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Ordenarnos en el territorio alrededor de la vida del agua


Germán I. Andrade
06 de octubre de 2024 - 05:05 a. m.

Como lo ilustró Martha Rojas, exsecretaria de la convención de Humedales Ramsar, en su conferencia en el ciclo Conexión Bio COP16 promovido por el Foro Nacional Ambiental, la biodiversidad acuática continental acusa una agenda rezagada. Esto podría afectar evidentemente el cumplimiento de las metas del Marco Global de Biodiversidad, pero también existe la oportunidad de incluirlas en el Plan Nacional de Biodiversidad. Es el momento para advertir este vacío El planteamiento del Plan de Desarrollo de “ordenar el territorio alrededor del agua” abre el espacio para incluir explícitamente metas y planes para los espacios y especies del agua, y sus relaciones con el bienestar humano. Hay vacíos evidentes y otros no tanto.

Un tema inicial es el efecto directo de la actividad humana en torno a la calidad del agua por falta de suficientes plantas de tratamiento de aguas servidas, asunto de ingeniería que principalmente lo que requiere es ejecución. La pregunta es, si los municipios o las asociaciones de municipalidades han recibido esta señal de urgencia del Gobierno Nacional y si las CAR ya están apoyando suficientemente este proceso, ¿cuál es la meta de ríos en proceso de descontaminación que se maneja en el Gobierno Nacional?

Un segundo punto para armonizar lo humano con el agua se refiere a la actividad agrícola y pecuaria, asunto principalmente de planificación de uso del territorio. Aquí aparece contundentemente la agenda rezagada, porque no son solo los humedales que cuenten con credencial jurídica: son todos los espacios del ciclo del agua. Hay ecosistemas acuáticos continentales en alto riesgo según la lista roja de ecosistemas (adoptada en el Marco Global de Biodiversidad): el complejo de humedades del altiplano de Cundinamarca y Boyacá, en donde hemos perdido el 98 % producto de la urbanización, del manejo de las aguas en drenajes y de los dragados o limpiezas cuando se hacen de forma desconsiderada con la biodiversidad. En la meta global de restaurar el 30 % de aquí al año 30, estos espacios de humedales actuales y potenciales deberían ser priorizados. La esperanza inmediata está en los lineamientos para la ocupación de la Sabana de Bogotá que ha anunciado recientemente la ministra Susana Muhammad.

La biodiversidad acuática está puesta en riesgo también en la conversión de sabanas inundables para el cultivo del arroz en Casanare y Arauca, y también en parte de La Mojana. En estos espacios no parece haber convivencia posible y habría que excluir el cultivo. En cambio, en la expansión de la agricultura en la altillanura sí podría haber un espacio para construir un equilibrio, con una agenda concertada con el Ministerio de Agricultura y los actores privados para excluir la intensificación agrícola en los espacios críticos del agua, mitigar la contaminación con producción más limpia y compensar el daño. Urgente en este sentido son los ríos que nacen en la altillanura cuyo carácter ecológico está en riesgo con la expansión de la agricultura.

La degradación de los espacios y las especies del agua es además un asunto de justicia ambiental, cuando los efectos mayores son sobre poblaciones humanas vulnerables para quienes el proceso actual ya se traduce en inseguridad alimentaria y de sus formas de vida. En este sentido, la visión de recursos hidrobiológicos que se maneja en el Ministerio de Agricultura es insuficiente para integrar el uso de la fauna acuática a las metas de biodiversidad en proceso de renovación.

Resulta paradójico que la agenda rezagada suceda en medio de un conjunto grande de trabajos científicos y un gran conocimiento local. En la universidades, además de ingeniería hidráulica, hay eco hidrología, limnología y biología pesquera y científicos sociales, frecuentemente con los pies mojados. Miremos por ejemplo solo la serie Recursos hidrobiológicos que lidera Carlos Lasso en el Instituto Humboldt, que cuenta con varias decenas de libros que reúnen a más de 500 investigadores en redes de científicos y conocedores.

Los conocimientos sobre los sistemas sociales y ecológicos asociados con el agua dulce son el secreto peor guardado en los repositorios comunes de la academia. Más grave que lo que se desconoce en la ciencia —porque la investigación debe seguir— es lo que ya sabemos y no se aplica. Mientras, el cambio ambiental no se detiene. Urge un espacio funcional en Sistema Nacional Ambiental para extraer y aplicar lecciones. Ordenar el territorio no sería solo alrededor del agua, sino con enfoque socio-ecosistémico; sería ordenarnos nosotros alrededor de la vida del agua. Esto es la biodiversidad acuática continental. Establecer metas adecuadas con indicadores en las especies y espacios del agua, como centinelas del cambio, generaría una gran agenda de compromisos institucionales, acercamiento del sector público, privado y comunitario, para construcción social de territorios resilientes. ¡No se entiende como algo tan vital haya estado durante tanto tiempo rezagado!

 

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