Gimnasio Moderno, martes en la noche: Vanessa de la Torre, Juan Gabriel Vásquez y Ricardo Silva lanzaron “Los desacuerdos de paz”, libro en el que Vásquez -uno de los novelistas más leídos y más cultos de Colombia- concentra sus baterías en su hemisferio de periodista y asume el papel de testigo y recopilador de distintos relatos sobre la verdad. Arma un rompecabezas casi palpable entre la historia y el periodismo, para que estos diez años en los que se logró un imposible -que el desgobierno actual estuvo a punto de arruinar- sean conocidos por quienes no lo vivieron, y nosotros jamás lo olvidemos.
En el libro, Vásquez asume ciertas certezas que, como él bien dice, duran muy poco. Recopila entrevistas con Humberto de la Calle, Juan Manuel Santos y Doris Salcedo; y ensayos y columnas publicadas en El Espectador, El Tiempo, Le Monde y El País, desde el 2012 (año en el que empieza un proceso de paz ejemplar para el mundo) hasta estos cuatro meses del 2022, preñados de masacres, complicidades y mentiras. Y todo nos dice que debemos hacer algo urgente, pensar, armarnos de valor (no de armas ni de paciencia), sacudirnos y terminar con esta violencia que mata niños, mata indígenas, mata exguerrilleros, soldados, ilusiones, líderes y estudiantes. No puede triunfar el demencial intento de amordazar la democracia y reducirnos a una montaña de aserrín humano.
La democracia, dice Juan Gabriel, “no es un lugar al que se llega: es el camino de la negociación diaria para encontrarnos en un punto medio”. La construcción y protección de ese camino ha costado vidas y exilios: en el inexplicable país del No, el pensamiento democrático es un acto subversivo, castigado con una pena de muerte ilegal y habitual.
En “Los desacuerdos de paz” es evidente que nuestra relación con la política no ha cambiado tanto como quisiéramos. Como buen escritor, Vásquez desconfía de las utopías, de las sociedades conservadoras que se creen perfectas y pretenden escribir en piedra las reglas de juegos que ya no existen.
“Colombia es un país donde los pesimistas quisiéramos estar equivocados, pero los últimos años nos han dado la razón”. Difícil contradecirlo.
Veinticuatro horas después en FESCOL, Ángela María Robledo, Sara Tufano y tres contertulios más conversaron sobre “Feminizar la política”, un testimonio de vida de Ángela María, ex congresista, defensora de paz, de los derechos de las mujeres y el poder de la pedagogía. Generalmente me abruman las disquisiciones feministas, pero este libro está lleno de cercanías y verdades cotidianas; no es pretencioso y nos habla con un tono de voz lleno de fortaleza y sensibilidad. Tomo el libro en las manos como una llave para entrar a un hogar donde se pregunta la vida; donde la mamá salía de noche a bailar y cantaba y enseñaba rebeldía, y se tejió el testimonio de mujeres trabajadoras, convencidas, apasionadas, solitarias, alegres, abuelas, melancólicas, hijas y madres del amor, de la violencia o el tiempo, tantas veces vulneradas, pero no vencidas.
El libro de Ángela María es un río que sueña y suena entre nostalgias y denuncias, acompaña y corre en libertad.
Cierro ambos libros y abro las preguntas que plantean -cada uno a su manera- Ángela María y Juan Gabriel: ¿por qué hacemos lo que hacemos, si nos trae tantos problemas? ¿Por qué persistimos aun sabiendo que no vamos a cambiar el mundo? Y queda como una sentencia, como un abrazo rompe-miedos, la respuesta de Juan Gabriel: “Todo vale la pena si alguien se siente menos solo cuando lee algo de lo que escribimos”.
Gimnasio Moderno, martes en la noche: Vanessa de la Torre, Juan Gabriel Vásquez y Ricardo Silva lanzaron “Los desacuerdos de paz”, libro en el que Vásquez -uno de los novelistas más leídos y más cultos de Colombia- concentra sus baterías en su hemisferio de periodista y asume el papel de testigo y recopilador de distintos relatos sobre la verdad. Arma un rompecabezas casi palpable entre la historia y el periodismo, para que estos diez años en los que se logró un imposible -que el desgobierno actual estuvo a punto de arruinar- sean conocidos por quienes no lo vivieron, y nosotros jamás lo olvidemos.
En el libro, Vásquez asume ciertas certezas que, como él bien dice, duran muy poco. Recopila entrevistas con Humberto de la Calle, Juan Manuel Santos y Doris Salcedo; y ensayos y columnas publicadas en El Espectador, El Tiempo, Le Monde y El País, desde el 2012 (año en el que empieza un proceso de paz ejemplar para el mundo) hasta estos cuatro meses del 2022, preñados de masacres, complicidades y mentiras. Y todo nos dice que debemos hacer algo urgente, pensar, armarnos de valor (no de armas ni de paciencia), sacudirnos y terminar con esta violencia que mata niños, mata indígenas, mata exguerrilleros, soldados, ilusiones, líderes y estudiantes. No puede triunfar el demencial intento de amordazar la democracia y reducirnos a una montaña de aserrín humano.
La democracia, dice Juan Gabriel, “no es un lugar al que se llega: es el camino de la negociación diaria para encontrarnos en un punto medio”. La construcción y protección de ese camino ha costado vidas y exilios: en el inexplicable país del No, el pensamiento democrático es un acto subversivo, castigado con una pena de muerte ilegal y habitual.
En “Los desacuerdos de paz” es evidente que nuestra relación con la política no ha cambiado tanto como quisiéramos. Como buen escritor, Vásquez desconfía de las utopías, de las sociedades conservadoras que se creen perfectas y pretenden escribir en piedra las reglas de juegos que ya no existen.
“Colombia es un país donde los pesimistas quisiéramos estar equivocados, pero los últimos años nos han dado la razón”. Difícil contradecirlo.
Veinticuatro horas después en FESCOL, Ángela María Robledo, Sara Tufano y tres contertulios más conversaron sobre “Feminizar la política”, un testimonio de vida de Ángela María, ex congresista, defensora de paz, de los derechos de las mujeres y el poder de la pedagogía. Generalmente me abruman las disquisiciones feministas, pero este libro está lleno de cercanías y verdades cotidianas; no es pretencioso y nos habla con un tono de voz lleno de fortaleza y sensibilidad. Tomo el libro en las manos como una llave para entrar a un hogar donde se pregunta la vida; donde la mamá salía de noche a bailar y cantaba y enseñaba rebeldía, y se tejió el testimonio de mujeres trabajadoras, convencidas, apasionadas, solitarias, alegres, abuelas, melancólicas, hijas y madres del amor, de la violencia o el tiempo, tantas veces vulneradas, pero no vencidas.
El libro de Ángela María es un río que sueña y suena entre nostalgias y denuncias, acompaña y corre en libertad.
Cierro ambos libros y abro las preguntas que plantean -cada uno a su manera- Ángela María y Juan Gabriel: ¿por qué hacemos lo que hacemos, si nos trae tantos problemas? ¿Por qué persistimos aun sabiendo que no vamos a cambiar el mundo? Y queda como una sentencia, como un abrazo rompe-miedos, la respuesta de Juan Gabriel: “Todo vale la pena si alguien se siente menos solo cuando lee algo de lo que escribimos”.