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Hay en El libro del duelo, de Ricardo Silva Romero, una mezcla de evidencia y ficción, novela y denuncia, el dolor literario abrazando al dolor histórico. Un padre entierra a su hijo y 17 años después, con ambos muertos, la historia sigue siendo invencible.
Entre bautizos y funerales nos bebemos sorbo a sorbo los recuerdos; el país de la belleza convive con el país de la violencia y entre la penumbra y los destellos sobrevivimos y nos empeñamos en mantener alerta la conciencia, para rescatar la dignidad, para honrar la memoria y salvar el futuro.
Somos una gran novela de 1’141.748 km² y un diario escrito con ilusión, sangre y sueños de 50 millones de personas. Somos la suma de muchas verdades y la resta de mil mentiras con las que nos han querido engañar, coartar y dirigir.
Don Raúl Carvajal era hombre y misión, era él anclado a la esquina de la carrera 7ª con avenida Jiménez, “2.600 metros más cerca de las estrellas” y 6.402 asesinatos más lejos de la justicia.
Al Mono le dispararon dos tiros en la cara por negarse a matar a dos muchachos inocentes a los que pretendían hacer pasar por guerrilleros caídos en combate.
El Mono acababa de ser padre, era un cabo al que algún día ascenderían porque amaba eso que llaman servicio a la patria. Desde que pasó lo que pasó, supo que lo iban a matar por negarse a matar. Lo único más horrible que una guerra es que una política de incentivos perversos haya corrompido una parte del glorioso etcétera-etcétera-etcétera, que por cada muerto concedieran días de permiso y por cada baja, real o ficticia, viniera un reconocimiento.
¿Quién dio la orden? ¿Quiénes la ejecutaron? ¿Quién les ponía las botas a los cadáveres de 20 años y quién hizo que sus madres fueran de hospital en hospital y de morgue en morgue buscando a sus hijos?
Don Raúl se instaló en esa esquina de Bogotá a resistir y a exigir, a gritar contra el olvido, a mostrar en su camión-museo las fotos y los testimonios, esperando que un día algún funcionario, algún general, algún ministro de algo le dijera que él, don Raúl, tenía razón. Que la patria estaba en deuda con él y que en el horrendo caso de los falsos positivos las cadenas de mando habían sido eso: cadenas que ataron y castigaron la lealtad con la vida y traicionaron el honor y el juramento que miles de otros han cumplido con dignidad.
Don Raúl no perdió la esperanza, pero sí perdió la vida un día del 2021, sin que le hubieran reconocido la magnitud de la infamia cometida contra su hijo, el cabo, el Mono, el niño de sus ojos.
Ricardo Silva Romero, escritor, contador de historias, sanador de heridas, tejedor de palabras y de verdades tristes, deja en cada página los sentimientos más bellos del mundo y acaba de publicar El libro del duelo. Dijo en alguna ocasión que esta era una novela y no una denuncia. Yo en cambio siento que este libro sí es una denuncia, un monumento a la fortaleza, escrito con el corazón en la mano y una ternura desgarrada por el dolor. Imposible no leerlo como una notificación contra la injusticia y un golpe a la impunidad. El libro del duelo es la crónica de otra muerte anunciada, es el sufrimiento de un hombre al que le mataron a su hijo y además pretendieron matarle el derecho a la verdad.
Ricardo Silva Romero es el escritor colombiano que más quiero y admiro; cada libro suyo es una batalla que alguien le gana al olvido, una ola de literatura que estalla contra una roca de realidad. Ricardo cumple, como el maestro que es, una de las principales tareas de la escritura: que ningún silencio dure para siempre.