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Como si aún no hubiéramos contado suficientes víctimas de la violencia, la senadora del Centro Democrático María Fernanda Cabal propuso “flexibilizar el porte de armas, como era antes” cuando “las personas acreditaban su calidad” con una especie de salvoconducto moral e imposible, expedido vaya uno a saber por quién.
Dicen algunos que la “gente de bien tiene derecho a defenderse” y que debería autorizarse la venta libre y el porte de armas a personas decentes y honradas. Da curiosidad saber qué entienden por “gente de bien”, y por qué consideran que alguien tendría el derecho de amenazar, herir o matar. Tal vez piensan hacer una lista con dos columnas: los autorizados a tirar del gatillo y los enemigos a los que sería permitido llenarles el cuerpo de plomo. De los adalides de la moral, ¡líbranos Señor!
Con dos dedos de frente y cuatro de realidad, se comprende que ninguna sociedad cabe en un Excel, y que en la mal llamada “gente de bien” navegan delincuentes almidonados que cotizan en Wall Street, profesionales de alcurnia que ejercen como usureros con licencia, empresarios que evaden impuestos y explotan a los trabajadores, y otras joyas que integran el desprestigiado abanico de “la gente divinamente”.
¿Qué parte del libreto de la muerte violenta no hemos entendido? Ni la justicia ni la vida se toman por mano propia; en el género humano la superioridad es un sofisma y la bondad no se acredita: se construye y se ejerce. Sin revólver.
Como dice un amigo mío, “todas las balas son perdidas”; y le recuerdo a la señora Cabal que, si en Colombia está prohibida la pena de muerte, la idea no es que la ejerzamos de facto, como se nos dé la gana, a la salida del cine y a la entrada de la funeraria. Quien ostenta un cargo de “madre de la patria” debería -antes de plantear exabruptos- repasar algunos datos y saber que detrás de cada número hay piel humana: En los casos de violencia doméstica, si hay un arma en la casa, la posibilidad de que la historia termine en feminicidio es siete veces mayor que en los otros hogares; en Colombia, más del 70 % de los homicidios se han cometido con arma de fuego; un arma en el hogar incrementa en 41 % la posibilidad de que alguien sea asesinado dentro de las cuatro paredes de su casa, y el riesgo de suicidio infantil y juvenil es de cuatro a diez veces mayor en los hogares donde hay armas. Con un arma en la casa, nadie está seguro: un niño de tres años tiene la fuerza necesaria para apretar el gatillo de una pistola.
Normalizar las armas es regularizar la violencia; echar reverso en la escala conceptual de la sociedad, darle otra estocada a la ley, a las instituciones y a la salud emocional de un país suficientemente sufrido. ¿Sabían que más de 30.000 mujeres víctimas de violencia sexual afirman que al momento de la agresión, sus victimarios estaban armados? 0
Luis Emil Sanabria, director de REDEPAZ, ha liderado estas semanas la campaña #ArmasNoGracias. Artistas, líderes sociales, filósofos, médicos, constructores de paz, candidatos presidenciales, políticos y poetas, hombres y mujeres de distintos oficios, razones y corazones, han llenado las redes con mensajes que hacen evidente el tremendo error que significaría volver a permitir el porte de armas.
Es perfecta esta frase de Helena Mallarino: “¿Armas? No, gracias. Y menos en un país donde la rabia va mucho más rápido que la empatía”.
Sigamos arando, queridos lectores de cuerpos y almas, a ver si algún día logramos vencer los miedos, respetar la vida y en vez de armar, amar.