La cultura es y da identidad, construye sociedad y teje lazos irrompibles; es un puente que se puede recorrer en coche o con los pies descalzos; no cobra peaje; y esté hecho de hierro y cemento o de nubes flotantes, nos lleva a un número infinito de lugares casi siempre inolvidables. Se recorre con el espíritu abierto y la capacidad de sorprender los siete sentidos: los cinco que sabemos, el sexto que intuimos, y el séptimo, el de la sensibilidad al mundo, el que impide que la indiferencia nos anestesie.
Por eso es incomprensible que para nuestros gobiernos lo cultural siga siendo la cenicienta de las prioridades. Quizás esto pasa porque sus réditos no son fácilmente cuantificables, o porque se piensa que es algo de lo que se puede prescindir sin que pase nada. Nada grave. ¿Cómo se mide el impacto negativo de la desnutrición del alma personal y comunitaria?
La cultura trasciende; es andamio, bitácora y fotosíntesis. Es una enorme estructura que piensa y siente, está en los barrios marginales y en los museos; respira y habla en los escenarios, en los trozos de arcilla, en los violines y en los tambores; vive en los caballetes y en los muros, en las cocinas y en las bibliotecas. Anda por las escuelas y en los cementerios, en los rituales y en lo callejero, en los mimos y en los cuentos.
También es política, y uno pensaría que para los gobiernos de izquierda -que son librepensadores y responden a una expresión popular- debería ser fundamental tener desde el principio un claro derrotero en el desarrollo de artes y saberes.
Por eso muchos no entendemos por qué en un gobierno progresista, sintonizado con medio país y aspirante a ser potencia mundial de la vida, el tema ha estado tan relegado.
Mucho se ha hablado sobre los aciertos que tuvo Petro alcalde en la gestión cultural para Bogotá. Ahora pedimos que Petro presidente siga por la misma línea, la suya, ahora dirigida a todo un país que necesita desarrollar una cultura de paz, de respeto por la vida, la verdad y la memoria. Y que a pesar de tanto y de todo, ayude a reconstruir felicidad.
Entiendo que hay demasiadas prioridades y somos un país con urgencias desbordadas. Pero difícilmente seremos una mejor sociedad si no logramos ser mejores seres humanos; y para lograrlo necesitamos alimentar el arraigo y la sensibilidad, volver palpables las emociones positivas, darle voz y música, libreto y colores a una vida que tiene que desmarcarse de la violencia.
La maestra Patricia Ariza, exministra de Cultura, lo ha dicho de todas las formas posibles: “Una paz que no se baile, que no se cante, que no se represente, a lo mejor se muere de tristeza”. En 2016, tres meses antes del plebiscito, Patricia lo vaticinó: “Si la paz de Colombia no se poetiza, no se pinta, se retrasa”.
Llevamos -que yo me acuerde- más de 60 años de retraso. Y confiamos en que el gobierno del cambio cambie esa trayectoria.
Así como se asignan porcentajes del PIB (producto interno bruto), necesitamos porcentajes dignos del “producto interno inteligente” (en lo económico y en lo conceptual), para que la cultura no se perciba como un capricho bohemio y se asuma -por fin- como los cimientos y las ventanas de una sociedad que necesita reconocerse y sanar, cantarse y contarse, hasta que no le tema a la reconciliación.
Punto no aparte: Vean en el teatro “La Maldita Vanidad” la obra “La visita”. Un libreto poético, testimonio de miedos y fortaleza, de soledades y amistad; una rebelión de 70 minutos contra la vida y la muerte. Dos conmovedoras actrices y un gran dilema en escena.
La cultura es y da identidad, construye sociedad y teje lazos irrompibles; es un puente que se puede recorrer en coche o con los pies descalzos; no cobra peaje; y esté hecho de hierro y cemento o de nubes flotantes, nos lleva a un número infinito de lugares casi siempre inolvidables. Se recorre con el espíritu abierto y la capacidad de sorprender los siete sentidos: los cinco que sabemos, el sexto que intuimos, y el séptimo, el de la sensibilidad al mundo, el que impide que la indiferencia nos anestesie.
Por eso es incomprensible que para nuestros gobiernos lo cultural siga siendo la cenicienta de las prioridades. Quizás esto pasa porque sus réditos no son fácilmente cuantificables, o porque se piensa que es algo de lo que se puede prescindir sin que pase nada. Nada grave. ¿Cómo se mide el impacto negativo de la desnutrición del alma personal y comunitaria?
La cultura trasciende; es andamio, bitácora y fotosíntesis. Es una enorme estructura que piensa y siente, está en los barrios marginales y en los museos; respira y habla en los escenarios, en los trozos de arcilla, en los violines y en los tambores; vive en los caballetes y en los muros, en las cocinas y en las bibliotecas. Anda por las escuelas y en los cementerios, en los rituales y en lo callejero, en los mimos y en los cuentos.
También es política, y uno pensaría que para los gobiernos de izquierda -que son librepensadores y responden a una expresión popular- debería ser fundamental tener desde el principio un claro derrotero en el desarrollo de artes y saberes.
Por eso muchos no entendemos por qué en un gobierno progresista, sintonizado con medio país y aspirante a ser potencia mundial de la vida, el tema ha estado tan relegado.
Mucho se ha hablado sobre los aciertos que tuvo Petro alcalde en la gestión cultural para Bogotá. Ahora pedimos que Petro presidente siga por la misma línea, la suya, ahora dirigida a todo un país que necesita desarrollar una cultura de paz, de respeto por la vida, la verdad y la memoria. Y que a pesar de tanto y de todo, ayude a reconstruir felicidad.
Entiendo que hay demasiadas prioridades y somos un país con urgencias desbordadas. Pero difícilmente seremos una mejor sociedad si no logramos ser mejores seres humanos; y para lograrlo necesitamos alimentar el arraigo y la sensibilidad, volver palpables las emociones positivas, darle voz y música, libreto y colores a una vida que tiene que desmarcarse de la violencia.
La maestra Patricia Ariza, exministra de Cultura, lo ha dicho de todas las formas posibles: “Una paz que no se baile, que no se cante, que no se represente, a lo mejor se muere de tristeza”. En 2016, tres meses antes del plebiscito, Patricia lo vaticinó: “Si la paz de Colombia no se poetiza, no se pinta, se retrasa”.
Llevamos -que yo me acuerde- más de 60 años de retraso. Y confiamos en que el gobierno del cambio cambie esa trayectoria.
Así como se asignan porcentajes del PIB (producto interno bruto), necesitamos porcentajes dignos del “producto interno inteligente” (en lo económico y en lo conceptual), para que la cultura no se perciba como un capricho bohemio y se asuma -por fin- como los cimientos y las ventanas de una sociedad que necesita reconocerse y sanar, cantarse y contarse, hasta que no le tema a la reconciliación.
Punto no aparte: Vean en el teatro “La Maldita Vanidad” la obra “La visita”. Un libreto poético, testimonio de miedos y fortaleza, de soledades y amistad; una rebelión de 70 minutos contra la vida y la muerte. Dos conmovedoras actrices y un gran dilema en escena.