Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Le escribo hoy a usted, máximo comandante del Eln, así como en el 2008 le envié una carta abierta a Rodrigo Londoño, conocido en la guerra como Timochenko. Las Farc habían puesto en jaque a nuestro país y no había hogar ni municipio que no hubiera sufrido de alguna forma los efectos de la confrontación armada.
Hoy, seis años después de la firma del Acuerdo del Teatro Colón, muchos no sentimos por los 13.000 excombatientes que cambiaron las armas por las palabras ni un asomo de odio ni de rencor; reconocemos en ellos el valor de haberse desarmado y procuramos acompañarlos en su nuevo camino a la reconstrucción de ellos mismos y del tejido social. En tiempos difíciles casi cualquiera empuña un fusil, pero lo que exige valentía es empeñarse en la paz.
Hoy tenemos un gobierno que ha hecho de la justicia social y de la no violencia su bandera y su consigna. Por eso, señor Antonio García, no entenderíamos que, a pesar de tener el viento a favor, el Eln decidiera seguir anclado a la violencia.
Sabemos que ustedes no son los únicos armados de nuestro territorio y que otros grupos ilegales -e incluso agentes de la fuerza pública- han sido fuentes de violencia. También es cierto que el antecedente de 370 excombatientes de Farc asesinados pesa y duele, y el gobierno y la sociedad tendremos que redoblar esfuerzos para garantizarles seguridad y vida a los firmantes de los procesos de paz pasados y futuros. Cuatro años de acuerdos incumplidos son una nefasta herencia que este gobierno se ha propuesto enmendar.
Los exhorto a usted y a sus comandantes a tener la fortaleza de no intimidar a la población civil, no volar oleoductos ni matar soldados campesinos. No le tengan miedo a la paz y comprendan que es ahora o quizá nunca; éste es un momento único en la historia. No dejen pasar este gobierno que sabe que todas las vidas valen y, dentro de un Estado de derecho, les abre un espacio para desarrollar su planteamiento político.
Entiendan que los colombianos estamos hastiados de la violencia y no tiene sentido atacar al mismo pueblo al que se dice defender. ¿Qué patria van a construir al son de los fusiles, al ritmo de la dinamita y de las poblaciones cercadas por las amenazas y los toques de queda? No es disparando como se logra la paz ni son las masacres el pasaporte para llegar a un mundo mejor. Es la razón, es la concertación y el diálogo lo que nos permitirá construir el país que ustedes dicen anhelar y en el que 50 millones de colombianos necesitamos vivir.
No sientan ni generen odio, porque el odio es una emoción estéril, dañina, que no abre ventanas sino tumbas. No nos devuelvan a una derecha extrema y hostil, que demasiadas veces ha demostrado preferir el exterminio a la concertación. No desperdicien este momento ni cometan el suicidio real y político de seguir asesinando colombianos, hermanos, hijos de la misma tierra, de las mismas montañas y las mismas entrañas.
Ambos sabemos que la marginación no se combate con las balas, el hambre no se sacia en las fosas comunes ni se vence la pobreza cercando veredas. La violencia no es buen cimiento para producir los cambios sociales que necesitamos.
Para construir justicia no hay que disparar; hay que ser ciudadanos en ejercicio del poder de la palabra, del consenso y del respeto por la vida. Y ustedes pueden hacerlo si aceptan la mano tendida, si comprenden que el tiempo es ya y que cada día de violencia es un día roto, un día perdido; un día menos para la vida y uno más para el fracaso… y si de verdad les importa el pueblo, no querrán que Colombia fracase.