a un estado idílico, sino para hacer posible el paraíso que todavía estamos en capacidad de construir. La visión de lo natural que tenemos como referencia viene, además, cambiando por olvido generacional. La biodiversidad de hoy sobrevive en paisajes fuertemente modificados en medio del olvido de lo que fue. Por eso es necesaria la construcción de una nueva memoria colectiva social sobre la biodiversidad en nuestro entorno inmediato. La jardinería, las huertas y el paisajismo biodiverso en nuestros entornos urbanos inmediatos. Los proyectos de construcción de vivienda e infraestructura que incorporan la biodiversidad, reforzando el diseño regenerativo, son parte del futuro que necesitamos. La incorporación de las manifestaciones de lo silvestre en el catastro rural, en el ordenamiento territorial de municipios y cuencas, la construcción de paisajes productivos biodiversos y la re naturalización de los pasivos ambientales, son los espacios por excelencia de la eco esperanza. Con conciencia y con gestión del conocimiento.
En la literatura ambiental esta aprehensión positiva se conoce como biofilia. Amor por lo vivo. Que no es otra cosa que constatar que en medio de la incertidumbre de la crisis planetaria debemos alimentar una certeza: regenerar la biodiversidad crea un espacio de sanación mutua entre el ser humano afligido y el planeta herido. El sociólogo francés Bruno Latour lo dijo contundentemente “si perdemos la tierra, perdemos el alma”. Sin esa alma, que es espíritu y aliento renovado, no podemos habitar y sostener el mundo que hemos cambiado. Por supuesto es muy difícil en medio de tanta desesperanza que siembra el odio que se alienta diariamente en guerras y conflictos. Por eso la paz que también es con la Naturaleza es parte de esa esperanza.