“Tranquila, Gloria, ponga mi nombre; no ando con temores y no le corro a la muerte”. Wilmar ha sufrido lo indecible, tiene 47 años, una familia, y el rostro atravesado por un proyectil. Estuvo 18 meses en el Ejército, un tiempo en las plantaciones de coca en el Guaviare y 22 años en la guerrilla. Es hijo de una Colombia que le daba portazos a la gente pobre y que partió en bandos enemigos a miles de campesinos.
Desde el combate del 2006 le han practicado 21 cirugías; 20 de ellas en hospitales a los que ingresó con identidades falsas, porque la guerra destruye los derechos a lado y lado del conflicto. Las FARC contactaron a los médicos y pagaron las cirugías. Hoy Wilmar les agradece a sus comandantes que nunca lo dejaron solo, y me dice: “ellos me enseñaron a ser humano”.
Siete años después de la firma del Acuerdo él sigue esperando que quienes puedan darle empleo dejen de llamarlo guerrillero y le den una oportunidad para ejercer alguno de los oficios que aprendió en la vida civil: carpintería y manejo de maquinaria pesada. Por ahora, y luego del desplazamiento de los ETCR del Meta, confía en la tierra prometida y trabaja en una planta de cerveza, proyecto productivo de la reincorporación.
Arquímedes vivía en zona roja, el Cañón de la Llorona en Urabá. A los 14 años ingresó a la guerrilla y allí le enseñaron a leer y a escribir. Su padre y su madre murieron y no pudo despedirlos porque se enteró de su muerte 24 meses después.
En el 2014 la guerra le arrancó ambas manos, perdió un ojo y para recuperar algo de visión necesita una cirugía de alta complejidad. Como cientos de excombatientes espera unas prótesis que le permitan escribir, abrazar, trabajar. Quiere estudiar inglés y validar bachillerato. No se da por vencido y sabe que -si lo ayudan- a sus 38 años y gracias al Acuerdo firmado en el Teatro Colón, podría volver a empezar.
Me cuenta Alejandra Miller, directora de la Agencia Nacional de Reincorporación (ANR), sobre la “Asociación de Lisiados de Guerra y Enfermedades de Alto Costo” (ASOCONALAEC). Son casi 2.000 firmantes de paz autodenominados “lisiados de guerra”. Me habla sobre un programa de capacidades y acciones específicas, que ya tiene recursos económicos asignados; y proponen reformas a un artículo del régimen pensional para garantizarles una vejez digna. ¿Sabían que en Pondores, Guajira, hay un supermercado creado por 15 excombatientes en condición de discapacidad? Abastecen al ETCR y a las veredas vecinas… La paz se va labrando camino.
Gloria Cuartas, directora de la Unidad de Implementación del Acuerdo Final de Paz, menciona que hay una lista con 1.200 excombatientes como Wilmer y Arquímedes, acreditados y a la espera de un proceso de rehabilitación. La buena noticia es que soldados, policías, firmantes de paz y jóvenes del estallido social serán beneficiarios de un convenio liderado por el corazón y el cargo de Gloria Cuartas. Lo suscribirán el Hospital Militar Central, Ministerio de Defensa, la unidad dirigida por Gloria y la ANR y, como aliados, la Sociedad de Activos Especiales y la política antidrogas. No será fácil, pero hay una serie de voluntades en clave de paz, alineadas para sacarlo adelante. Una demostración de reconciliación; poderoso mensaje para Colombia y el mundo, y una posibilidad real de cerrar las heridas.
Será emocionante ver al Hospital Militar haciendo cirugías y programas de rehabilitación para las víctimas de todos los fusiles, sin bandos ni enemigos. Algún día Colombia será una sola, viable y plural, sin cuentas de cobro pendientes y liberada por fin de las horrendas jaulas de la violencia.
“Tranquila, Gloria, ponga mi nombre; no ando con temores y no le corro a la muerte”. Wilmar ha sufrido lo indecible, tiene 47 años, una familia, y el rostro atravesado por un proyectil. Estuvo 18 meses en el Ejército, un tiempo en las plantaciones de coca en el Guaviare y 22 años en la guerrilla. Es hijo de una Colombia que le daba portazos a la gente pobre y que partió en bandos enemigos a miles de campesinos.
Desde el combate del 2006 le han practicado 21 cirugías; 20 de ellas en hospitales a los que ingresó con identidades falsas, porque la guerra destruye los derechos a lado y lado del conflicto. Las FARC contactaron a los médicos y pagaron las cirugías. Hoy Wilmar les agradece a sus comandantes que nunca lo dejaron solo, y me dice: “ellos me enseñaron a ser humano”.
Siete años después de la firma del Acuerdo él sigue esperando que quienes puedan darle empleo dejen de llamarlo guerrillero y le den una oportunidad para ejercer alguno de los oficios que aprendió en la vida civil: carpintería y manejo de maquinaria pesada. Por ahora, y luego del desplazamiento de los ETCR del Meta, confía en la tierra prometida y trabaja en una planta de cerveza, proyecto productivo de la reincorporación.
Arquímedes vivía en zona roja, el Cañón de la Llorona en Urabá. A los 14 años ingresó a la guerrilla y allí le enseñaron a leer y a escribir. Su padre y su madre murieron y no pudo despedirlos porque se enteró de su muerte 24 meses después.
En el 2014 la guerra le arrancó ambas manos, perdió un ojo y para recuperar algo de visión necesita una cirugía de alta complejidad. Como cientos de excombatientes espera unas prótesis que le permitan escribir, abrazar, trabajar. Quiere estudiar inglés y validar bachillerato. No se da por vencido y sabe que -si lo ayudan- a sus 38 años y gracias al Acuerdo firmado en el Teatro Colón, podría volver a empezar.
Me cuenta Alejandra Miller, directora de la Agencia Nacional de Reincorporación (ANR), sobre la “Asociación de Lisiados de Guerra y Enfermedades de Alto Costo” (ASOCONALAEC). Son casi 2.000 firmantes de paz autodenominados “lisiados de guerra”. Me habla sobre un programa de capacidades y acciones específicas, que ya tiene recursos económicos asignados; y proponen reformas a un artículo del régimen pensional para garantizarles una vejez digna. ¿Sabían que en Pondores, Guajira, hay un supermercado creado por 15 excombatientes en condición de discapacidad? Abastecen al ETCR y a las veredas vecinas… La paz se va labrando camino.
Gloria Cuartas, directora de la Unidad de Implementación del Acuerdo Final de Paz, menciona que hay una lista con 1.200 excombatientes como Wilmer y Arquímedes, acreditados y a la espera de un proceso de rehabilitación. La buena noticia es que soldados, policías, firmantes de paz y jóvenes del estallido social serán beneficiarios de un convenio liderado por el corazón y el cargo de Gloria Cuartas. Lo suscribirán el Hospital Militar Central, Ministerio de Defensa, la unidad dirigida por Gloria y la ANR y, como aliados, la Sociedad de Activos Especiales y la política antidrogas. No será fácil, pero hay una serie de voluntades en clave de paz, alineadas para sacarlo adelante. Una demostración de reconciliación; poderoso mensaje para Colombia y el mundo, y una posibilidad real de cerrar las heridas.
Será emocionante ver al Hospital Militar haciendo cirugías y programas de rehabilitación para las víctimas de todos los fusiles, sin bandos ni enemigos. Algún día Colombia será una sola, viable y plural, sin cuentas de cobro pendientes y liberada por fin de las horrendas jaulas de la violencia.