De nuevo, a propósito del Tayrona, surge la controversia sobre la conveniencia de construir hoteles en los parques nacionales. Vienen y van argumentos, algunos peregrinos. Como miembro de la Comisión de Áreas Protegidas de la UICN y consultor en este tema, ofrezco algunas reflexiones.
Lo primero es que tener o no tener hoteles dentro de los parques naturales no corresponde con un estándar único. Se ha dicho que en Costa Rica los hay, lo cual no es verdad. Pero los hay en Brasil y Estados Unidos y Kenia, entre otros. Pero en ninguno de los casos la propuesta se hace con fines diferentes del turismo. La obsesión de hacer hoteles en el Tayrona aparece esporádicamente, marcada con la intención velada de “solucionar” derechos de propiedad. Inaceptable, pues a un vacío de gestión no lo puede seguir una decisión irreversible.
En las cataratas de Iguazú, en Brasil, hay un hotel dentro del parque, que por su belleza y discreción no parece impactar un parque extenso. En cambio, del lado de Argentina sería impensable construir hoteles. Los mismos se encuentran en la ciudad aledaña.
En el cañón del Colorado, en Estados Unidos, hay dentro del parque unos alojamientos cuya arquitectura y acceso parecen totalmente compatibles con un parque gigante. Pero la mayoría de los hoteles están en Flagstaff, fuera del área protegida. Es decir, depende en gran medida del impacto en el sitio. En general, en ese país los visitantes verían con mejores ojos que los parques no tuvieran más infraestructura hotelera o que se desmontara poco a poco la existente.
En el Tayrona, un parque pequeño con un ecosistema críticamente amenazado, el bosque seco tropical, es impensable hacer infraestructura adentro a menos que se abandonen los objetivos de conservación.
En Machu Picchu, donde dirigí técnicamente un programa que incluía el manejo de visitantes, el gran lunar del pequeño santuario es un hotel de lujo casi encima de las ruinas. Para muchos, simplemente no debe existir, y algún día tendrán que desmontarlo.
En Kenia sí hay alojamientos dentro de la gran reserva Masái Mara. Con concesiones privadas y para casi todos los bolsillos. Ninguna monopoliza el acceso, es decir, no hay inequidad asociada con un producto turístico.
Aquí, cuando se hizo la concesión con Aviatur en Gorgona, no era posible acceder al parque sino con este operador. No se tuvo en cuenta este aspecto. En el sitio de África mencionado, la infraestructura de las concesiones es desmontable. Una vez termina, el sitio no debe diferenciarse de cualquier otro rincón de la sabana.
Concesiones de este tipo podrían ser bienvenidas, por qué no, en parques nacionales muy extensos en la selva o la sabana, donde no impactan irreversiblemente y generan valor económico. Sería una opción para un segmento del mercado, nunca desviando el propósito de la conservación.
Hay en el mundo un sinnúmero de casos en los cuales se privilegia el ecoturismo comunitario, con infraestructura liviana, siempre por fuera de los parques. De esto ya hay ejemplos promisorios en Utría, en nuestra costa pacífica. Este sería el modelo a seguir en las zonas del posconflicto.
En síntesis, lo mas importante es, siguiendo la ley, que en cada país es diferente, no perder el norte de la conservación. No debe usarse como pretexto para solucionar otros problemas. Menos si se debilita la autoridad ambiental. Mucho menos sin transparencia, en contravía de los estándares OCDE.
El Ministerio del Comercio debe, pues, concentrarse en lo suyo: promover la creación de destinos ecoturísticos con atractivos múltiples e infraestructura permanente por fuera de los parques. El mercado mundial pide más naturalidad. Si de eso se trata, ¿por qué aquí en contravía?
De nuevo, a propósito del Tayrona, surge la controversia sobre la conveniencia de construir hoteles en los parques nacionales. Vienen y van argumentos, algunos peregrinos. Como miembro de la Comisión de Áreas Protegidas de la UICN y consultor en este tema, ofrezco algunas reflexiones.
Lo primero es que tener o no tener hoteles dentro de los parques naturales no corresponde con un estándar único. Se ha dicho que en Costa Rica los hay, lo cual no es verdad. Pero los hay en Brasil y Estados Unidos y Kenia, entre otros. Pero en ninguno de los casos la propuesta se hace con fines diferentes del turismo. La obsesión de hacer hoteles en el Tayrona aparece esporádicamente, marcada con la intención velada de “solucionar” derechos de propiedad. Inaceptable, pues a un vacío de gestión no lo puede seguir una decisión irreversible.
En las cataratas de Iguazú, en Brasil, hay un hotel dentro del parque, que por su belleza y discreción no parece impactar un parque extenso. En cambio, del lado de Argentina sería impensable construir hoteles. Los mismos se encuentran en la ciudad aledaña.
En el cañón del Colorado, en Estados Unidos, hay dentro del parque unos alojamientos cuya arquitectura y acceso parecen totalmente compatibles con un parque gigante. Pero la mayoría de los hoteles están en Flagstaff, fuera del área protegida. Es decir, depende en gran medida del impacto en el sitio. En general, en ese país los visitantes verían con mejores ojos que los parques no tuvieran más infraestructura hotelera o que se desmontara poco a poco la existente.
En el Tayrona, un parque pequeño con un ecosistema críticamente amenazado, el bosque seco tropical, es impensable hacer infraestructura adentro a menos que se abandonen los objetivos de conservación.
En Machu Picchu, donde dirigí técnicamente un programa que incluía el manejo de visitantes, el gran lunar del pequeño santuario es un hotel de lujo casi encima de las ruinas. Para muchos, simplemente no debe existir, y algún día tendrán que desmontarlo.
En Kenia sí hay alojamientos dentro de la gran reserva Masái Mara. Con concesiones privadas y para casi todos los bolsillos. Ninguna monopoliza el acceso, es decir, no hay inequidad asociada con un producto turístico.
Aquí, cuando se hizo la concesión con Aviatur en Gorgona, no era posible acceder al parque sino con este operador. No se tuvo en cuenta este aspecto. En el sitio de África mencionado, la infraestructura de las concesiones es desmontable. Una vez termina, el sitio no debe diferenciarse de cualquier otro rincón de la sabana.
Concesiones de este tipo podrían ser bienvenidas, por qué no, en parques nacionales muy extensos en la selva o la sabana, donde no impactan irreversiblemente y generan valor económico. Sería una opción para un segmento del mercado, nunca desviando el propósito de la conservación.
Hay en el mundo un sinnúmero de casos en los cuales se privilegia el ecoturismo comunitario, con infraestructura liviana, siempre por fuera de los parques. De esto ya hay ejemplos promisorios en Utría, en nuestra costa pacífica. Este sería el modelo a seguir en las zonas del posconflicto.
En síntesis, lo mas importante es, siguiendo la ley, que en cada país es diferente, no perder el norte de la conservación. No debe usarse como pretexto para solucionar otros problemas. Menos si se debilita la autoridad ambiental. Mucho menos sin transparencia, en contravía de los estándares OCDE.
El Ministerio del Comercio debe, pues, concentrarse en lo suyo: promover la creación de destinos ecoturísticos con atractivos múltiples e infraestructura permanente por fuera de los parques. El mercado mundial pide más naturalidad. Si de eso se trata, ¿por qué aquí en contravía?